• 15/06/2016 02:00

El Curundú que conocí y el de hoy

La campaña electoral hace siete años me puso en contacto personal con un corregimiento de la capital añadido a mi circuito original, el 8-8

La campaña electoral hace siete años me puso en contacto personal con un corregimiento de la capital añadido a mi circuito original, el 8-8. Se trataba de Curundú que, en las elecciones anteriores, había pertenecido al Circuito 8-7. En el 2009, el Tribunal Electoral conformó un nuevo circuito de acuerdo a una distribución que afectó también la conformación del electorado en muchas regiones del país.

El nuevo Circuito 8-7, que me correspondió, se caracterizó por un marcado contraste entre sus votantes registrados: desde barrios como La Exposición, El Marañón, El Cangrejo, Hato Pintado, Pedro Miguel, Kuna Nega, Diablo y La Alameda, hasta Curundú, El Chorrillo y Santa Ana. La diversidad cultural, social, económica y etaria de quienes fueron agrupados bajo un mismo paraguas, constituyó un reto para poder representar en forma coherente y creíble todas las aspiraciones de sus distintos electores. Aún me pregunto si esa es la mejor manera de hacer representar en la Asamblea Nacional esas diferentes aspiraciones e intereses, muchas veces divergentes. Pero por lo pronto esa es la regla que rigió y que rige.

El tema me vino del recuerdo y lo traigo a colación por recientes manifestaciones de protestas y quejas que fueron ventiladas en los medios de comunicación, cuando un grupo de residentes decidió tomarse las calles del corregimiento para dejar oír sus voces disconformes. ¿Se trataba de personas que han exagerado sus demandas? ¿Tienen razón al quejarse de una mala calidad de sus nuevas viviendas o, por el contrario, eran los responsables directos del mal uso, abandono o descuido en el mantenimiento de esas nuevas viviendas?

Me adentré en aquella oportunidad hace años en las ‘entrañas del monstruo ' y quedé impresionada con las condiciones en que vivían y con el ambiente insalubre donde se forjaban las nuevas generaciones. Ambientes fétidos, suciedad y basura por doquiera, humedad y oscuridad a cada paso, terrenos inundados de aguas servidas, mal llamadas canchas para mal practicar deportes, ausencia de seguridad personal. En una ocasión hube de suspender una actividad para infantes, cuando recibimos aviso de despejar urgentemente el área porque se acercaban grupos violentos rivales que, en efecto, terminó con una inocente víctima fatal. Otra niña perdió la vida mientras dormitaba en su cuna en su vivienda, víctima de una bala perdida. Una mujer que se ganaba la vida ofreciendo comida casera fue asaltada en la esquina donde acostumbraba ubicarse. Como ella, allí habitaba gente decente y trabajadora. La droga ilícita campeaba a sus anchas y podía percibirse su olor con solo caminar por los estrechos callejones entre viviendas. Muchas veces el destacamento de la Policía del lugar me insistía en no incursionar sola con mi equipo de trabajo.

Y los frecuentes incendios que varias veces consumieron las poquísimas pertenencias de los desdichados damnificados, alojados temporalmente en pensiones o gimnasios cercanos en situación de hacinamiento infrahumano. A muchos visité tratando de llevar algún pequeño consuelo que, bien sabía, no alcanzaba a mitigar su dolor.

Hoy vemos que todo ha cambiado o, al menos, se trata de cambiar. Edificios nuevos, áreas de juegos para distracción de niños y niñas, espacios para la práctica de deportes, parques, ambientes sanos. Situación muy distinta, pero no basta con obras materiales. Se hace necesaria una transformación en los hábitos y prácticas de convivencia que promuevan una vida comunitaria rica en experiencias que forjen un tejido social robusto. Un entramado que cultive las buenas maneras, la cooperación mutua, la solidaridad y el valorar adecuadamente los bienes materiales y espirituales. Ese es el Curundú que nunca se debe olvidar, para no volver al denigrante pasado.

EXDIPUTADA

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