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A veces aparecen en periódicos artículos valiosos sobre la ciudad de Panamá, la conurbación metropolitana que se extiende de La Chorrera a Pacora al este y Chilibre al norte. Generalmente, son pequeños ensayos de un buen periodista y de un connotado arquitecto-urbanista. Rara vez de un geógrafo o de un historiador. Casi nunca de un sociólogo experto.
En mi libro Reflexiones sobre Panamá y su destino de 1990 a 2022 publiqué 11 breves ensayos sobre nuestra capital, más geográficos que históricos, la mayoría posteriores a 2010. Muchos presentan un panorama de crecimiento más bien desordenado, desde la pequeña ciudad que hacia 1950 llegaba hasta la vía Brasil, con sus suburbios que no superaban el actual hipódromo, cuando Arraiján y La Chorrera, al igual que Pacora y Chilibre, eran pequeños pueblos aislados (como San Francisco de la Caleta), además de una Zona del Canal que desaparece en 1979 gracias a los tratados Torrijos-Carter, oasis norteamericano próspero que partía en dos el territorio nacional y la región metropolitana.
El Gran Panamá Metropolitano, que debería ser un distrito especial, ocupa 5 % del territorio panameño y contiene 2 millones de habitantes, la mitad del país. Funciona con cuatro municipios y dos provincias. Los dos más recientes, San Miguelito y Panamá Oeste, son resultado del populismo desenfrenado de líderes con pobre sentido del Estado y del futuro. Las situaciones negativas ocurren a pesar de tantos estudios preparados para mejorar este espacio geográfico, que terminan en su mayoría engavetados, aunque algunos se convirtieron en proyectos, a veces mal administrados, víctimas también de la incompetencia político-burocrática y de la elevada corrupción pública.
El resultado es una ciudad mediana de Latinoamérica, la más moderna de América Central, extendida por 80 kilómetros entre el este y el oeste atravesando el Canal, con su novedoso perfil de rascacielos frente al mar, con una cinta costera extraordinaria, jalonada de hermosos parques que comenzaron a ser socavados durante la administración Cortizo por la construcción de un centro de entrenamiento para boxeadores. ¿En qué cerebro cupo semejante disparate? Atletas que podrían entrenarse mejor en otra parte en vez de ocultar el mar y recortar nuestros escasos parques urbanos (tenemos menos de 2 m2 de verdaderos parques por habitante, frente al mínimo recomendado por la OMS de 9 m2).
Hermosa cinta costera y viaducto marino que costaron más de mil millones de dólares de nuestros impuestos, desde hace años cerrados los domingos para el uso exclusivo de algunas decenas de ciclistas. Se impide así el acceso al centro de la ciudad de millares de automóviles provenientes del interior del país (1,6 millones de habitantes) y del sector oeste (con 0,5 millones), los que desde el puente de las Américas se dirigen al área central y este con 1,5 millones de personas. ¡Las autoridades pueden habilitar un carril para ciclistas domingueros y evitar otro error parroquial!
El Gran Panamá Metropolitano tiene calidad de vida mediocre para la mayoría. Las contaminaciones ambientales son tremendas, aunque no parecieran tener prioridad para ambientalistas: sobresalen la omnipresente basura, falta de agua potable, calles con huecos y mala señalización, pobres y estrechas aceras mal iluminadas, insuficiencia de parques urbanos e inseguridad pública, además de los ruidos desagradables que soportan la mayoría de sus habitantes y, finalmente, contaminaciones visuales, los numerosos letreros y telarañas eléctricas que afean el entorno.
Hay, además, un problema fundamental que afecta la calidad de vida de la mayoría, el tiempo de recorrido para satisfacer sus necesidades esenciales: actividades al aire libre (parques), aprendizaje (escuelas), abastecimiento (tiendas, supermercados), restauración, movilidad (estaciones de metro, bus, taxis), actividades culturales (bibliotecas, museos), ejercicio físico (gimnasios) servicios básicos (oficinas públicas y privadas) y sanidad (clínicas, hospitales). “La ciudad de 15 minutos” es un concepto que se aplica a relativamente pocas urbes del mundo, muchas sobre todo europeas. Es la distancia-tiempo para acceder a los servicios esenciales, a pie o en bicicleta. Por ejemplo, Zúrich destaca en Europa con 5,4 minutos a pie, en promedio; París, 5,5; Milán, 6,4; Barcelona 9 y Madrid 11,1. En América contamos, para Bogotá, 15 minutos; Buenos Aires, 18,5; Medellín, 19,2 como San José de Costa Rica, mientras que México promedia 29 minutos y Montevideo 30. Nueva York registra 20 minutos y Washington 26. En Canadá están Vancouver y Montreal con 13 minutos, Toronto 14 y Ottawa 17.
Colón y Panamá, incluyendo Arraiján y La Chorrera marcan, en promedio a pie, 30 minutos, y David, ciudad más pequeña, 20 minutos. En Panamá hay un sector central, entre San Felipe, Juan Díaz y Los Andes, que registra 15 minutos o menos y en el resto, las grandes periferias, mucho más. En bicicleta, aunque padezcamos las incomodidades del clima, contamos generalmente la mitad del tiempo. Son cada vez más numerosos los investigadores que exploran este concepto de distancia-tiempo, hacen mediciones, confeccionan mapas mundiales con miles de ciudades (https://whatif.sonycsl.it/15mincity/) y hasta recurren a fórmulas matemáticas muy sofisticadas. Proponen tomar medidas para lograr este tipo de ciudad, mediante la reubicación de servicios esenciales y los principales equipamientos urbanos.
Propongo que los estudiosos de temas urbanos y las autoridades nacionales y municipales exploren más este concepto novedoso y traten de mejorar el ordenamiento territorial, las infraestructuras citadinas y el transporte colectivo (con más líneas del metro y mejores buses). También, apoyen la limpieza urbana, combatan las contaminaciones ambientales y refuercen la seguridad pública, para facilitar el desarrollo de ciudades, principalmente el Gran Panamá Metropolitano, y hacerlas más amigables y agradables para sus habitantes y sus visitantes.