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- 27/12/2020 00:00
¿El juegavivo como virtud?
El “juegavivo” panameño se rige por el criterio de su “necesidad” personal, no la de otros, para lograr su objetivo. Su meta hace que todo lo que él haga sea necesario y justificable. Ese criterio de necesidad, según quien lo sostiene, lo absuelve de toda culpa, lo hace inocente de cualquier transgresión y convierte su actitud, aparentemente mezquina, en una virtud necesaria para él y sus circunstancias. Esta inversión de valores pareciera contradictoria, por eso para entenderla y evaluarla primero debemos preguntarnos ¿en qué se sustenta esa supuesta “necesidad” redimidora?
En términos generales, para deducir posibles respuestas existen, por lo menos, tres puntos de vistas: el histórico-cultural, el psicológico y el filosófico.
Nuestra historia nacional se ha desarrollado en etapas sucesivas, formando en cada una de ellas “panameños”, fruto de sus circunstancias y contexto histórico-cultural. Así, los primeros panameños fueron los aborígenes de las diversas etnias indígenas que habitaron el istmo antes de 1501; le siguieron los panameños del Panamá hispano (1501-1821) con sus ingredientes africanos, europeos y mestizos; después los panameños de la breve y revolucionaria época colombiana (1821-1903); y hoy los panameños actuales de nuestra presente era republicana (desde 1903).
Para los interesados, existen análisis de diversas índoles sobre todas estas etapas, pero, en el contexto de “necesidad” versus valores tradicionales, vemos las siguientes sustentaciones histórico-culturales: primero, el sufrimiento y doblegamiento de los panameños indígenas a mano de los conquistadores españoles; segundo, la inseguridad y humillación de los panameños coloniales, sujetos a su discriminación por casta y raza, por parte de sus gobernantes peninsulares; tercero, el miedo y pesimismo de los panameños-colombianos ante la distante Bogotá, en especial por su tratamiento como ciudadanos de tercera categoría.
En forma algo desordenada, ese sufrimiento, doblegamiento, inseguridad, humillación, miedo y pesimismo de los panameños de épocas anteriores creó las condiciones morales y culturales de hoy, sustentadoras de la mentalidad del juegavivo panameño del Siglo XXI.
Esto nos lleva a la justificación psicológica: frente a esa carencia de confianza cultural y moral, sin poder contar con el apoyo de valores tradicionales, el “juegavivo” panameño trata de buscar una nueva modalidad de vida para escapar de esa decadencia que le asedia y atemoriza, tratando de recuperar su confianza, creando otra moralidad basada en su necesidad personal, no en la moralidad de rebaño compartida con Occidente. Ese elemento psicológico o crisis existencial, forma la base del uso de su “necesidad” personal como su auténtica y nueva moralidad, guía de todas sus acciones.
Llegamos así a consideraciones filosóficas en esta contienda “necesidad” versus valores tradicionales. Panamá comparte su tradición filosófica grecorromana y su teología judeocristiana con Occidente, ambas propuestas formando el núcleo de nuestro sentido común y valores, muy contrarias a la moralidad mezquina antedicha del juegavivo. Desde el punto de vista teológico y filosófico occidental, no se pueden centrar virtudes y valores en “necesidades”, sino en un solo Dios todopoderoso; en la primacía de la razón; en una verdad absoluta, eterna e inmutable; y en la existencia del más allá después de la muerte, premisas esenciales de las creencias tradicionales occidentales, que son fijas, canónicas y obligatorias. En consecuencia, basar virtudes en necesidades es un grito de rebeldía, según esas creencias occidentales.
En efecto, el juegavivo panameño es un rebelde con causa que traza su propio camino de superación individual, desafortunadamente sin la complementariedad necesaria de la convivencia y equidad social. ¿Virtud o defecto?