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- 23/11/2022 00:00
Diálogos y denostaciones aberrantes
La idea que tuvo Aristóteles de la comunicación o “retórica”, como él le llamó, fue “la búsqueda de todos los medios de persuasión que tenemos a nuestra disposición”. El esquema era muy sencillo: nos dirigimos al otro y organizamos un mensaje con la finalidad de convencerlo y por tanto él actuará, según se lo proponga el emisor. Tuvieron que pasar muchos siglos para que esa reacción también se comprendiera como una respuesta.
Es hasta mediados del siglo XX cuando esa noción básica se modificaría y se tornaría en un principio más simple. Unos ingenieros eléctricos concibieron un modelo lineal, en el que un emisor utilizaría un código lingüístico para elaborar un mensaje. Este surcaría un medio físico para llegar a un destinatario, quien comprendería la señal y por tanto la semántica del mensaje. Hasta aquí todo normal, pero no se había tenido en cuenta la capacidad de réplica.
Algunos autores, como Pasquali, dirían que el proceso ni era lineal ni de una fuente inteligente a una ignorante; sino que el esquema debería ser circular, donde ambos actores podrían intercambiar roles y cada uno en su momento, ser emisor/destinatario con capacidad de originar sus propios mensajes. Esto creó un nuevo problema teórico: ¿de qué manera se produce la respuesta y con qué diferencia de tiempo?
Dos factores, la capacidad de los canales de transmisión y la velocidad de la respuesta concentraron los estudios y definieron el salto que dio la comunicación y que hizo posible el surgimiento de los nuevos medios electrónicos. Las redes sociales son la respuesta que la tecnología ha brindado a la interrogante del tiempo de contestación. Los “seguidores”, la “masa”, los “fans” son la concreción de quienes interpretan y tienen capacidad de responder.
Pero, ¿de qué manera se actúa cuando se tiene la posibilidad de plasmar esa reacción o quizás persuasión aristotélica, que dejó de ser tal para convertirse ahora en un poder que también puede cambiar la realidad? Surge paralelamente una ética de contexto que rige para quien se propone producir sus mensajes de vuelta. A ellos también les corresponde la deontología.
Es por eso que preocupa el alcance de los mensajes que producen quienes están en la fase de “realimentación” a que se referían los estudiosos del proceso comunicativo. Hace unos días salió publicado en este diario un reportaje sobre la película Wakanda forever y se explicaba el uso de la palabra “queerbaiting”, que se refiere al señuelo utilizado en el cine o relatos que utilizan la relación entre homosexuales como una mención y no profundizan en sus historias.
Debajo de la nota, en el espacio de comentarios, hubo una buena cantidad de opiniones, 64 que se referían al término y extrañamente -que debería ser lógico- dejaron la nueva palabra a un lado y entraron a agredirse entre sí quienes participaban en el foro escrito. Se escribieron así, las peores denostaciones que a mentes normales pudieran ocurrírseles. Faltas de respeto, agresiones con epítetos, menosprecio a la libertad sexual y otras ofensas más graves.
Lo absurdo del caso es que quienes participaron en esta ordalía verbal, no eran capaces de comprender lo mucho que se tardó la tecnología para construir ese espacio en que ellos dejaban la bilis social que les carcome el hígado. Fue un ilógico uso del principio de libertad de expresión, pero en la desmesura de la irresponsabilidad, que hace hoy peligrar estos instrumentos conducentes a la retroalimentación y cierran el círculo de la relación comunicativa.
Surgen así algunas señales de preocupación. ¿Camina la sociedad en el sentido en que se mueven las nuevas tecnologías? ¿Cuál es el contexto moral de estos nuevos paradigmas?
¿Qué papel juega la educación en fortalecer un espíritu crítico, serio y respetuoso de los vínculos entre individuos para alcanzar una democracia verdadera? Todavía falta mucho por hacer.