• 30/04/2024 23:00

Capacidad destructiva

La controversia y el conflicto constituyen parte esencial del fuego que malogra la naturaleza humana

¿Acaso se necesitan más pruebas de la gigantesca capacidad destructiva de los seres humanos? El ejercicio de la libertad sin un control razonado, consensuado y fácil de entender se convierte en abuso, libertinaje y destrucción de valores y principios. Esta ecuación no solo aplica para entender las relaciones internacionales; es a nivel nacional donde empieza el problema. La controversia y el conflicto constituyen parte esencial del fuego que malogra la naturaleza humana. Apenas comenzó el disfrute del progreso tecnológico cuando aparecieron los delitos cibernéticos y los famosos fake news. No pocos opinan que el uso negativo de las nuevas herramientas tecnológicas es igual de grande e influyente que su impacto positivo. El potente lado oscuro de la tecnología vino a afectar aún más la dinámica de la política. Su peligrosa ola, frente a la solidez, paz, continuidad y solidaridad del Estado, hoy es agitado mar como efecto de la carrera por el poder.

Nadie duda de la existencia de los problemas, injusticias y desequilibrios sociales, pero enfrentarlos para permitir que la gente mejore su calidad de vida es el núcleo de los disensos que siempre han caracterizado al mundo político. Solucionar un problema pasa por encararlo, luego desplegar fuerzas concretas para derribarlo y, finalmente, lograr crucial satisfacción entre la población directamente afectada. En este contexto, prometer que se eliminará tal o cual problema es una mentira más; una mentira mayor. La verdadera solución de los problemas es rodearlos de mecanismos tangibles que impidan su ramificación. Esos mecanismos, en nuestro modelo de desarrollo, derivan del Estado de derecho; no de la presión callejera, ni de los cierres. En el caso de la corrupción es fortalecer el Órgano Judicial e impulsar su independencia.

El caso del contrato minero ilustra con excelencia el tema. Resultó evidente la utilización para fines políticos de la legítima preocupación ambiental ciudadana; desacreditar al Gobierno llegó a ser lo principal entre las cabezas de la protesta. Hoy, o mediatizan sus opiniones o guardan silencio cómplice respecto al gran daño ambiental que significa haber dejado a la mina en una especie de muerte cerebral; al Estado y al país con menos recursos, no al Gobierno ni al partido cuyos miembros no brincan.

¿Cómo sería la dinámica política con los amigos de las mentiras y las promesas falsas en el poder? ¿Se imaginan a las fuerzas del lado oscuro de la tecnología en el poder? ¿El Palacio de las Garzas albergando a resentidos, promotores de las fake news y adoradores de las difamaciones, las descalificaciones y las venganzas? Es cierto el hartazgo popular, pero digamos la verdad: hartazgo de las prácticas políticas de prometer recetas inaplicables, a lo mejor gratas al oído, pero inservibles; hartazgo de mensajes mesiánicos que venden salvación con “salto de toldas”; hartazgo de los “barrabases” que huyen de la justicia amparándose en la diplomacia; hartazgo de los cambios camaleónicos de ciertos políticos; y hartazgo de los “lobos con piel de oveja”.

Al votar, la prioridad debe ser el país. Votemos para que el Estado panameño siga vivo, enriqueciéndose, madurando, controlando problemas. ¡A repudiar, con paz y dignidad, el ilusionismo colectivo de aquellos que disfrazados de redentores están casados con tortuosas realidades estructuradas para mantener y profundizar la atomización social! ¡Nuestro pueblo está harto de promesas! ¡El futuro debe seguir siendo positivo!

El autor es abogado y embajador en Chile
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