• 19/04/2025 00:00

La patria no se roba. Se construye con manos limpias

Sobre la corrupción cotidiana, el poder mal ejercido y la urgencia de una ética del bien común en Panamá

Panamá no está herida solamente por los grandes escándalos de corrupción.

Está herida también por el gesto pequeño que humilla, por el silencio que encubre, por la mirada y la palabra que rofea o coimea, por la costumbre que tolera lo injusto, “porque siempre ha sido así”.

El problema no es solo de los que usan saco y corbata.

El problema está en cada rincón donde alguien —con uniforme, con credencial, con autoridad o sin ella— usa su cuota de poder para servirse, no para servir.

La corrupción no empieza solo en el contrato multimillonario.

Empieza en la ventanilla donde te tratan con desprecio o te piden disimuladamente: “pasa algo”.

En el policía que rofea al joven por su ropa, su forma o su barrio.

En la maestra que se burla del que no entiende.

En el padre que calla cuando su hijo miente.

En el ciudadano que tira basura por la ventana, pero exige limpieza en las calles.

En el funcionario que se distrae, no atiende a las personas debidamente y también roba tiempo, dignidad.

En la persona que quiere llegar a algún puesto para ver cómo se rebusca, y “¿qué hay para mí?”.

Panamá está siendo carcomida por dentro, por una cultura del “juegavivo”, del “sálvese quien pueda”, del “haz lo que quieras, pero que no te agarren”.

Y no podemos seguir culpando solo a los de arriba si no estamos dispuestos a mirarnos también nosotros.

Porque cada vez que una persona acepta una mordida, da una coima, cobra por un trámite gratuito, aprueba sin que se haya aprendido, o vende su conciencia por comodidad... también está contribuyendo a destruir esta tierra.

Y, sin embargo, no todo está perdido.

Porque la conciencia sigue siendo la herramienta más poderosa de transformación.

Porque no hay ley ni sistema que funcione si la ética está dormida, pero tampoco hay ley ni sistema que pueda detener un país que despierta desde adentro.

Necesitamos, con urgencia, cambiar la raíz.

No basta con cambiar de gobierno. Hay que cambiar esa cultura.

Y eso empieza en lo más cotidiano:

Cuando un funcionario entiende que su escritorio no es un trono, sino una oportunidad de servicio.

Cuando una madre enseña a su hijo a no mentir, aunque le convenga.

Cuando un joven dice “no” a la trampa fácil y sí al esfuerzo digno.

Cuando un policía detiene con respeto. Cuando un ciudadano exige con dignidad.

Cuando alguien se atreve a hacer lo correcto... aunque nadie lo vea.

Eso es poder. El poder de dignificar lo pequeño. El poder de elevar lo humano.

El poder de servir sin esperar a que sea noticia.

Panamá tiene un ingreso per cápita que impresiona.

Pero el verdadero país no se mide en dólares, sino en justicia.

Y no puede ser libre una nación donde el humilde es maltratado, donde la justicia llega según el apellido, donde la educación no alcanza a todos, y donde el poder —grande o pequeño— se convierte en privilegio, no en compromiso.

La verdadera soberanía no se firma en papel.

Se ejerce cuando la nación deja de ser botín y se convierte en conciencia.

Cuando el poder no se usa para pisar, sino para levantar.

Cuando entendemos que el bien común no es una idea bonita: es un deber colectivo.

Urge un cambio silencioso.

Que se sienta en cada gesto: en el respeto, la honradez, la entrega del que sirve, la ternura del que cuida, la firmeza del que no se deja comprar...

Una patria no se construye desde arriba.

Se construye desde la base que decide vivir con verdad y compromiso hacia los demás y hacia sí mismo.

El poder, el verdadero poder, no es el que manda, sino el que sirve, el que transforma, el que respeta y el que siembra dignidad.

Panamá puede renacer.

Pero solo si cada uno, desde donde está, decide hacer de su pedacito de país un lugar más justo, más humano, más limpio de alma y de realidad.

La patria que soñamos no se impone: se construye entre todos.

Con manos limpias, con corazones íntegros, con un poder ejercido como servicio.

Hay que vivir con coherencia, desde el lugar en que estemos, cada uno aportando lo mejor, porque merecemos una patria digna y a todos los panameños que no se roben el futuro, sino que lo hagamos posible.

Que servir al otro sea el mayor honor que pueda tener un ser humano.

*La autora es psicóloga social y jungiana, escritora
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