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- 18/04/2020 00:00
John Snow, el cólera y los paradigmas científicos
Londres, 1854. Brote de cólera mata cientos de personas en el barrio de Soho. El Dr. John Snow convence al Concejo local para que clausure la pluma de un pozo del que extraen agua los vecinos. En la cultura popular, este evento permitió controlar la epidemia de cólera de ese año y convenció a las autoridades sanitarias de Londres de que el cólera era causado por la ingesta de agua contaminada. Pero la historia es algo más compleja y no, Snow no convenció a las autoridades sanitarias de su teoría sobre el modo de transmisión del cólera.
Snow había publicado cinco años antes (1849) su ensayo titulado 'Sobre el modo de comunicación del cólera'. Allí proponía que dicha enfermedad era transmitida por alguna sustancia, un materies morbi no identificado, que el enfermo expulsaba de su tracto digestivo en las heces, con la diarrea característica del cólera, y que ese materies morbi se mantenía en el agua que, al ser bebida por las personas, estas contraían la enfermedad. Snow no fue específico en decir que el materies morbi se tratara de un microbio, él sugería que podía ser una sustancia tóxica.
Para entonces, en plena era victoriana, el paradigma reinante sobre el origen de las enfermedades era otro, la teoría de los miasmas. Dicha teoría propugnaba que la putrefacción de materia orgánica generaba unas emanaciones vaporosas o miasmas que, al ser inhaladas por la persona, podían causar diversas enfermedades, entre ellas el cólera. La teoría de los miasmas nos parece risible hoy que tenemos una mejor teoría, la del origen microbiano, pero, si usted lo medita con detenimiento, notará que la teoría de los miasmas surge de observaciones muy intuitivas que son muy difíciles de ignorar. Esas emanaciones, repulsivas a nuestro olfato humano, nos resultan desagradables precisamente porque ello es una adaptación evolutiva que consiste en que, al identificar esos aromas emanados por materia orgánica en proceso de putrefacción, la repugnancia que nos provocan nos protege de ingerir alimentos que, si los ingiriésemos, nos causarían enfermedad. Así, la teoría de los miasmas, aunque hoy es una curiosidad histórica, no es tan irracional nada, es muy intuitiva.
Con base en esa predominante teoría miasmática, habían sido instituidas ya en el Reino Unido (y otros países europeos) importantes políticas de sanidad pública. Se pensaba que, drenando aguas estancadas, llevando mejores prácticas de disposición de desechos y buscando mejores fuentes de agua para uso humano, se impactaría positivamente en la salud de la población. Así, aunque la teoría miasmática no era la mejor, inspiró una serie de políticas sanitarias que iban en la dirección correcta, aunque no fueran lo suficientemente lejos.
Volviendo a los múltiples brotes de cólera en Inglaterra, la determinación de cuál era el modo de transmisión tenía enorme relevancia práctica. Algunas de las medidas sanitarias que debían adoptarse eran invariantes según qué teoría resultase más acertada, pero de resultar cierta la teoría de Snow, las medidas sanitarias recomendadas por la teoría miasmática serían insuficientes. En particular, uno de los corolarios de la teoría de Snow era que cualquier persona que entrase en contacto con el enfermo o sus ropas –que podían contener restos de sus heces- debía lavarse las manos constantemente. Snow hizo estas recomendaciones de modo expreso en su ensayo de 1849.
¿Cuál era la desventaja que tenía Snow para convencer a la comunidad médica de que no eran los efluvios miasmáticos, sino a través de la ingesta de agua como primordialmente se transmitía el cólera? Básicamente, Snow tenía era una interesante hipótesis, pero le faltaba el eslabón de identificar qué era ese materies morbis que causaba la enfermedad al ser ingerido por la persona. Snow no había hallado un microbio al que pudiera atribuirle directamente la causa de la enfermedad ni había demostrado en un laboratorio que al inocular un determinado microbio a una persona o animal sano, este desarrollase la enfermedad. Su hipótesis chocaba con el paradigma reinante de la época, la teoría miasmática. La teoría de Snow debía competir con una teoría que había llegado primero y había sido aceptada previamente por la comunidad científica, aunque no tuviera más méritos.
Un elemento que ilustra lo anteriormente expresado es el siguiente. La Junta de Salud británica, nombró comités investigadores. Uno de ellos, el Comité de Indagaciones Científicas (CSI, por sus siglas en inglés), estaba compuesto por renombrados médicos que eran considerados eminentes autoridades en el movimiento sanitario [Am J Public Health. 1988;88:1545-1553]. A su vez, en dicho CSI se nombró de investigador a Arthur Hill Hassall, quien ya era famoso por sus trabajos que habían revelado datos sobre la contaminación de las aguas en el Támesis, incluyendo por lo que entonces llamaban animáculos (microbios). Hassall halló bajo el microscopio, que en las heces de los enfermos de cólera se encontraba unos vibriones (bacterias) peculiares. Allí estaba la evidencia que corroboraba la tesis de Snow. Sin embargo, Hassall consideró que más que ser causante, la presencia de esos vibriones en las heces de los enfermos de cólera se debía a que la enfermedad creaba las condiciones idóneas para que dichas bacterias se propagaran en el tracto digestivo del enfermo. Es decir, la presencia de los vibriones era una consecuencia, y no causa de la enfermedad.
Lo anterior es un claro ejemplo de lo que el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn popularizó como la inconmensurabilidad de los paradigmas científicos. Hassall no pudo ligar la causalidad porque veía las cosas a través del paradigma de la teoría miasmática, cosa que le impedía 'ver' lo que tenía frente a sus narices. Robert Koch, 30 años después, postuló que el cólera era causado por la bacteria Vibrio cholerae, cosa por la que entoncs Koch, a pesar de ser ya una celebridad internacional, fue vilipendiado. Aún en 1885 en Roma, durante la Sexta Conferencia Sanitaria Internacional, la discusión sobre la etiología del cólera fue vetada por la delegación británica [BMJ.288.6414.379], pues, sus representantes no querían saber nada de la teoría de Koch. Los consensos científicos, que les llaman.