• 08/01/2022 00:00

La escuela en pandemia

“Cada generación […] es responsable del declive o del mejoramiento del producto que, al final, definirá el futuro de esa nación”

Concluye el periodo escolar 2021. La pandemia del SARS-CoV-2, no. La especie humana se repone y, bajo la bandera de la resiliencia, no solo supera sus dolores por las pérdidas humanas, sino que retoma las rutas erradas que el confinamiento y las medidas de bioseguridad le bloquearon. En el campo de la educación, los docentes continuaron especializándose para acumular papeles de acreditación que, al final no dicen quiénes son, sino quiénes podrían ser. Los estudiantes culminaron sus años escolares con el éxito que la oportunidad les brindó, no con el éxito de haberse formado como seres humanos completos. Ellos son otros que acumulan papeles de acreditación del mismo tipo. Se habla de proteger el medio ambiente, pero los desperdicios y el consumo desmedido de recursos se incrementa.

Se habla de que los exámenes internacionales evidencian la incomprensión de los textos en cualquier idioma, incluso el materno. Las autoridades se escandalizan por el número de fracasos en Español. Dicen que no es posible que uno fracase en un examen de lengua materna. Sin embargo, ningún adulto reflexiona ni se autoevalúa pensando en su propia construcción idiomática, porque ellos ya se sienten construidos e inmaculados.

Se formulan leyes cuya interpretación personal las aleja cada vez más de su cumplimiento y, por consiguiente, de sus razones de ser. Se alega que todos merecen oportunidades y, con eso, se apadrina y se educa en la permisividad. También se traicionan la decencia, la responsabilidad y la fe de quienes sí se ciñen a la norma.

Los encargados del sistema educativo, desde el más alto cargo ministerial hasta los docentes que impactan de forma directa en la vida de los estudiantes, tienen dos opciones: mantenerse verticales como los árboles o doblarse como la hierba, según soplen los vientos de la conveniencia, del error y del leseferismo. En esto, no hay medias tintas. Todo dependerá de dos cosas: la interiorización del concepto de dignidad y el proyecto de sociedad que se quiere construir. Lo primero no solo define a la persona la porta, sino que además inocula el alma de los estudiantes contra el virus de la corrupción. Lo segundo viene por añadidura, porque la sociedad se transforma en la medida en que todos nos transformamos. Si no predica con el ejemplo, el predicador es un mentiroso y, por tanto, un cómplice del error y de su perpetuación.

Todos los ciudadanos de una nación son el resultado de un proceso educativo que se inicia en el hogar, pasa por las escuelas y universidades, y que solo termina con la muerte. Este proceso es cíclico. Cada generación de padres, docentes, medios de comunicación y autoridades nacionales es responsable del declive o del mejoramiento del producto que, al final, definirá el futuro de esa nación.

Cada acción que todos estos responsables de cada etapa del proceso lleven a cabo permanece como huella que marca al producto de por vida. Por tanto, cada vez que se hagan pronunciamientos acerca de valores, cambios y mejoras, debe ser desde lo más hondo del convencimiento propio, de la puesta y práctica de aquello que se promete hacer, del ejemplo. De otro modo, esos discursos son simplemente un adorno protocolar con el que se intenta disfrazar la infamia de lo falso.

Los Gobiernos de turno llevan a los estudiantes de edad escolar a enfrentar pruebas académicas internacionales, pero, a lo interno, aplican una tabla que considera el 50 % de respuestas correctas como evaluación aprobatoria. Si a eso se suman las otras regalías que por condescendencia se han otorgado para promover a los estudiantes de un grado a otro, el producto que sale de esa etapa escolar llevará deficiencias que le harán difícil, si no imposible, el avance a la siguiente etapa.

Entonces, se crean los cursos de actualización y reforzamiento preuniversitarios como una etapa escolar adicional no oficializada para cubrir, en lapsos milagrosos, las carencias académicas.

Luego, vienen las alarmas que no pasan de los medios de comunicación a acciones efectivas, sino que terminan en promesas sempiternas que lo que consiguen es dejar a la sociedad entera más canija con el pasar de los años.

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