El objetivo principal de este equipo interinstitucional, según el Ejecutivo, será gestionar la crisis social y laboral que enfrenta la provincia

El agua es vida. Sin ella no habría ni plantas ni animales ni hombres, es decir, la vida tal como la conocemos en este planeta. El agua de los mares representa el 97,5 % de la que está en la superficie terrestre mientras que el agua dulce sólo el 2,5 % (lagos y ríos), sin que sepamos cuánto corresponde a aguas subterráneas que se pueden extraer mediante pozos. El agua que fluye por los ríos no es más que 0,01 % de toda la de la Tierra, de la que dependemos fundamentalmente para el consumo.
El agua es el principal agente de modelado del paisaje físico por su capacidad de erosión y de depósito de materiales acarreados por los ríos. El cambio climático, a pesar de la narrativa de los “negacionistas” de la ciencia más empoderados, está presente, afecta todo el planeta y, naturalmente, el istmo panameño. Lo notamos por el cambio del clima que se manifiesta en la alteración del régimen de lluvias y también en la elevación del nivel medio de los océanos por el calentamiento global que derrite los hielos polares, lo que ya obliga a poblaciones insulares a dejar su hábitat más que centenario, especialmente en el archipiélago de las Mulatas en el Caribe. Lo notamos en la erosión de la costa que es mayor también en muchos lugares del Pacífico.
A pesar de vivir en un país tropical lluvioso y de ocupar el envidiable puesto 25 de 147 países por riqueza hídrica, advertimos un problema de acceso al agua. En el Gran Panamá Metropolitano que reúne a la mitad de la población nacional (2 millones de 4,1 millones), 20 % de los hogares no recibe el servicio regular de agua potable, y en el interior la situación es aún peor. Sin embargo, somos el primer país de Latinoamérica y el cuarto del planeta con mayor consumo de agua per cápita, 507 litros por habitante, más de 2,5 veces el promedio mundial, con gran despilfarro. Esa agua surge de los ríos de algunas de las 52 cuencas hidrográficas en todo el país, 19 que desembocan el Caribe y 33 en el Pacífico. Ríos más bien cortos que fluyen en su mayoría en sentido perpendicular a la costa desde la cordillera central hasta los océanos, excepto en la cuenca del Tuira-Chucunaque que ocupa una amplia depresión tectónica y desemboca en el golfo de San Miguel.
Tenemos un lugar privilegiado por la abundancia de agua de un país tropical lluvioso, con extremos, entre 1.000-1.500 milímetros anuales en el llamado arco seco entre Tonosí y Chame hasta 5.600 milímetros más bien en zonas localizadas en montañas de la cadena central. Como ningún punto de Panamá está a más de 30 kilómetros del mar y a pesar de ciertos mitos de ambientalistas, el agua se precipita en el istmo por razones orográficas y no tanto por la evapotranspiración en bosques, por convección, tal como ocurre, por ejemplo, en la inmensa cuenca amazónica o del río Congo africano. Sucede sobre todo cuando se instala sobre el istmo el frente de convergencia intertropical durante la estación lluviosa. Es nuestra versión, mutatis mutandis, de los monzones que alimentan, al fondo del subcontinente, la cuenca del Ganges-Brahmaputra, de la India, cuando las masas de aire cargadas de humedad chocan contra los Himalayas.
Algunos ríos panameños son utilizados para generación hidroeléctrica, pero muy pocos para regadío. Una campaña mediática delirante combate esos (y otros) usos con el pretexto de proteger una población mínima que se afectaría directamente. Con sólo 15-20 % del territorio con buena capacidad agrológica para cultivos, el uso de esa agua, bien embalsada para la irrigación y bien canalizada para sus usuarios, podría modernizar el sector agropecuario y hacerlo más competitivo.
El más importante de nuestros ríos, de lejos a pesar de su pequeña longitud, sólo 125 kilómetros y su caudal, es el Chagres. Transformado en el Canal de Panamá, este río, el único en América que desagua en los dos océanos, es uno de los más relevantes del continente y hasta del mundo, puesto que transporta, en sus aguas, cerca de 5 % del comercio marítimo mundial. Pronto deberá recibir la ayuda de Río Indio, para alimentarlo con más agua para el consumo humano del istmo central de Panamá-Colón, con 57% de la población nacional, y para facilitar el tránsito en el Canal de más y mayores naves. Aseguraría, a corto y mediano plazo, el mejor funcionamiento del motor central de nuestra economía y prosperidad.
En el tema del agua en Panamá sobresalen el Ministerio de Ambiente, la ACP y el Idaan, que durante décadas ha brindado un servicio deficiente. Tenemos un extraordinario Plan Nacional de Seguridad Hídrica 2015 - 2050: Agua para Todos, elaborado por diecinueve instituciones, instrumento adoptado formalmente en 2016, que es la hoja de ruta solidaria que debemos ejecutar “para que el agua mejore nuestra calidad de vida, respalde nuestro crecimiento socioeconómico inclusivo y asegure la integridad de nuestro ambiente.” Con 5 metas, desde la primera, procurar “el acceso universal al agua de calidad y servicios de saneamiento” hasta la quinta, lograr “la sostenibilidad hídrica”, propugna por una “cultura de uso responsable y compartido de agua”, quizás el tema más difícil.
Somos uno de los primeros países del mundo en adoptar un Plan semejante, inspirado en el concepto de seguridad hídrica. Merece que el gobierno nacional continúe ejecutándolo bajo el entendimiento más amplio de alcanzar, mucho antes de 2030, los “Objetivos de Desarrollo Sostenible”, relacionados con el recurso agua, vital para nuestro presente y nuestro porvenir.