• 24/12/2022 00:00

¿Humanismo?… una opinión

La medicina es la más noble de las profesiones, dado que centra su atención en los más preciados valores de la humanidad, la vida y la salud.

La medicina es la más noble de las profesiones, dado que centra su atención en los más preciados valores de la humanidad, la vida y la salud. Es, por excelencia, una disciplina que exige gran sacrificio y, aunque la vocación y el talento son indispensables, el estudio y la preparación lo son en igual medida. Y para el ejercicio responsable de la profesión, la sociedad demanda, espera y merece lo mejor, por lo que, la idoneidad, la integridad ética y el cuidado riguroso son consustanciales.

Recoge la obra la mayoría de los descubrimientos e inventos más relevantes, que constituyen puntos de referencia en la evolución de la Medicina, recorrido que parte de la prehistoria y llega hasta nuestros días; sin embargo, desde el abordaje inicial hasta concluir el texto, destacan los aspectos éticos, desde la aparición del humanismo hasta la bioética. Y, aunque su prosa en muy cuidada, de altura, alejada por completo del menor interés por herir susceptibilidades, su aprecio por la conducta ética del médico es consistente, misma que fundada en el amor a la humanidad, en el interés decidido y permanente por el bienestar integral del semejante, debería ser el pivote en torno al cual, girase el acto médico. Las citas de médicos ilustres, que distinguieron la profesión, aportan un valor agregado invaluable, comenzando con Paracelso, que dijo: “El más alto grado de la medicina es el amor… por el corazón se forja el médico, que lo insta a hacer el bien y evitar el mal” y concluyendo con Sir William Osler, que advirtió: “La práctica de la medicina es un arte, no un comercio; una vocación, no un negocio”.

Desafortunadamente, en la actualidad, cada vez es más evidente la práctica de una medicina mercantilizada, donde el enfermo es cliente, no paciente, y el servicio profesional no es atención, sino una mercancía más, cuyo costo varía de acuerdo a criterios, no precisamente de orden profesional sino conforme las reglas del libre mercado, de modo tal que, con frecuencia, en lo que se ha dado en llamar la medicina defensiva, se recurre a multiplicidad de exámenes y procedimientos complementarios, habitualmente onerosos, todo lo cual, no necesariamente determina una óptima calidad de atención. La relación médico-paciente ha sido desvirtuada, en perjuicio directo del paciente, debido al creciente control que ejercen las empresas prestadoras de servicios, las aseguradoras y la industria farmacéutica, cuyo objetivo fundamental común es el lucro ilimitado para los inversionistas. Todo lo cual desnaturaliza la relación médico-paciente, en franco perjuicio de la calidad de la atención y lógicamente, de la recuperación del paciente.

En este escenario, donde el ser importa muchísimo menos que el tener, donde la apariencia cuenta más que el contenido, y donde el afán por el dinero, desplaza la ética, ubicándola como burdo disfraz, utilizable a conveniencia, según las circunstancias, no es infrecuente ver charlatanes esquilmando incautos sin el menor sonrojo quizás porque, según afirman algunos de estos delincuentes, “los valores morales han cambiado”.

Samuel Johnson, poeta, ensayista y moralista inglés del siglo XIX, dijo: “La integridad sin conocimiento es débil e inútil y el conocimiento sin integridad es peligroso y temible”. En ningún otro campo del quehacer humano, son tan determinantes la integridad ética y la probidad profesional, como en la Medicina, porque los primeros deberes del médico son el “nil nocere” y el “bonum facere” o lo que es lo mismo, no dañar y hacer el bien. Y es que, en el trasfondo de esta obra, subyacen los valores éticos, como si el objetivo fundamental de su autor fuera el llamado permanente a procurar el mayor bienestar posible del enfermo, coincidiendo así con el moralista Hans-Martin Sass, del Instituto Kennedy de Ética, quien dijo algo semejante a Johnson: “la ética sin pericia nunca puede ser eficaz, la pericia sin ética nunca redundará en el bien del paciente”. Me aventuro a afirmar que ello ha sido así a consecuencia del nivel de conciencia del autor, sobre la evolución de nuestra profesión, puesto que hoy por hoy, una de las principales causas de muerte, es precisamente la mala práctica médica. En el informe del Instituto de Medicina de los Estados Unidos (ION Institute of Medicine) emitido en noviembre de 1999, ya se afirmaba que hasta 98,000 pacientes hospitalizados fallecían anualmente por errores médicos. Situación que provocó gran alarma y motivó la creación, por mandato presidencia, de un Centro para la seguridad del paciente y tradujo un aumento de la presión ciudadana para que se declarasen los errores médicos.

Para fines de la década de los 80, solo el 1% de los hospitales en los Estados Unidos tenían comités de ética y para fines de esa misma década alcanzaban el 60% los Comités de Bioética. Hoy día, es inconcebible un hospital sin este tipo de organización interdisciplinaria, que se ocupe de atender los aspectos éticos que surgen en la práctica de la medicina hospitalaria. No obstante, cuando por inconsciencia y/o cortedad de miras, se adolece de una política administrativa y en su lugar campea la administración política, la eficiencia, el avance y la seguridad en la atención son objetivos casi imposibles de alcanzar, porque en un escenario de este tipo, la mala práctica profesional adquiere patente de corso. La mala práctica, lamentablemente, muchas veces es promovida y hasta encubierta por los principales rectores y custodios de la salud pública. Es increíble, por decir lo menos, que, en el siglo de la comunicación y la tecnología, haya autoridades con mando y jurisdicción, que, conociendo hechos graves, como la emisión de diagnósticos erróneos, tanto por parte de técnicos como de profesionales, que no reúnen los requisitos mínimos requeridos para desempeñar funciones tan delicadas, se crucen de brazos y, sin embargo, puedan dormir tranquilos.

La obra del respetado colega, la recomiendo sin reservas de ninguna índole, consciente de que su lectura, análisis e incluso debate, sería una herramienta de gran valía, particularmente para estudiantes de Medicina y ciencias biológicas afines, así como para médicos jóvenes en etapa de entrenamiento, cuyo desempeño podría contribuir a la recuperación integral de esta noble profesión, hoy, penosamente sumida en un proceso de degradación y sujeta a los intereses del capital financiero, cuyo principal objetivo es el insaciable afán de acumular excesos de toda índole.

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