• 20/02/2024 00:00

El pueblo kuna sí tiene una historia

Desde hace algunos años se habla del pueblo kuna como del que tiene más bien un pasado mitológico, producto de la historia oral, muy deficiente, propia de sociedades sin escritura. Hace casi medio siglo adelanté, desde la primera edición (1978) de mi libro “La población del istmo de Panamá del siglo XVI al siglo XX”, una síntesis del relato de su poblamiento, de acuerdo con documentos originales de la época. Resumamos su historia hasta mediados del siglo XIX.

El principal fenómeno demográfico-cultural del Darién en cinco siglos ha sido la llegada de cuatro grupos étnicos que terminarán por compartir la geografía del territorio: negros coloniales, chocóes, kunas y, recientemente, campesinos de las provincias centrales. La mayor parte de los aborígenes del Darién que conocieron Colón y Balboa, de lengua cueva, desaparecieron rápidamente. El vacío demográfico creado en el Darién por la conquista hispánica a principios del siglo XVI habrá de ser llenado lentamente por la inmigración de poblaciones de lengua kuna que irrumpen a partir del Atrato colombiano empujadas por los indígenas de lengua chocóe, y por negros darienitas cuyos ancestros fueron esclavos importados para ocuparse de la minería, también sus enemigos mortales.

A finales del siglo XVI se señala la presencia de los kunas que atacan Chepo por primera vez en 1611, lo que repiten en 1635 y con más fuerza en 1652, en demostración, igualmente, de aumento de presión demográfica. Serán de costumbre aliados de los enemigos del Imperio español, piratas, corsarios y aventureros ingleses, holandeses y franceses como los que en 1680 y 1702 atacan las minas de Cana. Después que más de 2.800 escoceses desembarcaran desde 1698 y los sobrevivientes vencidos partiesen en 1700, los kunas siguen llegando a la costa norte.

La frecuentación del litoral caribe por contrabandistas a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, principalmente franceses de las Antillas, termina por incitar a algunos individuos a instalarse en ese territorio de manera más permanente. Los indígenas kunas acogen bien a los recién llegados, rivales de los españoles, sus enemigos tradicionales, y pronto aparecen las familias mixtas, más de un centenar, aunque en 1747 se cuenten sólo 63.

Los franceses del Darién se dedican afanosamente al cultivo del cacao cuyas plantaciones eran consideradas las más importantes del Istmo. Su deseo de organizar un poblamiento más estable aparece en las repetidas gestiones que adelantan ante las autoridades de Cartagena para regularizar su status jurídico y dotar a la colonia de instituciones políticas y religiosas elementales. Oscuras rivalidades con contrabandistas ingleses provocan en 1754 una “San Bartolomé” en pequeño: instigados por los ingleses que los utilizan en sus designios hegemónicos, los kunas asesinan a los franceses del Darién y sus hijos. Algunos sobrevivientes logran ganar la costa del Sinú, pero la colonización francesa termina definitivamente y sólo queda entre los kunas la técnica de costura de las molas.

Después de casi un siglo de hostilidades y la masacre en 1775 de más de 400 personas del pueblo minero de Pásiga, cerca de Chimán, surge la idea de terminar, de una vez por todas, con este antiguo problema, mediante una guerra de 1784 a 1792.

Acciones militares conjuntas desde Panamá y Cartagena deberían eliminar los kunas, cerca de 5.200 en 1784, y permitir la instalación de colonizadores que vendrían, primero, de Cartagena y de Lorica y también de las islas Canarias. Se establecen 4 fuertes militares a 60 kilómetros entre cada uno, en el arco litoral de San Blas, que además deberían servir de sitios de colonización blanca y mestiza: Mandinga, Concepción, Caledonia (Carolina), y Caimán en el actual territorio colombiano de Urabá. En el sur, en las planicies del río Sabanas, se erige el fuerte de Santiago del Príncipe para contener toda posible comunicación con esa parte del Darién en donde estaban aproximadamente 5.000 kunas, pero una vez más se produce el desastre.

La empresa bélica se desliza en una larga guerra de guerrillas con más de un millar de muertos, muchos jóvenes reclutados en todo el istmo, doscientos inválidos y cuesta una suma colosal superior a cinco millones de pesos al tesoro hispánico, sin ningún resultado definitivo, a pesar de que los kunas, casi agotados, con millares de víctimas, pidieran tregua y firmaran un tratado de paz. Los diarios de los oficiales de las expediciones militares desde 1786 hacen desfilar, ante nuestros ojos, día a día, este paisaje tachonado de pequeños grupos de chozas y su terrazgo de bananales, campos de maíz, yucales y palmares. Nos descubren grupos diferentes de algunas decenas y hasta más de un centenar de individuos que se lanzan en una lucha agotadora de guerra de guerrillas, o se libran con toda complacencia al comercio del trueque con el enemigo. Empieza la disminución de la población kuna y la caída de los cultivos vecinos de las aldeas, el avance de la selva y las insalubres marismas.

A mediados del siglo XIX, los kunas de la costa caribe del Darién han alcanzado el punto crítico, llegando a aproximadamente 3.700 registrados en 1854. Un mecanismo de supervivencia ha podido desencadenarse: el de la conciencia colectiva profunda que advierte a un grupo de su desaparición si no toma opciones decisivas, abandonar un litoral ocupado por ecosistemas que favorecían epidemias, incluyendo de malaria y fiebre amarilla. Aunque las servidumbres diarias impuestas a los indígenas por la falta de agua potable sobre las islas de coral, alejadas de la costa por varios kilómetros, no alentaban una mudanza del sitio de residencia principal, tenemos que constatar el principio de la emigración hacia las islas que ocurre a mediados del siglo XIX. Fenómeno que se acompaña de un aumento rápido de la población kuna del litoral continental e insular caribe darienita que es únicamente imputable a un esfuerzo de fecundidad propia, excluyendo toda inmigración significativa. Desde entonces, los kunas comienzan a vivir otra historia hasta hoy, apasionante, que debería escribirse verdaderamente.

El autor es geógrafo, historiador, experto en población
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