La interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia es una prioridad bilateral, y la oposición de las autoridades comarcales no frenará el proyecto.

En nuestro último artículo publicado en este medio, describimos lo que los estudios de opinión estaban reflejando sobre la situación política y social de Panamá.
Ahora, centrándonos en el presidente de la República, es claro que su imagen se ha deteriorado aceleradamente y su gestión es desaprobada por el 80,4 % de los panameños, sumado a la falta de respaldo político sólido, a que no ha podido hacer alianzas sólidas y duraderas con las distintas fuerzas políticas de la Asamblea Nacional, le ha generado un impacto en el piso de gobernabilidad al gobierno que, al ser tan endeble, puede volver a generarse protestas ciudadanas nuevamente en el futuro.
Desde antes de que el presidente Mulino asumiera la presidencia manifesté que él había ganado la elección con votos prestados, pues si bien un porcentaje de panameños le votó, no es menos cierto que, la mayoría de los más de 770 mil votos obtenidos, los logró por ser el candidato del expresidente Ricardo Martinelli.
Adicionalmente, esa cifra de votos obtenidos, cuando se contrasta contra el total de electores habilitados (más de 3 millones) nos dice que el presidente Mulino obtuvo el respaldo de apenas el 26 % de los electores, es decir, 7,4 de cada 10 panameños no le votó.
A todo lo anterior hay que agregar que sus principales ofertas electorales no se han podido cristalizar, generando en la población sentimiento de desesperanza, haciendo mella en la credibilidad del presidente.
Ahora, la pregunta es: ¿teniendo aún 4 años por delante, qué hacer para recuperar la confianza de los ciudadanos?
La primera acción, sin dudas, debe cambiar su comunicación, la forma como lo está haciendo, y con ello, la narrativa que le acompaña.
El ciudadano valora cuando un gobernante tiene la capacidad de escucharle, darle cara, aceptar las críticas, y de hablarle de manera clara y amable. Esto implica que el presidente tiene que comenzar a salir mucho más del Palacio de las Garzas, e ir a la calle, escuchar a la gente, accionar desde el territorio y menos desde el despacho.
Este fin de semana, el presidente Mulino asistió al Clásico Presidente de la República por segundo año, algo muy inusual en un presidente, pero quizás esta sea la primera acción que, si bien se expuso a ciertos riesgos, tiene un valor simbólico poderoso, pues salió del despacho y fue a la calle.
Esto le puede representar ciertas ventajas estratégicas, puesto que podría reforzarle la imagen presidencial como figura institucional vinculada a tradiciones nacionales, le permite mostrar cercanía sin el desgaste de confrontación directa y, si se comunica bien, puede proyectar estabilidad en medio de las turbulencias que ha vivido el país en los últimos meses.
Ahora, claro que hay riesgos evidentes, pues en un contexto de protestas por agua, salud y servicios básicos, empleo, entre otros, puede parecer desconectado o elitista si no hay gestos concretos hacia los reclamos ciudadanos, entonces la exposición pública pudiera alimentar el rechazo.
En resumen, salir del despacho no basta. Lo que importa es cómo y para qué se sale, con la premisa de dar la cara recupera confianza ciudadana siempre y cuando se acompaña de escucha activa y acciones visibles. La confianza ciudadana no se recupera solamente con presencia simbólica, sino con reconocimiento del malestar, admitir errores o limitaciones, generar empatía, diálogo directo, visitas a comunidades afectadas, sin filtros ni escenografía.
La clave está en transformar la exposición en interacción, y la interacción en resultados. Así que las acciones no solo deben ser planificadas, deben ser ejecutadas en tiempo y forma; lo que implica un seguimiento estricto de cada una de ellas, hasta obtener el resultado deseado.
Por ejemplo, en las giras comunitarias temáticas hay que mostrar compromisos con los problemas reales, y asignar responsables de esos compromisos. Sin embargo, si se omiten esas acciones se generará una percepción de indiferencia.
Cabildos abiertos con transmisión pública, eso ayudaría a democratizar la conversación, pero si hay un intento de manipular y editar la transmisión pueden producirse acusaciones de opacidad.
La construcción de alianzas con líderes locales, le permitiría crear puentes con sectores críticos, rompiendo el aislamiento institucional que hoy se percibe.
Lo anterior tiene que venir acompañado con una nueva narrativa de un gobierno que está en el terreno, al lado del ciudadano, lo que le permitiría reposicionar su imagen como ejecutor.
El presidente tiene aún cuatro años por delante, tiempo suficiente para recomponer su relación con los electores, ampliar su base de gobernabilidad y generar resultados tangibles, con estrategia, no con distracciones.