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- 15/03/2022 00:00
El Omar Torrijos que no conocí
Los años de la dictadura fueron ácidos y crueles. Sobre todo para los demócratacristianos y algunos panameñistas que, a diferencia de otros, desde el primer momento nos opusimos a los militares.
En 1968, el inicio del Gobierno de Arnulfo Arias desencantó a los jóvenes que, como yo, nos iniciábamos en la política. Su decisión de designar como diputados a quienes no habían ganado, inclusive yéndose contra su propia gente (Ricardo Méndez), y opositores (Jorge Rubén Rosas), unido a su enfrentamiento con la cúpula militar, con la que había arreglado una transición, fueron las razones principales del golpe militar a 11 días de su toma de posesión. Quizás el motivo del poco respaldo popular recibido por Arnulfo tras el golpe.
No podíamos tolerar la extinción de los partidos, persecución y tortura de sus dirigentes y cierre de los medios de comunicación. El exilio de panameños opuestos a su régimen y la persecución y muerte en 1971 del padre Héctor Gallegos, al igual que el asesinato del dirigente universitario Floyd Britton, preso en Coiba, incriminaron directamente a Torrijos, quien se hizo cómplice por su silencio ante demandas de esclarecimiento.
Fue intolerable el cambio constitucional preparado por desconocidos y aprobado por 505 representantes de corregimiento en hora y media. Solo uno de ellos, el demócratacristiano Luis Emilio Veces, votó en contra, jodiéndoles la unanimidad que siempre buscaron los militares. Era inaceptable el exagerado nepotismo en torno a los militares, incluyendo el propio Torrijos (que aún persiste).
Ese fue el Omar Torrijos que conocí. Dictador, violador de libertades ciudadanas, incluyendo la autonomía de la Universidad de Panamá, donde estudiaba. La prensa oficialista que aplaudía todo lo que hacía, era despreciada por quienes clamábamos libertad de prensa.
Los triunfos de Torrijos en el exterior, en la lucha por la recuperación del Canal, eran vistos de igual forma, sobre todo cuando los que lo apoyaban provenían de la oportunista izquierda, que, en mis tiempos universitarios, eran radicales antimilitaristas.
Voté No a los tratados. No porque fueran malos, sino porque muchos pensamos que con su firma se fortalecía el poder militar que agobiaba nuestras libertades. Era lógico pensarlo. Mi residencia fue sitio de reunión de senadores estadounidenses que visitaban Panamá para conocer de cerca nuestra realidad. No entendían cómo para nosotros la reversión del Canal iba de la mano con la democratización.
El libro “Las guerras del general Torrijos”, del español Zoilo Martínez de la Vega, excorresponsal de EFE en Panamá, me ha revelado, aparte de algunas equivocaciones (como que Arístides Royo era de izquierda) y errores históricos, como que fue Marco Robles el que rompió relaciones con EUA tras el 9 de enero de 1964, el Torrijos que no conocía, quizás por el sectarismo y miopía de los que le rodeaban, particularmente de los marxistas que no lo dejaban solo y que tanto odio tenían a quienes no nos doblegamos al poder militar como ellos.
La guerra del banano iniciada por Torrijos en 1971, preámbulo a la lucha por la recuperación del Canal, están muy detalladas en el recomendado libro. Desconocía los detalles. La internacionalización de la lucha panameña sirvió para arrinconar al Gobierno de Estados Unidos ante el mundo entero.
La presencia en el equipo negociador de personajes como Juan Antonio Tack –al que menos le reconocieron su labor- y Nicolás Ardito Barletta, sirvieron de balance a marxistas como Adolfo Ahumada y Rómulo Escobar Bethancourt, que ayudaron a sumar a nuestra lucha a regímenes como Cuba, colocando en la agenda de los países No Alineados la soberanía panameña.
El héroe de la trama de los tratados canaleros fue Jimmy Carter, el que más perdió. La devolución del Canal a Panamá le costó la reelección frente a un demagogo como Ronald Reagan. Varios importantes senadores demócratas corrieron la misma suerte. Su decisión, inspirada en los principios de justicia que sus creencias religiosas le imponían, lo hizo entender mejor que nadie la justeza de la demanda panameña.
Los panameños tenemos que conocer bien la historia. Así como en días pasados procuré hacerlo con los sucesos del 9 de enero de 1964 en el análisis del libro de Wendy Tribaldos, se hace necesario que las nuevas generaciones conozcan bien el legado positivo y negativo de Torrijos. Fue un osado héroe, pero al mismo tiempo un dictador. Cambió Panamá para bien en unas cosas como el permitir mayor acceso a la educación a las clases más desposeídas. Pero hay sombras, porque su régimen nunca atacó de raíz las causas de nuestras desigualdades, terminando gobernando con los mismos oportunistas, algunos que todavía sobreviven hoy y que tanto daño hacen al país.
¿Habrá sido su peor legado: el PRD?