• 04/08/2025 00:00

La esperanza activa y el compromiso con la paz en un mundo fragmentado

Vivimos en un mundo donde la fragilidad del orden internacional y la erosión de los valores democráticos amenazan con deshacer los avances en la convivencia pacífica. En medio de esta realidad, creo en la importancia de mantener una visión optimista y activa, basada en la esperanza, el respeto a los derechos humanos y la defensa del multilateralismo. Solo a través de la solidaridad internacional y el compromiso colectivo podemos aspirar a construir un futuro más justo y pacífico.

Hace unos años, leí el libro Los internacionalistas, que relata cómo en 1926 un grupo de soñadores de distintas partes del mundo logró, mediante un plan radical, prohibir la guerra. Para mí, nacido en los ochenta y formado en los noventa, la guerra nunca ha sido algo normalizado. Desde siempre, he visto en la prohibición de la guerra y la promoción de la paz un valor fundamental, reservando su uso solo para momentos extremos, como en el caso de la defensa frente a una agresión extranjera.

Este compromiso con la paz también se refleja en mi trabajo como defensor de derechos humanos. Mucho del ordenamiento y principios del derecho internacional y de los derechos humanos fue una respuesta a la barbarie de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Los horrores de esos episodios nos enseñaron que la dignidad humana debe ser inviolable, y que la convivencia pacífica requiere reglas que protejan la integridad física, mental y espiritual de todas las personas, sin distinción de color, orientación sexual, origen cultural, edad, género, movilidad humana o cualquiera otra condición.

Lamentablemente, hoy enfrentamos una etapa desafortunada. Diversos factores se combinan para normalizar la separación de las personas, deslegitimar la humanidad en grupos y promover la idea de que la fuerza y la violencia son recursos legítimos para ejercer poder. En un contexto de cambios profundos, donde crecen la insatisfacción con las democracias, la manipulación de la información, las aspiraciones autoritarias y las tensiones sociales, algunos han capitalizado en un culto a la indiferencia. La indiferencia ante el sufrimiento del otro, como en Sudán, Ucrania y Palestina, alimenta este proceso de fragmentación.

Esta indiferencia ha calado profundamente. Parte del mundo mira a otro lado frente a genocidios documentados por organismos internacionales y organizaciones de derechos humanos en Darfur y Gaza. Estados supuestamente democráticos atacan a la Corte Penal Internacional. Gobiernos siguen aceptando cooperación internacional o hacen negocios con quienes bombardean a mujeres y niños. Esto no es ético, va en contra del derecho internacional y viola compromisos que nos obligan a obstaculizar la atrocidad de la limpieza étnica y a impedir que se frene la ayuda humanitaria a pueblos en hambre.

Pero, a pesar de estos momentos difíciles, la historia nos muestra que siempre podemos encontrar caminos hacia la reparación: la paz, la solidaridad y el amor. La esperanza activa, esa expectativa de que las cosas pueden y deben ser mejores, es una fuerza poderosa. La ex primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, expresó que “optimism is true moral courage” y que “el optimismo es una expectativa de que las cosas pueden y deben ser mejores”. Esa idea resonó profundamente en mí, reforzando la importancia de mantener viva la esperanza, incluso en tiempos de incertidumbre.

Vivir en un país pequeño que depende del multilateralismo y los principios internacionales, como el respeto a los derechos humanos, es un privilegio. La defensa de sistemas como el Sistema Interamericano y las Naciones Unidas es fundamental para nuestra supervivencia como Estado y para fortalecer un mundo más justo y pacífico. Es imperativo que volvamos a valorar y respetar estos principios, promoviendo su cumplimiento con decisión.

Desde lo individual y lo colectivo, debemos tomar partido. No podemos permanecer indiferentes cuando se erosionan los valores democráticos, independientemente de quién los promueva. Es necesario salir del binarismo ideológico y centrarnos en los mínimos comunes que garantizan la convivencia: respeto, justicia, igualdad y dignidad. Esto implica intervenir activamente frente a la vulneración de derechos, como el trato indigno hacia personas indígenas, la instrumentalización de personas trans, los derechos de trabajadoras y trabajadores, la criminalización de minorías, y toda acción que vaya en contra de la dignidad y la paz de las personas.

En conclusión, la solidaridad, el respeto y la defensa de los derechos humanos son los caminos que nos llevarán hacia un mundo más pacífico. La esperanza activa no es solo un ideal, sino una responsabilidad que tenemos todos. Solo a través del multilateralismo, la cooperación internacional y nuestro compromiso colectivo podemos aspirar a un futuro donde la paz, la justicia y la dignidad sean una realidad para todos.

*El autor es comunicado social
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