• 05/07/2021 00:00

Las mascarillas en niños son la cobardía de los adultos

“[…] en cuestiones éticas, en particular las que implican violaciones de la dignidad humana, usted se engaña si se dice a sí mismo que su pasividad responde a la necesidad de obedecer a la autoridad”

La obligatoriedad de uso de mascarillas en niños es abuso. Como señalé hace poco más de tres meses en esta columna (“¡Quitad las mascarillas a los niños!”, La Estrella de Panamá, 29.03.2021), exigir mascarillas en niños es un caso de instrumentalización de los niños para aplacar el miedo de los adultos. Es abuso infantil perpetrado por orden de autoridades sanitarias, con la triste connivencia de médicos pediatras y de psicólogos de la niñez y la adolescencia, que deberían ser los primeros en alertar de la insensatez de exigir mascarillas en niños. Y con la complicidad cobarde de nosotros como padres.

Exigir mascarillas en niños siempre fue una insensatez. No debemos esperar evidencia de daño, pues lo crucial es que no hay beneficio para los niños. Cuando una intervención no tiene beneficio, uno no exige evidencia de daño, sino que simplemente exige que se retire la intervención. Especialmente si es en niños.

De modo increíble, organismos como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos de América, al igual que sociedades profesionales pediátricas como la Academia Americana de Pediatría, han avalado el que niños desde los dos años sean obligados a usar mascarillas en diversos entornos. Algunas veces genuinamente me pregunto si no será que la especialización académica y profesional, pasado cierto umbral, hace que las personas pierdan el contacto con la realidad y todo rastro de sentido común. Porque si a mí me decía usted en 2019 que, dentro de pocos meses, organismos sanitarios obligarían a niños de dos años a usar mascarillas en aviones durante todo el vuelo, aunque este durase 10 horas, y a condicionar a los niños sus clases escolares al uso de mascarillas durante horas en continuo, yo no me lo habría creído. Pero a eso hemos llegado y en esas estamos.

Por enésima vez: la COVID-19 es una enfermedad de adultos, principalmente ancianos. En menores de 30 años, el SARS-CoV-2 tiene una letalidad y severidad menor que la de la influenza estacional de todos los años, por las que jamás hemos privado a los niños de su escuela, ni les hemos hecho llevar mascarillas durante horas y horas seguidas. Como sociedad, hemos instrumentalizado a los niños. Los estamos usando como escudos humanos. Nada de lo que les estamos imponiendo los beneficia, solo los daña. Y dado que no es en su beneficio, la idea de que a los niños hay que someterlos a estos maltratos para proteger al abuelito, o para proteger la “salud pública”, es usar a los niños como instrumento para lograr agendas. Llevo más de un año viendo cómo, en cuanto nos llenamos de pánico por un virus, la sociedad perdió la pátina de civilización que nos cubría y, como advertía Ortega y Gasset, quedaron recogidos los tapices que tapaban la pura naturaleza y reapareció repristinada la selva primitiva, nuestra naturaleza bestial.

En países como Suecia, Noruega, o Países Bajos, en que nunca se les exigió mascarillas a los niños en su entorno escolar, quedó demostrado, desde hace al menos un año, que ello no resultó en muertes de niños, ni en mayores tasas de contagio en adultos. Hay amplísima evidencia, desde hace muchísimo tiempo, de que estas imposiciones en niños son absolutamente innecesarias, sin beneficio alguno. La única razón por la que se mantienen es porque en nuestra sociedad reina la cobardía. La cobardía de autoridades sanitarias, más preocupadas por hacer ver como que hacen algo, que en genuinamente sustentar sus decisiones en evaluaciones de riesgo-beneficio; la cobardía de pediatras y psicólogos de niños y adolescentes, que callan ante este evidente maltrato sobre los niños, y la cobardía también de padres de familia, que nos aguantamos el maltrato sobre nuestros niños, en lugar de exigir de inmediato que los dejen en paz.

Si usted es pediatra y defiende someter a una criatura de dos años a tener que usar mascarilla en un vuelo de 10 horas, no para beneficio del niño, sino, supuestamente, para proteger a terceros, y se escuda en que así lo recomienda la Academia Americana de Pediatría o el CDC, usted está procurando evadir su responsabilidad personal. Si usted es autoridad sanitaria o asesor en organismo sanitario y calla, usted está procurando evadir su responsabilidad personal. Si usted es padre de menores de edad y no hace ni dice ni pío para luchar contra estos atropellos cometidos contra sus hijos, usted está procurando evadir su responsabilidad personal. Pero en cuestiones éticas, en particular las que implican violaciones de la dignidad humana, usted se engaña si se dice a sí mismo que su pasividad responde a la necesidad de obedecer a la autoridad. Porque, como muy bien observó Hannah Arendt, en estas cuestiones, nadie tiene derecho a obedecer.

Abogado
Lo Nuevo