• 01/03/2011 01:00

Prisioneros de la pantallita

La oscuridad de la sala del cine era afectada por destellos relampagueantes desde los asientos. Manos nerviosas acercaban los aparatitos...

La oscuridad de la sala del cine era afectada por destellos relampagueantes desde los asientos. Manos nerviosas acercaban los aparatitos a las caras y luego, los dedos pulsaban un minúsculo teclado para responder al mensaje escrito. Este intercambio de textos, que bombardeaba de manera constante, molestaba la atención del público sobre lo que ocurría en la pantalla. Además, los esporádicos tonos melodiosos o inquietos timbres y el diálogo que a continuación se escuchaba, impulsaban a algunos a proferir un ‘sssshhhh’ para obligar a los hablantes a callar.

Esta escena, que cada vez se hace más común, es una modalidad de cualquier cinematógrafo y por extensión, en cuanto local donde la gente asista a alguna manifestación pública, ya sea deportiva, cultural y de otra naturaleza.

Los aparatos celulares y sobre todo aquellos con aplicaciones de procesamiento de datos e Internet, como los de la marca BlackBerry, han invadido el mercado, que puede contabilizarse como de dos unidades per cápita (un total de 6 millones 496 mil 347 abonados, según ASEP); para hacer del país uno de los primeros en consumo de este tipo de herramienta de comunicación.

Precisamente, esa cualidad le hace superar las barreras etarias, pues ahora es muy utilizado por mucha gente y sin excepción. Los chicos y chicas para satisfacer sus angustias e intimidad, propias de las inquietudes juveniles. Los ancianos para comunicarse o ser localizados por sus lejanos parientes; así no tienen que visitarlos.

Pero hay un problema cuando se concurre a un lugar o actividad pública. Las personas no pueden concentrarse, pues a cada momento suena el pequeño cuadrito de teclas o se rompe la penumbra, necesaria al espectador con el frenético timbre (o ‘ring tone’, como dicen los ‘pasieritos’ ye ye o los ‘chicos plásticos’, según Rubén).

Los usuarios suelen tener el ‘equipo’ en la mano y ya ni siquiera en su estuche. Algunos entablan simultáneamente una comunicación con dos amigos, mediada por dos aparatos, usados como auriculares portátiles.

Las prácticas de intercambio social a las que obliga esta nueva tecnología, hacen recordar el concepto hegeliano de alienación, pues no se sabe si la gente utiliza el celular o si, por el contrario, terminan esclavos de este servicio. Marx adecuó el término y decía que existe un ‘fetichismo’; la conciencia se entumece, y el resultado es una masa de personas incapaces de expresar sus capacidades específicamente humanas.

Si alguien está en el cine, en un concierto, espectáculo cultural o deportivo y debe o se ve obligado a estar atento al llamado de la pantalla de su portátil, entonces está absorto en los mensajes que emanan del sistema y se evade de la realidad. Sobre todo, si su interlocutor le ha incluido entre los destinatarios favoritos y cuenta con la clave del ‘B B pin’ (código personalizado) y quiere iniciar un chat.

Hay quienes revisan cada cierto tiempo para saber si hay alguna llamada que ha entrado o mensaje. Encienden, no importa dónde o a quién perturben, para satisfacer ese interés casi enfermizo de contestar el mensaje.

No hay nada más desagradable, que le digan a usted en medio de una conversación, ‘espera que me está entrando una llamada... ¡alóoo...!’ y le dejen con la palabra en la boca o en ascuas de algo importante que era el tema del diálogo (‘silbando en la loma’, como diría mi abuela).

Contemplé recientemente una escena impresionante en la Asamblea de Diputados. Mientras que un parlamentario sustentaba con énfasis y ahínco su postura sobre una importantísima ley en discusión, gran cantidad de los colegas hablaba por celular, contestaba chats o miraban sus ‘tablets’ (pantalla digital portátil con aplicaciones de Internet).

En una curul, cuatro de ellos examinaban grupalmente modelos de automóviles a través del sistema operativo, quizás para ver las opciones del mercado en este año.

La actitud de estos políticos invadidos por esa moderna adicción, es un indicador del estado de la sociedad. Un artículo en un diario local, menciona que para la Organización Mundial para la Salud ‘una de cada cuatro personas sufren trastornos de la conducta relacionados’ con estas prácticas.

El catedrático Rafael Ruiloba afirma que es una nueva cultura, que ha cambiado los signos con los que se interpreta y reproduce la realidad en esta época.

Es paradójico que la Humanidad luche por alcanzar la libertad y al final, quede inmersa en nuevas formas de esclavitud, incluso en sus manifestaciones y actos. Ahora es una pequeña pantalla y somos prisioneros tras barrotes invisibles.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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