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- 14/07/2021 00:00
La verdad del 'Dragón Chino'
Comienzo mi reflexión y análisis con un breve comentario: Hace unos días arribó a nuestro país, de paso, un compañero de mi promoción desde el Perú. Mi amigo mueve su inversión y capital a otro país, huyendo al discurso comunista del posible ganador de las elecciones de su país.
Muy preocupado, me comentó haber visto un “banner” de un banco chino que se promociona en el aeropuerto de Tocumen, este tipo de publicidad en el primer puerto de entrada manda un mal mensaje a los posibles inversionistas que pudiesen estar pensando en invertir o mover su capital a nuestro país. Se preguntarán, como mi compañero, ¿qué tanta influencia pueden tener los “China Continental” en este país?
Se ha posicionado con notable preeminencia en el espectro completo de la opinión pública, nacional y extranjera, el tema de la proyección global del poder económico y político del gigante chino, así como de la consiguiente e inevitable respuesta de occidente.
En el contexto de esta contienda, muchos Estados se han visto abocados a una toma de postura por uno u otro campo, no en el sentido de que súbitamente abracen el autoritarismo y el centralismo económico, sino de que sucumban a los cantos de sirena del dinero y las inversiones que, en cantidades verdaderamente fabulosas, vienen de Beijing a espuertas, lo que se traduce en la proyección de la influencia china en esos países. Las consecuencias de estas tomas de postura, eventualmente más temprano que tarde, se dejarán sentir profundamente en las sociedades y en los pueblos que las han adoptado. ¿Qué postura ha adoptado Panamá? ¿Cuál debe ser esta postura para que consulte el verdadero interés del país? Tema crucial, preguntas que encierran el futuro de las generaciones por venir.
Alejados del manido drama emocional que usualmente encubre y opaca este debate -ser independiente o prochino-, lo que se impone serenamente es reconocer que lo verdaderamente relevante es propiciar una discusión seria de altura intelectual, conceptual e informada, cuyo fundamento basal sea exclusivamente el interés nacional de Panamá, de su sociedad y de su pueblo, encuadrando ese interés en el largo plazo, y no basado en las pasajeras candilejas de una coyuntura epocal determinada. Si así procedemos, con altura, dimensión y extensión de miras, quizá descubramos que no todo lo que relumbra es oro. No vaya a ser que otra vez nos obsequien espejitos y se lleven el oro.
Pero primero, como suele decirse, hay que empezar por el principio: ¿cuáles son los auténticos intereses nacionales de la República de Panamá en el largo plazo, y cómo se articulan tales intereses en el contexto del conflicto civilizacional que hemos bosquejado líneas arriba? De aquí debe partir, necesariamente, cualquier discusión, y no de desfasadas peroratas ideológicas que más oscurecen que echan luz sobre este importante tema.
¿Cuál es, pues, el verdadero interés nacional de Panamá, lejos de la fanfarria ideologizante y demagógica con la que los políticos de todos los signos siempre han pretendido marearnos y confundirnos? El primer y fundamental interés nacional es el modelo económico basado en el complejo terciario (el canal, centro bancario y financiero, complejo logístico, etc.), en torno y en función del cual ha girado la vida entera de la nación, puesto que es este modelo exitoso el que sirve de soporte a la vida entera de la nación y posibilita su desarrollo y bienestar. Es este modelo real, actual, exitoso, mejorable sí, con falencias también. Pero es este y no otro.
El modelo es, en efecto, objeto de críticas sin duda atendibles (que es excesivamente dependiente de las fluctuaciones externas, que es concentrador desigual de riquezas, que propicia la inequidad regional y un largo etcétera). Omar Torrijos, a quien pueden atribuírsele muchas cosas, menos el defecto de ser tonto e irrealista, entendió con gran lucidez esta característica definitoria del país, de sus ventajas e inconvenientes, y proyectó con gran pragmatismo dicho modelo, concibiéndolo como una palanca para acumular riqueza que será luego transferida al resto de la nación en forma de oportunidades productivas para todas las clases sociales (este fue el sentido, luego abandonado, del Plan Nacional de Desarrollo de 1980). El modelo no era -no es- malo. Solo hay que afinarlo, sofisticarlo, adicionándole potencial productivo de valor agregado. (Ejemplo: ahora que está de moda, ¿por qué impulsar solo un hub logístico, si en cambio podemos propiciar el establecimiento de empresas en ese hub, que además adicionen valor agregado?).
El clivaje o esencia del modelo panameño ha sido, no obstante, a no dudar, de un éxito considerable, y ha servido, además de ubicarnos entre las economías más dinámicas de la región, en gran medida como pivote para moderar el choque económico mundial que supuso la pandemia. Ahora bien, es de obligado reconocimiento que este modelo fue engendrado, se ha desarrollado y actualmente está inextricablemente articulado a la economía occidental, representada, por naciones con economía descentralizada y sociedades abiertas.
En tanto que modelo económico descentralizado, estructurado sobre una sociedad abierta (valores que definen la modernidad), es antagónicamente opuesto al modelo chino, caracterizado por una economía centralizada, una sociedad autoritaria y carente de una sociedad civil libre y con autonomía privada para los individuos. Desde esta primera perspectiva, Panamá tiene un lugar nativo y originario en el concierto del occidente, con quien comparte no solo antiguos y firmes vínculos en lo económico, sino también disfruta de los valores sociales y políticos que son caros al mundo moderno. Pero desde luego esto no es todo.
Es innegable la emergencia de China. El ímpetu de su desarrollo está a ojos vista. Sin embargo, pese al gran avance experimentado en las últimas décadas, China sigue arrastrando graves y estructurales males (aún mucha pobreza, grandes abismos sociales, inequidad, separatismos regionales y nacionales, una economía centrada en la exportación, serios problemas demográficos, etc.). A los que se suman los menos relevantes y graves problemas de poseer un régimen político autoritario, controlado por una muy escasa elite dirigente, una sociedad ahogada bajo el peso del poder omnímodo del todopoderoso Estado-partido y una individualidad carente de derechos, oprimida por el poder. No todo lo que relumbra es oro, como ven.