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- 01/03/2021 00:00
Las mascarillas no impidieron muertes
En marzo de 2020 publiqué “Mascarillas para todos” (La Estrella de Panamá, 28.03.2020), exhortando al uso de mascarillas como medida generalizada para combatir la pandemia. Hoy creo, luego de muchos meses de data, que las mascarillas no mejoraron nada, no redujeron contagios, y no redujeron muertes.
Poblaciones asiáticas (e. g. Japón, Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur) que nunca ordenaron encierros de sus poblaciones, no observaron los números de muertos que se observaron de modo generalizado en occidente. Un elemento en común en dichas poblaciones lo era el uso generalizado (aunque no al 100 %) de mascarillas en sitios de aglomeraciones. Este elemento apuntaba inicialmente a un posible rol del uso de mascarillas como una medida poblacional con algún efecto contra los contagios.
En occidente, si bien en un inicio las autoridades sanitarias no recomendaban el uso de mascarillas, posteriormente lo hicieron en muchos países. Sin embargo, no se notó un efecto en reducir contagios ni, lo que más importa, muertes relacionadas con COVID-19. Más aún, hubo países que establecieron los mandatos de uso de mascarillas en sitios públicos cuando aún mantenían relativamente pocos casos reportados y pocas muertes. Tal fue el caso, por ejemplo, de Argentina, Panamá y Perú. En los tres países se generalizó el uso de mascarillas en todos los sitios públicos (incluyendo espacios abiertos, cosa excesiva) antes de tener una situación epidémica crítica, pero ello no evitó que posteriormente dichos países desarrollaran situaciones graves que llevarían a la virtual saturación hospitalaria y a tasas de muertos por COVID-19 en función de la población, de las más altas del mundo. En los tres países, la recomendación sanitaria del uso de mascarillas se hizo en abril (en Panamá se hizo a inicios de abril también, aunque la obligatoriedad se estableció a partir del 1 de junio, pero desde abril era casi universal el uso de mascarillas en los supermercados, prácticamente los únicos sitios abiertos al público en aquel momento de encierro total). Es decir, la medida se estableció con mucha antelación a la explosión de casos y muertes que haría de Argentina, Panamá y Perú, tres países latinoamericanos en el club de países hasta ahora con tasas de más de mil muertes por COVID-19 por millón de habitantes.
En Estados Unidos, hubo estados en que se impuso el uso de mascarillas, y hubo estados en que no se impuso. Una comparación particularmente interesante es la de Dakota del Norte, con encierros, cierres de negocios y uso obligatorio de mascarillas, frente a Dakota del Sur, sin encierros, sin cierres de negocios y sin obligatoriedad de mascarillas. Si uno mira las curvas de la evolución de las epidemias en los dos estados colindantes, verá un comportamiento epidémico esencialmente igual, lo que habla de un fenómeno natural, cuya evolución es ajena a cualquier medida que hayan podido implementar los Gobiernos respectivos. Similar situación se nota al comparar diversos condados con medidas distintas dentro de un mismo estado.
Si nos vamos a Europa, vemos que países que establecieron obligatoriedad del uso de mascarillas, como el Reino Unido, España, Italia no han tenido menos muertos que países que no han recomendado el uso de mascarillas. República Checa, el primer país en generalizar las mascarillas en marzo de 2020, hoy es el segundo país con más alta tasa de muertes por COVID-19 por millón de habitantes del mundo, solo superado por Bélgica. En contraste, Suecia, que no tuvo encierro poblacional, nunca ordenó cierres de negocios, y no solo no recomendó el uso de mascarillas, sino que sus autoridades sanitarias activamente las desaconsejaron, terminó el 2020 con una tasa de muertes por todas las causas igual al año 2012, es decir, nada fuera de la distribución normal. De hecho, Suecia tuvo uno de los excesos de muertes más bajos de los países que registran dicha data en el sitio www.mortality.org.
En retrospectiva, las mascarillas -al igual que los encierros- no parecen haber mitigado el curso de la epidemia en ninguna parte. Hace un año, el uso de mascarillas parecía ser una intervención de bajo riesgo y con algún beneficio. Pero como he señalado por casi un año, toca reevaluar continuamente las medidas. Y en el caso de la recomendación -o, en Panamá, la obligatoriedad- del uso generalizado de mascarillas en la población, en retrospectiva dicha intervención no cambió el curso de la epidemia. Al menos no para bien. Fue una idea que parecía útil, pero es evidente que no lo fue. Es hora de abandonarla.