• 20/06/2017 02:02

‘Caminando en círculos', de Nicolle Alzamora Candanedo

Este paseo por el horror no permite redención alguna, aquí no hay ya una segunda oportunidad.

La escritura no solo implica la expresión esquemática de ideas y la articulación de sentimientos mediante el uso de un lenguaje eficaz, sino la capacidad de profundizar en esas ideas y en esos sentimientos de tal forma que el lector pueda comprenderlos e, idealmente, compartirlos con el autor. Por tanto, los razonamientos y las intuiciones planteadas deben ser convincentes. Dentro de este marco de ideas, comento el primer libro de cuentos de una joven escritora nueva: ‘Caminando en círculos', de Nicolle Alzamora Candanedo (1992), publicado en 2016 por Foro/taller Sagitario Ediciones. Con breve pero acucioso prólogo de la escritora venezolana Carolina Fonseca, una de las editoras del libro, esta colección de 18 cuentos abre para su autora un promisorio camino en las letras nacionales si persevera.

Si escribir es una suerte de auscultación personal o colectiva; una manera de urgar en las entretelas de diversos aspectos de la realidad buscando la luz en medio de la oscuridad; a menudo una suerte de inmersión en la incertidumbre desde la incertidumbre misma, Nicolle sale no sólo airosa sino robustecida en su evidente necesidad, para bien o para mal, de entender mejor la vida escribiendo acerca de ella. Porque su escritura no se queda en los avatares del viaje de búsqueda sino que arriba a variadas estaciones de la certeza pero también del extrañamiento. Dividido el libro en dos secciones -‘Caminando en círculos' con 10 cuentos; y ‘Otros senderos' con 8, -nuestra autora logra dejar en mi ánimo la seguridad y la alegría de que ha nacido una cuentista que sabe muy bien lo que hace y hace bien lo que sabe: escribir bien. Veamos un poco por qué…

Algunos de sus personajes son seres humanos comunes y corrientes, en quienes la rutina es una forma más de ir pasando la vida, a veces con esperanzas y ganas de salir adelante, otras como autómatas, como sombras casi. Tienden a ser conformistas, más bien grises, con una cierta chatura que sin remedio se repite, pero también a veces con una punzante dignidad que asombra pese a todo, que los hace admirables, pero cuando lo son la vida no suele sonreírles, y eso nos conmueve, nos perturba, acaso porque nos prefigura la posibilidad de que en nuestra propia vida, a pesar de los esfuerzos y la esperanza, nos vaya igual de gris; o francamente igual de mal.

‘Revelaciones', primero cuento del libro, es una historia bellísima y tristísima, porque los seres humanos buenos merecen mejor suerte. Dos hermanas: una, síquica, anticipa lo que ha de ocurrir: predice en sueños y luego de muerta insiste, la desgracia de su hermana, un ser humano bueno, elemental, que lucha por seguir adelante estafada por la vida. Y eso nos conmueve porque es injusto, porque no debe ser. Pero es. Hay otro cuento, ‘Cacería', en el que una voz que narra en segunda persona gramatical va llevando por una suerte de laberinto a un personaje que en su vida ha hecho mal a otros, y esa voz bien podría ser la de la Muerte misma que lo acompaña por las estaciones previas al descenso final a los infiernos como una manera cruel aunque justa de irlo torturando en el camino. Este paseo por el horror no permite redención alguna, aquí no hay ya una segunda oportunidad.

Pero también hay historias bellas en este primer libro, que supuran ternura y amor y esperanza. Por ejemplo ‘Generación espontánea'. Un bibliotecario viejo y diabético, enamorado de su trabajo, entra en una relación mágica con los libros que en sus ratos de ocio lee en la biblioteca donde labora y después en un parque. Va descubriendo que la vida y lo que dicen los libros no son entes divorciados uno del otro, que las historias humanas pueden llenar páginas sin fin en los libros y replicarse con la realidad por dos razones: porque estas historias vienen de la vida real y al ser escritas y luego leídas por alguien siguen viviendo fuera del texto; o porque a partir de la escritura permiten gestarse otras vidas que se inscriben en el gran libro de la realidad real. Y este personaje tiene la suerte -la felicidad- de poder presenciar cómo se realizan frente a sus ojos la magia de estos procesos. ‘Aprisionada', excelente cuento breve que inicia la segunda sección del libro, sugiere una transferencia de planos entre lo real rutinario y aburrido y la realidad fantástica que resulta ser peor que la anterior, porque implica pérdida de toda libertad al quedar atrapado el personaje en una dimensión sobrenatural de la cual no hay escapatoria posible. Por otra parte, los conflictos en el seno de una familia se ponen de manifiesto en ‘Abanico de colores', acaso una de las historias, más conmovedoras del libro por sus implicaciones. En este cuento la sutileza campea a la par de las acertadas descripciones externas, y eso hace que la destreza narrativa de la autora brille. Hay todo un mundo de relaciones encerrado entre estas pocas páginas que fluyen como en un video puntualmente cartografiado.

Nicolle Alzamora Candanedo ha dado un primer paso esencial dentro del difícil mundo de la literatura al decidirse a publicar este libro. No me cabe la menor duda de que seguirá ampliando sus horizontes con perseverancia y disciplina. Démosle su lugar.

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