• 02/05/2022 00:00

Un niño en Casa Azul

“Aquellas generaciones de intelectuales, hoy en su mayoría fallecidos, nos dejaron ese legado y espacio de cultura, y qué mejor manera de inmortalizarlos, relatando y concientizando para que esta histórica casa sea rescatada por el Estado, a través del Ministerio de Cultura, como patrimonio invaluable [...]”

La nostalgia me atrapó, aunque su estructura se mantiene de pie, soportando los embates del tiempo y del rapaz desarrollo inmobiliario, hoy en día es un bar, muchos ni se imaginan que la casa fue el epicentro de la cultura e intelectualidad panameña. Es más que eso, cuando entras en ella, hay un magnetismo que te traslada a otras dimensiones. La zona, que antes era residencial, se resiste ante los cambios de zonificación y las edificaciones modernas circundantes.

Los dueños del restaurante bar, pintaron murales alusivos a nuestra nacionalidad, esa herencia patria, con motivos revolucionarios; sin embargo, me embargó un profundo dolor al contemplarla, es como si te arrancaran tu infancia, como si el mismo invasor te ultrajara y pusiera una estrella más a su bandera, hoy mediante la comercialización y el consumismo rampante.

Ni las meseras ni los cocineros del bar sabían acerca del pasado de la residencia. Vino a mi mente, cuando frecuentaba aquel hogar con mi padre, en el céntrico San Francisco, por allá en la década de los 80 hasta inicios de este siglo. La Casa Azul, le llamaban. En ella, los niños como yo aprendimos de solidaridad, de revolución, de poesía y pintura, de gastronomía, de música, de ideologías, fuimos privilegiados.

Su terraza con sus hamacas y mecedoras, eran adornadas con las muñecas de trapo de su propietaria, la gran poetiza chiricana Esther María Osses; las paredes de la vivienda lucían excelsos cuadros de grandes pintores, como aquel donde se apreciaba la belleza y el donaire de Esther María en su juventud, sus profundos ojos verdes, obra del maestro guatemalteco José Aranda Klée, primer esposo de la barda. Su compañero, el poeta Carlos Wong, descendiente de la comunidad china en nuestro país, preparaba en la cocina grandes creaciones culinarias, su gallina con miedo y sus famosos encurtidos, a los más chicos como yo nos hacía sendas bromas.

A lo interno de la Casa Azul, también, había una placa que hacía referencia a la visita de Ernesto Guevara De la Serna, el Ché, que honraba su estancia en la misma, pieza invaluable que no ubiqué en mi visita hace unos meses. Muchas personalidades, de la literatura panameña e internacional, asistieron durante las décadas del 70 y los 80, además de políticos, trovadores, actores, pintores, toda una gama de talentos; se realizaban reuniones como las del Frente de Trabajadores de la Cultura (FTC), que aglutinaron a lo más insigne de la cultura nacional, en una época donde había un objetivo definido e intereses comunes, que era la defensa y reivindicación de la Soberanía ante la presencia norteamericana en nuestro terruño.

Prestigiosas figuras enaltecieron con su presencia en Casa Azul, a saber: Gabriel García Márquez; José de Jesús Martínez “Chuchú”; Rigoberta Menchú; el presidente de Nicaragua Daniel Ortega; el comandante Hugo Chávez Frías; el general Omar Torrijos Herrera y Manuel Antonio Noriega; Juan Bosh, ex presidente de República Dominicana y Silvano Lora; de Guatemala, el insigne canciller defensor de la democracia, Guillermo Toriello; el actor y director colombiano Jorge Alí Triana; el periodista uruguayo Rafael Cribari; el poeta Alejandro Romualdo de Perú; el poeta argentino Jorge Boccanera, Stella Calloni; Sergio Cruz con el Grupo Cantamérica de Chile; de Bolivia, Félix Peñaranda; los embajadores cubanos doctor Lázaro Mora y Miguel Brugueras del Valle. De Panamá, Rogelio Sinán, Elsie Alvarado de Ricord, Carlos Francisco Changmarín, Ricaurte Soler, Manuel F. Zárate, los hermanos Moravia y Ramiro Ochoa López, Manuel Orestes Nieto, Julio Yao, Alma Montenegro de Fletcher, Carlos Calzadilla, Tayra Barsallo, Marco Gandásegui, Giovanna Benedetti, Rosa Elvira Alvarez, Rubén Darío Souza Batista y Rubén Daría Souza Diez; Juan Carlos Mas, José Renán Esquivel, el constitucionalista Marcelino Jaén, Miguel A. Candanedo, Jilma Noriega de Jurado, Enrique Chuez, los hermanos Ortega Santizo, Teresa Cristaldo, Dalys de Pérez, Pedro Rivera, Dalys Vargas, compañeros del Frente de Educadores Panameños (FREP), entre muchas otras importantes personalidades.

Era una cita, cada 1 de enero, celebrar un nuevo año y con más énfasis los aniversarios del triunfo de la Revolución Cubana, se recitaban poesías, proclamas y consignas alusivas a la ocasión. Allí, compartimos con los exiliados chilenos que llegaron a Panamá posterior a 1973, luego del golpe de Estado que derrocó al doctor Salvador Allende y el ascenso de la dictadura de Augusto Pinochet, siempre agradecidos con esta Nación, brindaban las famosas empanadas de Pino, que he probado en otras partes, incluyendo en Chile mismo, y aún no superan el sabor de aquellas. Era una gran celebración con grupos musicales, guitarras, voces y congas, como, por ejemplo, conjuntos de calypso, como los del gran Machore, Leslie George o Lord Panamá, agrupaciones de protesta, como Trópico de Cáncer, con la interpretación del enigmático Cáncer Ortega y décimas de Santos Díaz.

Definitivamente, el pasado está presente en cada esquina del renombrado hogar, ahora tristemente convertido en una cantina. Aquellas generaciones de intelectuales, hoy en su mayoría fallecidos, nos dejaron ese legado y espacio de cultura, y qué mejor manera de inmortalizarlos, relatando y concientizando para que esta histórica casa sea rescatada por el Estado, a través del Ministerio de Cultura, como patrimonio invaluable, honrando también a Esther María y a Carlos Wong, cuyo sueño era crear la Fundación Casa Azul, un espacio abierto al arte, la solidaridad y las ideas, por lo que es preciso que no dejemos que el tiempo y la desidia se encarguen de borrar el recuerdo de todos los patriotas y revolucionarios que aportaron a la identidad nacional.

Abogado, escritor.
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