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- 06/07/2023 00:00
Decodificando valores: La democracia americana
Este 4 de julio los Estados Unidos celebró 247 años de independencia. Aunque imperfecta, esta democracia fue fundada en admirables principios humanos que se actualizan con el tiempo. Recientemente se han “atrevido” a denunciar a un expresidente. ¿Qué podemos aprender de esta nación?
Esta democracia federal permite a cada estado relativa independencia, manejando su propio presupuesto, policía y legislado. Por “encima” de ellos, el Gobierno federal administra intereses más amplios, como su política exterior, Corte Suprema, seguridad nacional, etc., manteniendo un compás moral unido, nacional. Aunque oficialmente existen solo dos partidos políticos, el pueblo se divide en tres (estimado en partes similares según kff.org): los más conservadores (republicanos), los más liberales (democráticos) y el último tercio, en el medio, que vota por el uno o el otro, dependiendo del candidato, época o tema relevante (“swing voters”).
Esta división de responsabilidades y triple separación popular tiene muchas ventajas como menos necesidad de coaliciones (como en democracias parlamentarias) y que la “identidad política” no parece tan dividida (con decenas de partidos pequeños). Hay desventajas: cada partido cuenta con un espectro de identidades, muchas veces conflictivas, además de una creciente polarización, especialmente en el republicano. Les falta mejorar, como, por ejemplo, que el presidente sea escogido por mayoría de votos y no por electorados (caso Al Gore). Además, la democracia americana es liberal en esencia, lo que permite, por un lado, más oportunidades, pero al mismo tiempo más corrupción e inequidad (está entre los bajos niveles del índex Gini para un país desarrollado, 42).
Aun así, están mejor que otras “democracias”, falsas o bajo amenaza, donde los diputados son escogidos según ideologías y de forma partidaria, lo que trae consigo problemas como decisiones según una agenda personal, política, religiosa, parcial o corrupta, y no por el bienestar de la mayoría de los ciudadanos en todo el país. En estas democracias son posibles las elecciones o cambio de líderes frecuentes, lo que trae inestabilidad y conflicto interno, como, por ejemplo, en Israel, que ha sufrido de cinco (5) costosas elecciones generales en solo tres (3) años con una actual problemática coalición.
Para muchos, la democracia es una expresión de valores sociales, como la libertad y la separación de poderes americana. Por estos valores pelean y mueren los ucranianos. En Irán hay elecciones y no son libres, su oposición cruelmente atacada. El más importante valor de toda democracia son los obstáculos que impiden el control absoluto de un pequeño grupo de personas; en EE. UU. hasta el mismo presidente puede ser destituido y su cadencia está limitada. Además, el legislativo federal está dividido en dos: los representantes (escogidos por regiones y por cantidad de población) y el Senado (quienes representan al Estado), los cuales se balancean entre sí; hay veto del presidente; tienen un independiente sistema judicial y que se preocupa por los derechos humanos, civiles y los de las minorías, menos representadas; los dos niveles de Gobierno (estatal y federal) sirven de filtro adicional para esta nación de 332 millones de personas.
Panamá, en ese sentido, es más estable, considerando que los diputados son escogidos por voto directo y regionalmente, además de que el Gobierno es escogido por separado, confiando en la discreción del presidente. Opino que este sistema es apropiado para un pequeño país, pues el pueblo en general está mejor representado y menos influido por una ideología que puede ir en contra de sus intereses personales. O sea, se vota por el candidato, y no el partido, el cual, en teoría, debe servir lealmente los intereses de su región y resolver los problemas de la ciudadanía. El problema es que estos, una vez escogidos, son difíciles de destituir y este es el reto que debe ser resuelto. Es dificultoso desarrollar un país dependiendo de la “buena voluntad” de sus líderes o de un estándar tan inferior como: “robó, pero hizo”.
Debemos aprender de la democracia americana y legalizar las prioridades nacionales: por encima están los intereses del pueblo y los recursos del país; luego la impunidad de los representantes, que ninguno esté por encima de la Ley, que a su vez debe ser respaldada por un sistema policial y judicial sólidos, justos y honestos (como lo hizo Hamilton en la Constitución americana). Debe establecerse un sistema de “responsabilidad” (“accountability”) de todo líder, a todo nivel, que, de no trabajar por los intereses del pueblo, de traicionar su confianza, aun después de ser elegido, será destituido fácilmente. Si Panamá contara con un sistema de “cuentas y balances” parecido al americano, se distribuirá mejor las riquezas y la justicia para todos, en vez de servir los intereses de unos cuantos. Este es un problema, no solo democrático, sino de valores sociales y humanos.