• 12/01/2020 00:00

Realidad de nuestro sistema económico

El poder económico en manos de pocas personas es una fuerza potente que puede dañar o beneficiar a una multitud de personas, cambiar las corrientes del comercio, llevar la ruina a un país y la prosperidad a otros.

Una sociedad en la que la producción se rige por fuerzas económicas ciegas ha sido sutilmente reemplazada por otra en la que la producción se lleva a cabo bajo el control final de un puñado de individuos. El poder económico en manos de pocas personas es una fuerza potente que puede dañar o beneficiar a una multitud de personas, cambiar las corrientes del comercio, llevar la ruina a un país y la prosperidad a otros.

Pero lo peor de esta degeneración del sistema económico es que, las grandes corporaciones globales que controlan las fuerzas de la economía han pasado más allá del ámbito privado y se encuentran ahora en concubinatos con gobiernos y Estados, y han establecido un núcleo de instituciones paralelas donde la moneda de curso es el tráfico de influencia y el resultado es la corrupción. Como consecuencia, han resurgido y con mayor intensidad las prácticas prohibidas como son fijación de precios, poder de mercado, concentración en industrias claves y colusión en licitaciones.

Con esta concentración masiva de poder en manos de corporaciones privadas y funcionarios públicos, la maravilla de la economía del laissez-faire ha quedado en el recuerdo y ha sido reemplazada por los tentáculos de una economía basada en el robo de capital, caracterizada por conflictos de interés, nepotismo, clientelismo político y peculado. Lentamente, el interés propio del comerciante y la mano invisible de Adam Smith han sido cambiados por la sed de ganancias y es lo que nos ha traído donde estamos hoy. Y no es que estamos en contra de las ganancias como objetivo propulsor de la economía, sino que esas ganancias nunca debieran estar por encima del interés colectivo o bienestar de la sociedad.

Entonces, ¿cuál es el objetivo que debe mover a la economía? Proponemos al menos dos principios o valores fundamentales. El primero es la verdad, y con esto decimos que absolutamente todo, desde el interés individual de nunca decir mentiras hasta las fronteras de la imaginación de buscar la excelencia y brindar productos y servicios de calidad, todo siempre debe hacerse con total honestidad. Y segundo es la conservación de la naturaleza, esa preciosidad natural que significa nuestro planeta Tierra y que todos debemos preservar cuidando de nuestros mares, bosques y ríos. Solamente hay que mirar nuestro alrededor para darnos cuenta la forma salvaje y voraz con la que hemos destruido el medio ambiente, supuestamente en aras del desarrollo y el progreso.

En consecuencia, la verdad y la conservación de la naturaleza son dos valores básicos que pueden perfectamente convertirse en las fuerzas dinámicas que garantizan el desarrollo en el futuro. Porque de seguir deambulando por el mundo, insensibles e inamovibles con todo el desastre ecológico que hemos causado, seguiremos escuchando las voces sinceras que lloran desde lo más profundo de nuestros barrios y arrabales, para que se diga la verdad y se restablezca la belleza en el mundo.

No es que otros valores no existan, es que el problema del sistema económico en esencia nos ha llevado a tener dos repúblicas. Una habitada por aquellos a quienes la fortuna ha sonreído, ubicada en barrios con calles y aceras, con acueductos y tendidos eléctricos. Es donde la gente mira desde arriba, la vista en la que funcionan las cosas, en la que los defectos parecen pequeños y relativamente poco importantes, en la que hombres aparentemente razonables, almorzando cómodamente, pueden llegar a tomar decisiones sobre cómo decidir cosas, en la que la impotencia de no tener nada nunca se experimenta de primera mano, en lo cual, con pleno reconocimiento de las excepciones que deben tenerse en cuenta, todo está bien con el mundo.

Pero también hay otra república de los que viven en paredes de zinc, en piso de barro, sin luz ni alcantarillado, sin caminos de acceso ni escuelas donde aprender. Aquellos que no les alcanza para comprar alimentos y cubrir sus requerimientos nutricionales. Desde esta república hay otra vista más restringida, más canalla y más pobre. Es posible que los ciudadanos prósperos nunca tengan que visitar, y mucho menos vivir, la república de los menos afortunados, pero un sistema económico que tiene como objetivo central la producción de bienes y servicios para todos por igual, no debiera favorecer a unos y olvidar a otros, ni tampoco debiera conceder privilegios para unos y discriminar a otros. Descripción que es, de hecho, una realidad triste de como son las cosas y no simplemente como queremos que sean.

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