• 22/01/2021 00:00

El nuevo mundo de la educación

“Se transita hacia un nuevo mundo para aprender, […] más libre, […]. En ese nuevo mundo de la educación, la persona que aprende tendrá mayor participación real […]”

De los sectores sociales que más impacto ha recibido durante los últimos meses, la educación es el más representativo, ya que la red escolar es la más extendida en la geografía nacional. La epidemia generada por la COVID-19, los millones de contagios y muertes causadas en el mundo, ha sido, probablemente, la única fuerza capaz de paralizar el funcionamiento total de las actividades socioeconómicas y culturales de las más diversas, a escala global.

Después de diez meses de haberse declarado la existencia del nuevo coronavirus y que la OMS lo declarara formalmente como una enfermedad pandémica, la mayor parte de las grandes economías, sistemas de salud y de educación, se vieron forzados a cerrar sus puertas y replantearse nuevas opciones para su funcionamiento.

Las medidas adoptadas, como el aislamiento físico, la cuarentena, el uso de mascarillas o tapabocas y el lavado frecuente de manos, contribuyeron a crear en algunos momentos, barrios y pueblos casi fantasmas, sin personas en las calles.

De los cambios más notorios, la escuela como institución educativa, particularmente en los países menos desarrollados, ha representado el más dramático para los Gobiernos, hogares, estudiantes, personal docente, y población en general.

Muchas escuelas cerraron sus puertas por las disposiciones sanitarias ante el temor de la propagación de la infección. Otras, continuaron funcionando mediante la modalidad de educación a distancia. De las escuelas clausuradas y también de las que ofrecían clases no presenciales, millones de niñas, niños y adolescentes, sobre todo de los sectores de población más carenciados, se ausentaron de sus actividades escolares y se distanciaron totalmente de sus estudios. Una buena parte de ellos, lo hizo frente la imposibilidad de disponer de internet y conexión a sus clases que se ofrecían de modo virtual, mediante plataforma, computadora, celular, correo electrónico, y otras herramientas tecnológicas (Cepal, Unesco, OCDE).

En el caso de Panamá, un país que había logrado niveles de escolaridad aceptables en Latinoamérica, esta brecha se amplió de modo exponencial. A la niñez y juventud que abandonó en el pasado sus estudios de educación básica y media, se le sumaron decenas de miles de estudiantes que en esta ocasión no lograron contactarse con sus docentes y directores de escuela y cuando lo hicieron, no pudieron seguir estudiando por carencias de los recursos mínimos para asegurar aprendizajes básicos (aritmética, lenguaje, ciencias naturales, ciencias sociales), en los diferentes grados del sistema educativo preuniversitario.

Si a toda esta crisis sumamos los grandes déficits en los aprendizajes que ya registraban nuestros estudiantes de las escuelas oficiales, medidos en las pruebas nacionales, regionales e internacionales, se puede observar un futuro sombrío para las familias, las comunidades y la sociedad en general. El retorno de estos alumnos a la escuela es una tarea compleja. Se requiere mucha creatividad y flexibilidad en las opciones que se ofrezcan.

Las niñas tienden a padecer más los embates de esta exclusión. Se demanda un modelo diferente de enseñar y aprender, que implicará, entre otros elementos, un modelo ambicioso de equidad, una concepción renovada de los aprendizajes que se espera lograr de los estudiantes, el uso de múltiples y diversas estrategias didácticas, la disponibilidad de recursos de aprendizajes en el hogar y la escuela, así como ambientes estimulantes para la educación.

La evolución del conocimiento y la transformación digital han demostrado, sobre todo, durante los últimos veinticinco años, la fertilidad del ingenio del ser humano para concebir nuevas teorías y medios para aprender, en un mundo que nos asombra constantemente con el esplendor del avance de la ciencia, la tecnología y la innovación, así como de los cambios sociales, económicos, políticos y culturales.

La escuela es, en general, una institución tradicional, donde asisten los niños y jóvenes para prepararse para el futuro, centrada en un docente que administra el conocimiento y en una rutina con horarios y materias independientes, que deben memorizar mecánicamente, al margen de la comprensión de la realidad que viven y del porvenir que les espera.

Esa institución, que ha logrado mantenerse en pie desafiando los tiempos, mientras que todo cambiaba a su alrededor, ha recibido en el último año un impacto insospechado, para su renovación integral. Sin entrar a considerar cómo será la nueva normalidad, es seguro que la educación y, especialmente la escuela, ya no será la misma cuando finalice esta crisis. Algo en su composición interna se alteró. Su configuración neurológica ha encontrado otras rutas y medios para lograr aprendizajes significativos, en la niñez, juventud y personas adultas, en los diferentes contextos y condiciones personales.

Se transita hacia un nuevo mundo para aprender, de una manera más libre, motivadora, efectiva y creativa. En ese nuevo mundo de la educación, la persona que aprende tendrá mayor participación real, no solo teórica, aumentará la oportunidad para pensar, analizar, descubrir, inventar, colaborar, imaginar, diseñar y construir. También para ejercitar los valores de la solidaridad, la equidad y la justicia social. Los fundamentos de este mundo nuevo ya están aquí, solo falta rediseñar su arquitectura y aplicarlo con voluntad, esmero e imaginación. Es este el gran desafío de la sociedad panameña.

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