• 13/03/2021 00:00

Mito y realidad

“Sin osar considerarme buen lector o “ratón de biblioteca”, ¡qué placer es leer! ¿Quién dijo miedo? A la carga los valientes. A nutrir el intelecto”

Esta pandemia está dejando una cantidad de secuelas y efectos negativos increíbles. Ocurre por la incoherente y absurda imposición de las autoridades de Salud, so pretexto de proteger la vida y salud del ciudadano.

Ni siquiera entraré a detallar la magnitud en daños colaterales, que, como inmensa ola de tsunami, se cierne en el país, por el errático manejo de la cuarentena, que se reflejan en materia económica y los altos índices de desempleo que crecen como maleza “carne de perro”. Por ninguna razón busco desconocer la peligrosidad del coronavirus y las extremas consecuencias fatales que puede ocasionar, si la población no asume con responsabilidad su deber de protegerse y amparar a los demás.

No obstante, reitero y sostengo que, aunque mis críticas son severa, no cuestiono las necesarias medidas de bioseguridad que se ordena implementar. Sin embargo, considero insolentes y excesivas las obligatorias restricciones que de manera represiva instruyen.

Que si mantenga distanciamiento social, permanezca en burbuja residencial. No reciba en su casa familiares o amistades. Etc., etc., etc.

Se añade, por ejemplo, exigir uso de mascarillas en áreas abiertas, donde obviamente son lugares libres de contagio. La recurrente y hasta obsesiva orden de prohibir hacer ejercicios o transitar sin colocarse el molestoso y asfixiante implemento.

Sistemática y mediática campaña que infunde paranoia y miedo, ha causado un daño sicológico y disociador en las personas. Como resultado el efecto nocivo, produce actitudes violentas y agresivas, de forma diaria y constante en la conducta colectiva.

En ese orden de idea, pregunto yo, ¿quién carajo se cree aquel que, con abuso de autoridad, interviene y usurpa la decisión individual y personal, en sagrado derecho que establece la Constitución de la República de Panamá?

El poder recibir en el hogar las amistades y familiares que a bien le parezca. Por supuesto, observando y cuidando, no violar disposiciones ya establecidas. Dicho esto, en qué cabeza puede caber que en el panameño pueda existir una cultura de categoría suicida.

Es lógico pensar que, si alguien opta por hacer uso de tal derecho, obvio va a tomar las providencias que sean necesarias, para salvaguardar su seguridad y la de visitantes.

Es por ello que, sin presumir valentía o incursionar en acciones temerarias, confieso que por razón de prolongada abstinencia, rompí el distanciamiento físico para darle paso a una relación textual, donde producto del éxtasis y ávido deseo, se materializó una apasionada y seductora actividad, cuyo desarrollo fue oral y escrito.

La sensación de amar es tan especial, que debe hacerse con profunda intensidad. Sobre todo, porque una cosa es amar y otra querer. El amor es algo sublime, que quien lo experimente, debe saber cómo, con quién y dónde hacerlo.

Obligante y primordial, sostener y manipular su cuerpo, utilizando el privilegiado sentido del tacto, de manera que, al tocarlo, se siente y transmite el deleite y placer que se recibe al acariciar con delicadeza un producto de valor como lo es un libro.

Y es que la lectura, produce un placer casi sexual. Uno se sumerge en sus páginas, donde literalmente te conviertes en uno de los personajes o protagonistas de la obra. Atrapado y extasiado por la narración en mi cuarto de estudio, el sueño se había desvanecido y no me percate de que eran pasadas las 2 a. m. De pronto algo llama mi atención, escucho un pequeño chirrido de las bisagras en una de las puertas de acceso a mi oficina residencial.

Levante la vista y, sorprendido por lo que veía, se me aceleró la palpitación del corazón. Aunado, un nudo en mi garganta afloró. Parada frente a mí, una desconocida y hermosa mujer, de tez clara, en vestido de dormir. Ataviada con un “babe doll” “fiucha”, diminuto sostén y calzón negro, con paso lento y sigiloso, entraba a mi virtual santuario privado. Mujer de imagen sensual, labios carnosos, sugestivo busto y piernas perfectamente torneadas.

Quede atónito y perplejo. Me pregunté ¿quién es ella? ¿De dónde salió? La dama notó mi nerviosismo. Se llevó el dedo índice a la boca, me guiñó un ojo e hizo señal de no hablar. “Shhhhh”. Luego con una sonrisa coqueta y en puntillas, camino hacia mí. Yo miré alrededor, temeroso de que alguien más apareciera. Al acercarse y estar a mi lado, me agarró la mano y se inclinó para darme un beso. No podía creer lo que estaba sucediendo. Perturbadora situación provocó que mi flácida paz, se transformará en rígida ansiedad.

Se me paró. Mi ritmo cardíaco se detuvo fracción de segundos por el susto. En el preciso momento que ella me besaba, “trashh”, un leve, pero significativo ruido violentó el sepulcral silencio. El singular sonido se produjo, porque al desprenderse de mis manos y caer al suelo el impacto del libro me despertó. El cansancio había triunfado sobre mí, llevándome a los sedantes brazos de Morfeo. Inmediatamente me di cuenta de que todo era falaz. Un engaño y traición de la imaginación y el implacable subconsciente.

No me apena decir, el sueño lo catalogo como un secreto prohibido y locuaz. Debo admitir también que la interrupción y pausa fue totalmente inoportuna y frustrante. En sentido figurado, cercenó una surrealista e indescriptible experiencia como lo es un acto de amor subliminal y platónico.

Al parecer sin darme cuenta me interne en el rol protagónico del guardabosque Parkin. El apasionado amante de Constance Chatterley. Una elucubración que nace del ingenio y fantasía literaria. El libro que estaba leyendo se titula La primera Lady Chatterley, del autor H. D. Lawrence. Sin osar considerarme buen lector o “ratón de biblioteca”, ¡qué placer es leer! ¿Quién dijo miedo? A la carga los valientes. A nutrir el intelecto. Curioso. ¿Rima con sexo?

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