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- 20/11/2022 00:00
La honestidad como catalizador del desarrollo
Hoy, se celebra el Día de los Valores Cívicos, Éticos y Morales. Nadie puede dudar que la honestidad es el valor que provee el carácter, promueve la confianza, fomenta las relaciones saludables, fortalece las organizaciones y mejora la sociedad en general. Sin embargo, la honestidad ha desaparecido en las últimas décadas y está ausente de las costumbres y la vida ordinaria. Parece raro, pero ya no encontramos debates ni foros sobre cómo convertirnos en mejores personas, mejores ciudadanos, mejores funcionarios y mejores empresarios.
La honestidad es importante para llevarnos a pensar, sentir y actuar de manera decente y sincera. No podemos ser deshonestos y auténticos al mismo tiempo. Naturalmente, la honestidad contrasta con la mentira, pero tiene un alcance mucho más amplio que eso. También se opone al engaño, al robo, al incumplimiento de promesas, a la trampa, a la falsedad, a la hipocresía, al autoengaño y a otras formas de maldad. Funciona en contra de todos ellos, por lo que tiene un alcance extremadamente amplio e impactante.
Comportarse de forma honesta representa el núcleo de la moral. Y es precisamente porque ser honesto consiste en no distorsionar intencionalmente los hechos tal como los ve la persona honesta. Considere a un fabricante que miente sobre las cualidades de sus productos o altera sus balanzas en perjuicio de los consumidores. O considere un funcionario que cobra una coima por un trabajo que en principio debería realizar sin ninguna ventaja para él. O considere a un embotellador de sodas o fabricante de cigarrillos, que sabiendo que sus productos son malsanos, falsifica información, tergiversa su “marketing” y engaña al público al hacerlos ver que no hacen daño.
Es cierto, el comportamiento honesto de una persona o una corporación está ligado a cómo esa persona o corporación ve o entiende el mundo y a los hechos de una manera objetiva. Por un lado, si alguien cree genuinamente que la comida chatarra es saludable, entonces, cuando informa esa creencia a un amigo o consumidor, está siendo honesto, aunque la afirmación sea falsa. Pero por otro, si dijera que la comida chatarra es saludable, sabiendo y conociendo a conciencia que existe información científica que demuestra lo contrario, entonces, no solo estaría actuando de manera deshonesta, sino que comete un acto criminal que debería ser enjuiciado y condenado.
Definitivamente, hay mucho más que decir sobre los contornos de la honestidad. Por ejemplo, hay otra forma en que este valor se ha perdido, al punto que pareciera que la gente de ahora rara vez la posee. Basta con ver y oír la información que recibimos en los medios y en las redes. Sería interesante saber cuáles serían los resultados de un estudio de investigación en psicología o economía del comportamiento de los deshonestos. Estoy seguro de que de hacerse este experimento en Panamá con personas interactuando, llámese conversaciones, reuniones, toma de decisiones y otras instancias del quehacer humano, una buena cantidad de los participantes exhibiría un patrón de comportamiento que no se ajusta a nuestras expectativas de una persona honesta.
Asumiendo que muchos no son honestos en una variedad de circunstancias, y asumiendo que la honestidad es un valor importante que debemos cultivar en nosotros mismos y en los demás, es importante tomar medidas prácticas para hacerlo. Una sugerencia que nos vendría bien a todos es tener recordatorios regulares de honestidad en nuestras vidas. Recordatorios que ayuden a pensar sobre las consecuencias de actuar de forma deshonesta y que actúen más activamente contra el deseo de engañar, mentir o robar. Estos recordatorios pueden tomar una amplia variedad de formas, incluidos diarios, lecturas, letreros, mensajes de WhatsApp y correos electrónicos. También puede haber recordatorios en la escuela y el trabajo. En la escuela serían carteles con el código de honor que los estudiantes deben firmar antes de realizar un examen. Y en el trabajo serían letreros de la Misión y Visión de la institución. Sin duda, en la Asamblea Nacional es necesario colocar varios letreros, dada la cantidad desproporcionada de conductas deshonestas que se reportan de quienes laboran allí. Y lo mismo sería colocar recordatorios en todos los ministerios, juzgados y demás despachos del acontecer gubernamental, donde el índice de credibilidad y honestidad anda por el piso.
También, la honestidad podría mejorarse de una manera más virtuosa fomentando otras virtudes como la amistad y el respeto. Si alguien es genuinamente mi amigo, siempre voy a querer lo mejor para esa persona, incluso si es a expensas de mi propio interés. Cuanto más profunda es la amistad y el respeto, menos probable es que seamos deshonestos con los demás para nuestro propio beneficio.
Una sociedad honesta es la condición “sine qua non” para que logre su desarrollo y progreso. En Panamá, no solo hay que modernizar infraestructuras, sino también actitudes. Con una visión tramposa y una cultura juegavivo, seguiremos siendo subdesarrollados.