• 27/04/2024 00:00

Panamá, mayo 2024: la ilusión de la elección

La corrupción juega un papel esencial en la ilusión dada a los electores al ver que todos los candidatos forman o han formado parte de maquinarias gubernamentales corruptas que han generado pobreza y desigualdad

Hace tiempo atrás escuché a un especialista en marketing hablar de las maneras en que puedes manipular al público comprador para lograr tus ventas. El especialista planteaba que el vendedor nunca debe mostrarse impositivo ante el comprador y debe hacerlo sentir que quien decide la compra es él en última instancia, para ello debe ofrecer opciones que hagan la ilusión al comprador de que decide entre estas, sintiendo que tiene el poder, cuando quien realmente lo tiene es el vendedor, que está eligiendo de antemano la compra-venta.

La estrategia no deja de ser aplicable al caso de la democracia, y muy particularmente a la democracia panameña y su alternancia del poder.

Ante lo anterior funciona el bombardeo mediático de apegarse a la democracia para que nos vaya bien, no hacerlo es abrir espacios a dictaduras y autocracias.

Tal estrategia confunde y manipula a la población que no alcanza a realizar que cualquier propuesta de tipo popular o social en el rejuego electoral es tan democrática como las de derecha. Para ello la manipulación sataniza toda propuesta popular como satélite de Cuba, Venezuela o Nicaragua, cuando se ha evidenciado que la nueva izquierda ya no clama por revoluciones sangrientas o autocracias; para ejemplos basta Suramérica y su nueva izquierda, lejana a las autocracias de izquierda existentes. Paso seguido, queda entonces darle al pueblo la opción de ejercer su “soberano” poder de escoger a quienes ya previamente han sido elegidos por el poder económico o por los sectores dominantes para gobernar a su conveniencia. Sin mencionar que en el caso Panamá se esperó a judicializar en el contexto electoral a quien, por su naturaleza de nuevo rico y su desafío a estos sectores tradicionales, representaba un peligro para la continuidad de su estatus quo, un reto a sus monopolios y su amor a la evasión de impuestos, que para nuestro caso supera los siete mil millones de dólares, (cuántas escuelas, hospitales, trenes, caminos y carreteras saldrían de allí).

Por otra parte, se sustenta la ilusión argumentando que nuestra democracia en particular no permite el desarrollo del Estado, merced de los altos grados de corrupción que le han inculcado las partidocracias tradicionales. Esto es reflejo de un modelo permisivo y en contubernio con los sectores dominantes, electores reales de los títeres que gobiernan a su favor y que reclaman al final dádivas por su misión.

En otras palabras, partidocracia protectora de la explotación monopólica y evasión fiscal. Por ello, la solución que ofrecen los candidatos elegidos de los sectores dominantes es reducir planillas, cosa que no es la panacea cuando el fisco está erosionado por una evasión que resulta ausente en todos los debates.

La corrupción juega un papel esencial en la ilusión dada a los electores al ver que todos los candidatos forman o han formado parte de maquinarias gubernamentales corruptas que han generado pobreza y desigualdad en el país, llevando al caos la educación, la salud y cualquier intento de desarrollo social, anteponiendo sus intereses a favor de una minería de muerte.

Son estos elegidos de los sectores dominantes la ilusión de elección del pueblo, un circo de demagogia y promesas en donde los teatristas son elección y el pueblo el trapecista en la cuerda floja, sin malla protectora y a treinta metros de altura, mientras que los dueños del circo aseguran sus ventas, a costa de la casi segura y fatal caída del trapecista.

Poca tela hay que cortar para el 5 de mayo, y, pese a existir una alternativa independiente los sectores populares, que no han participado de corrupción, y han defendido los intereses populares en las calles, es casi un sueño que logre la meta, pues la hegemonía mediática de los sectores dominantes y de sus agentes ha sido estratégica para cegar las conciencias de masas que olvidan una mesa de diálogo en Penonomé o la lucha del pueblo contra una minería de muerte, todo en aras de un terror infundado.

Estamos a punto de consumar el drama del pueblo “soberano” que vota, pero no elige, y sucumbe ante la ilusión de una democracia que no lo representa en su desarrollo social y distribución de las riquezas, víctimas gustosas de la democracia y como decía mi abuela “sarna con gusto no pica”, aunque ya tengamos la piel ulcerada por rascarnos.

El autor es historiador y docente de historia
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