• 22/10/2008 02:00

Pesadilla que podemos evitar

Tradicionalmente se asegura que cada elección es la más importante en la historia del país, porque escogeremos el gobierno que definirá ...

Tradicionalmente se asegura que cada elección es la más importante en la historia del país, porque escogeremos el gobierno que definirá nuestro futuro por muchos años. Sin duda las próximas tienen esa característica especial, porque hay mucho en juego y nos arriesgamos a perderlo todo, si no actuamos con la sensatez que demanda el momento. Como muestra, imaginemos por un momento la pesadilla que nos espera si permitiéramos que la coalición gobernante repitiera su mandato.

De ganar el PRD continuaría ejerciendo a placer su dominio sobre todos los ministerios, entidades autónomas y empresas estatales que componen el poder Ejecutivo. Una renovación del mandato sería interpretada como la autorización para continuar una política económica de desmesurada apertura comercial dictada desde afuera, aunada a la desprotección del sector productivo interno, al descontrol de precios, al alto costo de los servicios públicos, y al aumento de la deuda pública. Las ineficiencias demostradas en asuntos de educación, transporte, seguridad ciudadana, atención de la salud, viviendas sociales, en medidas anticorrupción y en tantas otras lagunas, son claros indicios de que no habría ningún cambio real, aunque derrochen promesas como en el pasado, que lamentablemente han sido incumplidas. Y hablando de derroches, seguramente continuarían los gastos superfluos.

Si los votantes le regalan nuevamente al PRD una aplanadora en la Asamblea, el partido continuará controlando las acciones e inacciones legislativas, pasando a tambor batiente los proyectos nacidos de la voluntad presidencial —incluyendo los presupuestos estatales—, aprobando sin cuestionar los nombramientos que deba ratificar, otorgando todas las facultades extraordinarias que quiera el Ejecutivo y congelando los proyectos que la oposición presente.

Con el control de ambos Órganos, el PRD llenará a placer vacantes en la Corte Suprema de Justicia y designará un contralor general sumiso, que acate cualquier arbitraria utilización de dineros públicos. Y, de lograr dominar los gobiernos municipales, su control sería total sobre actividades políticas que favorezcan a copartidarios, utilizando para ello la cuestionada repartición de recursos de la operación del canal.

Ese escenario, por muy legal que fuera, no sería ni edificante ni saludable para el país. Entregaría poderes dictatoriales al grupo gobernante, para que pudiese seguir justificando acciones inconsultas, bajo la cínica excusa de que actúa en apego al mandato recibido. Irónicamente, equivaldría a atentar contra la democracia utilizando herramientas de la propia democracia.

Esa pesadilla se evitaría si votáramos a conciencia. No comulguemos con el candidato que más promesas bonitas ofrezca, porque las palabras se las lleva el viento. No creamos en un candidato solamente por la enorme publicidad que despliegue, porque con propaganda hasta un mal producto se vende. No confiemos en el candidato que más dinero reparta, porque ese obsequio lo hace sentirse liberado de cualquier compromiso.

Recordemos que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones. No es el momento para improvisar gobernantes ni para confiar en renacimientos espirituales engañosos. El tema es muy serio para equivocarnos y el juego es muy peligroso.

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