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El secuestro socialcomunista en Latinoamérica. Un aviso para Panamá

- 26/09/2025 00:00
La llamada Declaración de Buenos Aires, difundida, recientemente, durante la Conferencia de la Alianza Progresista de las Américas, se presentó como un manifiesto en defensa de la democracia frente a lo que definen sus promotores como “avance de la ultraderecha”. Sin embargo, este documento no es más que un intento de legitimar al populismo de izquierda -lo que denomino socialcomunismo- que, desde hace más de dos décadas, erosiona las democracias latinoamericanas, fractura instituciones y condena a nuestras economías a ciclos de pobreza y dependencia. El verdadero secuestro de nuestras libertades no proviene de ideas liberales o conservadoras, sino de ese progresismo que se disfraza de salvación mientras justifica regímenes autoritarios y arruina naciones enteras.
Los ejemplos abundan. México sufre el debilitamiento de contrapesos institucionales bajo un presidencialismo populista de izquierdas cada vez más absorbente. El Salvador padeció por años la parálisis, la recesión económica y la inseguridad bajo los gobiernos del FMLN. Honduras cayó en la órbita de Caracas con manipulación política y corrupción. Nicaragua y Venezuela se convirtieron en vulgares dictaduras de partido, con represión, ruina y exilios masivos. Colombia, hoy, ve tambalear su estabilidad bajo reformas improvisadas de corte cuasi comunista. Perú se hundió en crisis políticas continuas disfrazadas de un progresismo mediocre. Bolivia arrastra el peso de un Evo Morales y su movimiento comunista, MAS, que retorció la Constitución para perpetuarse. Ecuador soportó la centralización y la ruina del correísmo. Brasil vive marcado por la corrupción estructural y una izquierda perseguidora de sus opositores, mientras que Chile arrastra tensiones sociales, alimentadas y promovidas por sus gobiernos de izquierda que luego no supieron resolver. Argentina, hundida por el kirchnerismo que dejó, como su legado miserable, una inflación desbocada, pobreza creciente y un Estado clientelar incapaz de generar prosperidad.
Y está, además, la peor “herida totalitaria” que estas declaraciones progresistas prefieren callar: Cuba. Una dictadura que no solo viola derechos humanos, sino que se ha vuelto referente silencioso para las izquierdas que dicen defender la democracia mientras evitan condenar a sus pares autoritarios. Ese silencio es una confesión.
El socialcomunismo, no solo ha debilitado las economías con políticas ruinosas y subsidios clientelares diseñados para retener votos. También ha fracturado el sistema multilateral y los mecanismos de integración regional puestos, hoy día, al servicio de la retórica ideológica antes que de la verdadera cooperación, debatiéndose entre la irrelevancia y la manipulación ideológica, usados como plataformas para agendas políticas. Las consecuencias están a la vista: millones de ciudadanos forzados a abandonar sus hogares, economías dependientes de préstamos chinos, inflación estructural en varios países y generaciones enteras sometidas a un Estado que empobrece bajo la fachada de subsidios.
El daño no se limita al plano interno. En política exterior, las fuerzas de izquierda han legitimado un vergonzoso antisemitismo creciente disfrazado de solidaridad. Reconocen como “Estado Palestino” lo que en realidad es control territorial de grupos terroristas atrincherados en Gaza, que utilizan a millones de civiles como escudos humanos contra Israel, mientras la Autoridad Nacional Palestina calla, cómplice. Lo mismo ocurre con el respaldo al Frente Polisario, y su ficticia “República Saharaui”, grupo rebelde, con relaciones con redes radicales internacionales, contra Marruecos. Se trata de causas que no son emancipadoras sino desestabilizadoras, y el socialcomunismo latinoamericano las abraza como parte de su narrativa ideológica contra su autodeclarado “demonio yanqui”.
Tampoco es casual su discurso sobre la inmigración ilegal. Presentada como defensa de derechos humanos, en realidad ha abierto corredores de enriquecimiento criminal a traficantes de personas, coyotes y maras que convierten la tragedia migrante en negocio. El populismo progresista blanquea este delito mientras proclama slogans humanitarios.
Simultáneamente, a toda voz, califican de “ultraderecha” a quienes ofrecen resultados. Ahí ubican a gobiernos como el de Nayib Bukele en El Salvador, que redujo drásticamente homicidios y devolvió confianza a la inversión, o a corrientes como el liberalismo conservador que Milei impulsa en Argentina y que avanza en Paraguay y Ecuador. Demonizar al adversario con etiquetas es un mecanismo conocido: descalificar a quien demuestra con hechos que otro rumbo es posible.
América Latina necesita enfrentar con valentía intelectual este espejismo progresista. Las corrientes progresistas no salvan la democracia; la secuestra en su propio relato, torciendo la narrativa para encubrir a regímenes autoritarios y distractores externos. Sólo denunciando estas trampas podremos rescatar al continente del fracaso que intenta perpetuarse.
Desde Panamá, debemos mirar con claridad esta encrucijada. Nuestro país no puede abrir la puerta al socialcomunismo disfrazado de progreso. Necesitamos afirmar, con fuerza, los valores que garantizan libertad y prosperidad: las libertades individuales sobre el colectivismo, la libre empresa sobre el clientelismo estatal, el libre comercio sobre las cerraduras ideológicas, la libertad de pensamiento sobre la censura, el Estado de derecho sobre la arbitrariedad. Necesitamos un sector público reducido, transparente y eficaz, al servicio de la nación, un sector privado vigoroso como motor del desarrollo, y reforzar nuestra alianza natural con los Estados Unidos, que sigue siendo el pilar democrático del hemisferio, al mismo tiempo que administrar, con lucidez y prudencia, nuestra relación con China, evitando que Panamá termine “atado” a la dependencia de un modelo económico autoritario que, bajo apariencia de cooperación, busca generar control estratégico. Ese es nuestro reto: resistir las trampas del socialcomunismo y contribuir a defender una democracia verdadera, abierta y libre, y blindar el futuro que nuestra nación merece.