El loco soy yo

  • 21/09/2025 00:00

Recientemente en un noticiero matutino vi una entrevista que me dejó pensando, por no decir preocupado, pues pareciera que no soy el único que está viendo un panorama que, por lo menos, debería causarnos algún nivel de interés, con respecto a lo que tiene que ver con la política regional.

Desde nuestros escritos hemos alertado sobre el autoritarismo que, mezclado al populismo y al fanatismo, son la fórmula perfecta para una sopa amaaaarga. Lo que mas me preocupa es que antes lo veíamos en muy pocos países, como por ejemplo se vio a inicios de los años 60 en la mayor de las islas caribeñas. Luego lo vimos nuevamente en la gran nación petrolera de Suramérica y algunos de sus vecinos y más recientemente hemos podido percibir en una nación del área centroamericana y un poquito más allá.

Un denominador común es que en todos los casos, estos líderes llegan a gobernar a sus países, con el apoyo de una mayoría que, aunque no es absoluta, sigue siendo la mayoría. Otra coincidencia, política o no, es que de las primeras cosas que hacen es que mandan a cambiar la Constitución o sencillamente se engullen al Órgano Legislativo y al Judicial, unos más rápido, otros no tanto. Y voilá bienvenidos a la nueva forma de gobernar.

La pregunta que cabría es, ¿por qué el “famoso pueblo” se decide a apoyar a una persona que tiene todos los visos del típico “caudillo” latinoamericano y que no promete mas allá de una o dos cosas? La realidad es que éstas una o dos cositas, son supremamente sensitivas para esa mayoría de habitantes. Como por ejemplo la seguridad o la economía, solo por mencionar un posible par.

Lo mas preocupante, al menos desde mi balcón, es que vemos como los ciudadanos están dispuestos a sacrificar derechos fundamentales a cambio de que el nuevo “líder les garantice la movilización por el territorio nacional o el poder transitar las calles de la ciudad capital de noche sin verse atracado o peor aún asesinado.

El tema aquí es que la mayoría de estos países, por no decir todos, ganaron su libertad gracias a una guerra de independencia, convenios, tratados o de la manera que hubiere sido, pero que en la otra mano están perdiendo sus respectivos países a manos de la corrupción, el crimen organizado o el narcotráfico.

¿Podrían entonces estos jinetes del apocalipsis, que se han ido infiltrando hasta dentro de los propios gobiernos, ser señalados como los artífices del descalabro político que se siente en nuestro continente?

No hay un solo país, cuya real democracia se esté viendo amenazada por ese grupo de populistas, de izquierda o de derecha, que no haya estado viviendo en el pasado inmediato una afectación de las esferas políticas tradicionales, por el vil metal que producen las drogas. Unos porque la consumen, otros porque la transportan y los otros porque la producen.

Pocos se han atrevido a enfrentarlos, pero sigo convencido que la democracia es el mejor sistema de gobierno que puede existir. No creo que dictaduras, de izquierda o de derecha, sean buenas para la libertad y si no son buenas para la libertad o para la justicia, no son buenas para el mentado pueblo.

Dice el dicho “cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas a remojar”. ¿Qué estamos esperando el resto del continente para no seguir siendo testigos silentes de la destrucción de nuestra estructura política?

No puede ser que líderes autoritarios que irrespetan las mismas bases que los llevaron al poder, se conviertan en los “gurús” de como gobernar. Y aquí entonces sumamos el ingrediente que le hacía falta al sancocho.

Mientras no eduquemos a nuestra población, iniciando por lo niños y jóvenes, sobre lo que es el empoderamiento de las masas, a que deben prepararse para ser políticas honestos y trabajadores por el bienestar, no de sus bolsillos, sino de las grandes mayorías y mientras no sacrifiquemos tiempo de nuestras ocupadas agendas, para ver mas allá de nuestra propia cerca, les seguiremos dejando el camino libre a los mismos de siempre.

¿Será que el loco soy Yo?

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