• 09/12/2025 00:00

La ciudad que despierta tarde para los jóvenes

En Panamá, ser joven no es despertar para vivir: es despertar para sobrevivir en la ciudad. Lo primero que muchos hacen al abrir los ojos no es desayunar, sino prepararse para competir contra el tráfico.

Los embotellamientos de la hora pico pueden extender un trayecto sencillo por más de una hora; aunque el Metro continúa su expansión, su cobertura sigue siendo limitada. Para quienes recién ingresan al mundo laboral, el transporte no solo representa una pérdida de tiempo, sino un filtro de oportunidades: pasantías, entrevistas o empleos temporales se descartan simplemente por la distancia o el costo del traslado.

Al llegar a la oficina aparece la segunda presión: la inestabilidad laboral juvenil. Aunque el país presuma cifras macroeconómicas positivas, la realidad es que los jóvenes enfrentan contratos cada vez más frágiles. Los famosos “servicios profesionales” se han convertido en el disfraz perfecto de la precariedad: los empleadores contratan sin firmar un contrato formal, sin seguro social, sin vacaciones, sin décimo, y con la libertad de despedir en cualquier momento.

Muchos jóvenes panameños trabajan durante meses bajo modalidades que, en teoría, son “independientes”, pero en la práctica funcionan como empleos comunes sin ninguna de las protecciones laborales mínimas. Con salarios que no cubren el alquiler, el transporte y la comida, la gran mayoría termina atrapada en un ciclo de trabajo inestable, altos costos de vida, endeudamiento y cero capacidad de ahorro.

Y, cuando cae la noche y las luces de los edificios se encienden, la tercera presión se vuelve evidente: la vivienda. Los precios de alquiler continúan subiendo mientras los salarios permanecen iguales. Al no poder costear vivir en el centro, muchos jóvenes se ven obligados a mudarse a zonas cada vez más periféricas, o a seguir viviendo con sus familias más allá de lo deseado, postergando la independencia y el sentido de pertenencia hacia la ciudad.

Transporte, empleo y vivienda: tres presiones que se entrelazan y forman un círculo vicioso que empuja a la juventud hacia el cansancio y la frustración.

La ciudad de Panamá necesita un cambio profundo en su manera de planificar: un transporte público más eficiente y accesible, reglas claras que protejan a los jóvenes de la precariedad disfrazada como “servicios profesionales”, y políticas de vivienda realmente asequibles, que permitan que la ciudad también sea hogar y no solo un lugar de paso.

Los jóvenes no pedimos privilegios; pedimos condiciones justas para aportar al país que queremos construir. Porque si la ciudad no funciona para sus jóvenes, entonces la ciudad no está funcionando en absoluto.

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