• 01/09/2025 00:00

¿IA: asesino de empleos o potenciador de carreras?

El debate sobre la inteligencia artificial ya no es futurista. Está aquí, en nuestras oficinas, universidades y empresas. Desde el lanzamiento de ChatGPT en 2022, el temor de que esta tecnología desplace a millones de trabajadores se ha mezclado con la esperanza de que también abra nuevas oportunidades. La pregunta central es: ¿la IA destruye empleos o los transforma?

Un estudio reciente de la Universidad de Stanford, basado en millones de nóminas de empresas estadounidenses, muestra un dato inquietante: los más afectados son los jóvenes entre 22 y 25 años, en especial en profesiones como desarrollo de software, traducción, servicio al cliente o tareas administrativas. Desde finales de 2022, el empleo en estos campos cayó cerca de un 20% para ese grupo. El hallazgo importa también para Panamá. Nuestro país ha apostado en los últimos años por impulsar carreras tecnológicas y atraer inversiones en servicios digitales. Pero si los puestos de entrada —los primeros escalones de la escalera laboral— son reemplazados por algoritmos, nos enfrentamos a un dilema: ¿cómo construir el capital humano del futuro si los jóvenes no tienen dónde adquirir experiencia?

El mercado laboral siempre ha funcionado como una escalera. Los recién graduados entran en posiciones iniciales, cometen errores, aprenden habilidades prácticas y, con los años, ascienden a roles de mayor responsabilidad. La paradoja es que la IA está borrando esos peldaños básicos. Un bot puede escribir líneas de código o atender una consulta rutinaria mejor que un principiante. Pero un bot no sabe negociar con un cliente, entender el contexto de una empresa o liderar un equipo multidisciplinario. Esas competencias se adquieren con años de práctica. Si los jóvenes panameños no tienen acceso a esas primeras oportunidades, ¿quién reemplazará a los expertos de hoy cuando se jubilen? El riesgo es formar una generación perdida de profesionales con títulos universitarios, pero sin la experiencia que los vuelva valiosos en el mercado.

El mismo estudio revela un fenómeno curioso: los trabajadores mayores mantienen o incluso aumentan su relevancia. Quienes ya pasaron por años de aprendizaje tienen habilidades no automatizables: juicio crítico, manejo de crisis, visión estratégica. En Panamá, esto puede significar que gerentes de 40 o 50 años sigan en posiciones clave más tiempo del previsto, mientras los recién graduados enfrentan un embudo cada vez más estrecho para ingresar. Este fenómeno puede agravar tensiones sociales. Una juventud educada, pero desempleada o subempleada, suele ser terreno fértil para frustración y descontento. Panamá ya sufre niveles de desempleo juvenil cercanos al 15%, muy por encima del promedio nacional. La irrupción de la IA amenaza con ensanchar esa brecha.

Otros países han demostrado que no basta con reaccionar: hay que anticiparse. Singapur, por ejemplo, entendió desde temprano que la IA podía desplazar empleos, y en lugar de dejar que la disrupción arrasara con el mercado laboral, diseñó políticas de capacitación masiva, programas de reconversión y pasantías financiadas para jóvenes graduados. El resultado ha sido que, aunque la IA ha automatizado funciones, también ha creado nuevas trayectorias profesionales y permitido que trabajadores de todas las edades encuentren un lugar en la economía digital. No se trata de evitar la tecnología, sino de preparar a la población para convivir con ella. Esa visión estratégica es la que Panamá debe asumir, y con urgencia.

Aquí, el riesgo más grande es quedarnos en tierra de nadie: jóvenes que estudian carreras demandadas en teoría, pero que en la práctica son barridas por la automatización. La educación superior necesita moverse rápido hacia programas que combinen técnica con pensamiento crítico, comunicación y resolución de problemas. Las empresas deben entender que usar la IA solo para reducir planillas compromete su propio futuro, porque eliminan el semillero de talento que necesitarán en unos años. Y el Estado debe trazar una política clara que oriente la adopción de IA, promueva la innovación y asegure que los beneficios lleguen a la juventud.

La IA no es, en sí misma, un asesino de empleos ni un garante de prosperidad. Es una herramienta. Su efecto dependerá de cómo decidamos integrarla en nuestras instituciones. Si la usamos solo para eliminar puestos de entrada, enfrentaremos una tormenta perfecta: jóvenes sin experiencia, expertos que no se renuevan, y una brecha social que se profundiza. Pero si la orientamos a extender las capacidades humanas, a preparar a nuestros jóvenes para trabajos híbridos donde la IA es un copiloto y no un reemplazo, podremos transformar la amenaza en oportunidad.

La verdadera pregunta para Panamá no es si la IA nos va a desplazar, sino si seremos capaces de producir, mantener y transmitir experiencia en un mundo donde las máquinas aprenden más rápido que nosotros. Singapur ya demostró que se puede. Ahora nos toca decidir si vamos a quedarnos atrás o si seremos capaces de aprender de quienes supieron anticiparse.

*El autor es financista
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