• 25/10/2025 00:00

Los abuelos, ayer y hoy

Según la Biblia, los abuelos son figuras esenciales en la vida familiar. Proverbios 17:6 los describe como una “corona” para los ancianos, y 1 Timoteo 5:4 exhorta a los nietos a honrarlos y apoyarlos. Más allá de lo espiritual, los abuelos encarnan la sabiduría, la ternura y el ejemplo de vida que atraviesa generaciones. Son pilares silenciosos que sostienen la memoria, la fe y la cultura de nuestras familias.

En nuestras regiones peninsulares, esta visión se vive con naturalidad. La abuela que prepara el sancocho en fogón de leña cada sábado, como lo hacía a diario en su juventud, o el abuelo que, al caer la tarde, narra cuentos de Tío Conejo, La Tepesa o El Chivato a sus nietos, son imágenes vivas de una tradición que resiste al paso del tiempo. Su presencia es sinónimo de hogar, de afecto sin condiciones, de historias que nos enseñan sin necesidad de libros.

El amor de los abuelos es un legado que no se mide en años, sino en gestos, palabras y silencios compartidos. Su vínculo con los nietos forma un círculo mágico donde las lecciones del pasado se entrelazan con las esperanzas del futuro. Son el corazón de la familia: amables, sabios, con un humor que alivia y una paciencia que enseña. Gracias a su crianza y ejemplo, nuestros padres nos aman inmensamente y nos cuidan como ellos fueron cuidados en su niñez.

Aunque no vivan bajo el mismo techo, siguen siendo parte de nuestra red de apoyo. Son “libros vivientes” que nos enseñan con su experiencia. Por eso, los claveles —símbolo de amor puro y gratitud— se han convertido en una forma tradicional de honrarlos. Su ternura y sabiduría los asocian con el amor maternal y paternal, y su presencia, incluso en la distancia, sigue siendo fuente de consuelo y orientación.

Sin embargo, el modernismo y sus exigencias han traído consigo nuevos retos. El espacio reducido en las viviendas, el ritmo acelerado de la vida y las necesidades propias de la edad han convertido la presencia de los abuelos en el hogar en un desafío. Cuidarlos implica ofrecerles una alimentación adecuada, atención médica constante y, sobre todo, tiempo y afecto. El avance de las limitaciones físicas exige una dieta rica en proteínas, fibra, vitaminas y minerales, además de una hidratación constante, ya que muchos adultos mayores no sienten tanta sed.

Ante estas dificultades, muchas familias optan por trasladarlos a centros especializados. Aunque estos lugares prometen atención integral, la decisión suele ser dolorosa. Afecta emocionalmente a todos: desde los niños hasta los adultos, especialmente a los hijos que enfrentan sentimientos de culpa, tristeza o ansiedad. El traslado a un asilo trastoca el desarrollo familiar y puede acelerar el deterioro emocional del anciano, que se ve separado de su entorno, de sus recuerdos y de sus afectos cotidianos.

Los asilos ofrecen compañía, asistencia en tareas básicas y programas recreativos. Son espacios seguros para quienes sufren enfermedades crónicas o deterioro cognitivo. Si los abuelos padecen demencia o Alzheimer, requieren atención especializada que estos centros pueden brindar. Además, ofrecen un entorno supervisado para evitar caídas y accidentes, especialmente si el adulto mayor tiene problemas de movilidad o equilibrio.

No obstante, el cuidado institucional no reemplaza el calor del hogar ni el afecto familiar. Por eso, es fundamental que los servicios se supervisen con regularidad y que el vínculo con los abuelos se mantenga vivo, incluso en la distancia. Las visitas frecuentes, las llamadas, los gestos de cariño y la inclusión en las celebraciones familiares son esenciales para preservar su bienestar emocional.

Los familiares no siempre tienen el tiempo, los recursos o la energía para cuidar a un adulto mayor de forma continua, especialmente si deben trabajar o atender a sus propias familias. Algunos cuidadores no poseen los conocimientos necesarios para tratar condiciones médicas específicas, mientras que el personal de un asilo está capacitado para ello. Pero más allá de la logística, lo que está en juego es el sentido de pertenencia, el respeto por la historia viva que representan nuestros abuelos.

Los abuelos no son una carga: son una bendición. Cuidarlos es un acto de justicia, de memoria y de amor. En tiempos donde lo urgente desplaza lo importante, recordemos que ellos sembraron lo que hoy cosechamos. Honrarlos no es solo un deber: es una forma de reconocernos en nuestras raíces. Que nunca falte en nuestras casas el espacio, el tiempo y el corazón para quienes nos enseñaron a caminar, a rezar y a soñar.

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