• 24/08/2023 00:00

La corrupción, virus estacional o pandemia social

“Exterminar la corrupción no es crear más fiscalías, juzgados y cárceles; [...], es voltear los esfuerzos hacia la persona, es proponernos una cruzada de formación y no solo de instrucción”

Haciendo alusión a la metáfora que identifica este artículo, cuando un conjunto minúsculo de personas en un núcleo social padece de una gripe esto no cobra mayor importancia, es una atención localizada y su efecto no representa ninguna alteración social; pero cuando esto tiene un fuerte impacto en el conjunto mayor de la sociedad entonces se disparan todas las alertas y se destinan todos los esfuerzos a combatirla.

Durante la pandemia del COVID-19, la comunidad científica mundial se abocó, de manera urgente, a buscar vacunas que detuvieran la cantidad de muertes que esta pandemia producía, así como los efectos secundarios que la misma dejaba para aquellos que, con suerte, se escapaban de la muerte. El abordaje fue universal y urgente¸ hoy, cuando aún circula el virus, su impacto sobre la humanidad ha disminuido sustancialmente.

La corrupción no es un fenómeno de Panamá, aun cuando nos ahoga. Es común escuchar y leer hechos de corrupción en todos los niveles sociales y económicos, no es dado a clases particulares, no es un atributo de los necesitados, de los que no tienen nada ni de los que carecen de una educación. Son corruptos reyes, presidentes, ministros, jueces, rectores, decanos, profesores, policías, fiscales; en fin, es un virus que infecta a todo el conjunto de la sociedad mundial.

Lo preocupante es que existen pocos esfuerzos para desvelar el origen de la corrupción de la misma manera que se buscó cuál era la estructura del virus del COVID-19. Nos agotamos en la denuncia y en un frágil esfuerzo de castigo, pero no le cerramos las vías por las cuales transita ni a la industria que le da su presencia.

La corrupción es un fenómeno social que se inicia en la familia, se forma en la escuela, se especializa en la universidad y se expresa en la sociedad. Es el resultado de la transición de la modernidad a la posmodernidad. Es el reinado de la estética sobre la ética; es el logro del progreso basado en el goce y no en el trabajo, el esfuerzo y la perseverancia; es el paso del objeto como bien de servicio al hombre al significado del objeto que cada uno le dé. Es la consecuencia del abocamiento de la escuela, el colegio y la universidad al conocimiento y al abandono de la socialización; es la ruptura de los valores creados en la modernidad y la liberalización de los mismos en la posmodernidad.

En lo que le corresponde a la educación, ya no formamos a nadie, solo pretendemos instruir, es un cruce de información acrítica y que no tienen efecto sobre el desarrollo de una consciencia que le permita a cada persona conocer los valores de su cultura y saber cuál es el espacio que en ella le corresponde. No hay modelos ni ideas a seguir, hay una disociación entre lo que se hace, se piensa y se siente. Existen seres sin identidad, una desvalorización del individuo; buscar la buena idea o la buena persona es hasta utópico y nos debatimos entre de los malos buscar los menos malos.

Exterminar la corrupción no es crear más fiscalías, juzgados y cárceles; pues llegará el momento en que no alcanzarán, es voltear los esfuerzos hacia la persona, es proponernos una cruzada de formación y no solo de instrucción. Es como si para mejorar la salud tendríamos que construir más hospitales sin cambiar nuestra forma de alimentarnos y vivir; o para acabar con la delincuencia crear más cárceles. Es importante que, además de medir cuánto se sabe de matemáticas, español y ciencias, podamos medir lo que se piensa, siente, aspira; ¿será que requerimos de otra reforma donde la persona vuelva a ser el centro del esfuerzo colectivo y no el mercado? Sigamos reflexionando, de no hacerlo la pandemia de la corrupción nos aniquilará.

Profesor universitario.
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