• 05/10/2022 00:00

De quimeras y utopías

“No se roban el dinero para invertir en el país, se roban nuestra vida y nuestra felicidad. [...]. Siendo un país pacífico, pensemos en que, como ciudadanos, tenemos el poder de cambiar la ruta, o seguir hacia el despeñadero”

Cada mañana es un regalo maravilloso. Para los que tienen la dicha de madrugar, un espectáculo irrepetible y gratuito se presenta a quien quiera mirarlo. La noche va pasando y empieza a ceder espacio al día, pero aún no amanece.

Juegos de luz y color empiezan a suceder en el cielo, primero hacia arriba, donde los primeros rayos del sol se abren paso, debido a la angulación con la que empiezan a proyectarse. Luego, va bajando poco a poco hasta casi poderse ver el astro rey en el horizonte. Es un milagro. Son muchos milagros cotidianos que están allí, presentándose en todo su esplendor para aquel que tenga la sensibilidad de notarlos, y realmente valorarlos. Resulta realmente disfrutable el conjunto de ese claroscuro que, combinado con el silencio del entorno, y el frescor matinal nos dan la bienvenida a un nuevo comienzo. Es un placer. Ojalá todo el día fuese así de sabroso, y que todos los amaneceres fueran como el que describo. Pero eso es imposible. Anhelar ese amanecer eterno es perseguir una quimera.

El día promedio para los panameños inicia sin tanta belleza. Es un ajetreo nublado por una visión borrosa, resultado de una noche de poco descanso, así que los efectos luminosos de la bóveda celeste pierden prioridad ante el apremio de tener que llegar a tiempo a un trabajo, que muchas veces no es otra cosa que la solución en la que recibimos dinero por nuestro tiempo de Vida, para pagar las obligaciones del ser un buen ciudadano.

Pagar alquiler, pagar el pasaje, pagar la comida, pagar los estudios, pagar la electricidad, y una lista larguísima de pagar y pagar en la que desaparece el dinero que recibimos en nuestro salario.

Vivimos en un mundo desigual. Esa desigualdad se genera por muchas razones. Enumerarlas sería una tarea extensa, pero todos conocemos muchas de las causas de la desigualdad que acusamos mientras mal dormimos para ir a un trabajo. La raíz de todas esas causas es una sola.

La flor fea de la maleza que llamamos desigualdad surge de una raíz de corrupción. Una raíz de corrupción que encuentra en un sistema y un pueblo clientelista el suelo orgánico, muy lleno de materia fecal, donde crecer y propagarse. Y sus semillas se esparcen cada vez que un politicucho criollo convence a algún panameño golpeado por la necesidad de que, si le da su firma o su voto, cual mesías, creará una utopía en la cual todos tendremos dinero, y sin esfuerzo.

Dejamos de ver todo lo que nuestro país tiene para ofrecernos, y nos enfocamos en lo que no tenemos individualmente. Entra en acción ese conocido sinvergüenza que nos habla bonito, y nos dejamos convencer de que, de llevarlo a la oficina de poder, creará un mundo de elefantes rosados voladores, y árboles de algodón de azúcar, en donde podremos fiestar sin consecuencias por siempre jamás.

Aparentemente, nos gusta que nos echen cuentos. Hay que ser muy pendejos para creer las historias mal plagiadas que son los eslóganes de campaña de la gran mayoría de quienes aspiran a llegar al poder. Pero sí lo somos, pues allí están esos carroñeros peleándose las tripas del país, que ya lo tienen medio muerto. Y han llegado allí por votos, o por sistemas de residuos o cocientes que nadie acaba de entender, pero que no deberían existir, pero son respaldados por una entidad que encima les ofrece un fuero que claramente es un superescudo para delincuentes.

Hay que limpiar todas las instituciones, pero no con una barrida y trapeada. Hay que fumigar, que la infestación ya es de un nivel crítico.

Funcionarios con más de 20 años viviendo como reyes a costa de nuestros impuestos. ¿Qué es eso?

El Canal, lleno de copartidarios. ¿Qué es eso?

¿En qué cabeza cabe que un parásito político va a hacer algo bueno por el país?

Al que tenga oportunidad, maneje cinco minutos, en cualquier lugar del país. El resultado será el mismo.

Se va usted a encontrar, amigo lector, con huecos que tienen tramos de calle. ¿A qué se debe eso? La respuesta es obvia. Partidocracia sobre méritos. La corrupción mata la capacidad creativa.

Premiar al malo no lo va a hacer bueno. Y no valorar al bueno sí puede volverlo malo.

No se roban el dinero para invertir en el país, se roban nuestra vida y nuestra felicidad. Cazar quimeras y soñar con utopías está lejos de ser la solución real de los problemas. Siendo un país pacífico, pensemos en que, como ciudadanos, tenemos el poder de cambiar la ruta, o seguir hacia el despeñadero.

Pensemos a quiénes respaldamos a la hora de votar. No todo lo nuevo es bueno. Mire la Asamblea. Altísimo porcentaje de nuevos residentes, pero con los mismos resultados.

Hay gente buena. Esa debe ser la elección.

¿Cuál es el bueno y cuál es el malo? Si tiene que preguntar, es usted parte del problema. Valores morales y sentido común, que curiosamente es el menos común de los sentidos.

Dios nos guíe.

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