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- 30/12/2021 00:00
Torbellino emocional de fin de año
Para vísperas de final de año, ocurre, en casi todo el planeta con influencia cristiana, un fenómeno colectivo marcado por aspectos sentimentales, problemas de ansiedad, elementos de superchería, dilemas de tinte existencial, etc., que prácticamente no van de la esencia del cristianismo en la cual la solidaridad y la cooperación deben estar presentes en todo el año y no en un solo día.
En el plano sentimental, las personas llegan a una reflexión sobre lo que significa el final de algo. Un año se termina y entonces caemos en la cuenta de que existen amigos que han partido de este mundo, familiares que no vemos, amores del pasado, etc. y muchos deciden realizar una especie de inventario sobre lo que ha sido su vida hasta este momento. Los logros realizados y los proyectos por realizar inundan las mentes de las personas y ahora con mayor refuerzo, producto de los efectos de la pandemia, donde miles de personas han perdido sus empleos y sus vidas.
La ansiedad se empieza a incrementar a medida que se acercan la Navidad y Año Nuevo, pero este fenómeno es cultivado fríamente por los medios de comunicación que nos dan a cada rato “repiques de campana” sobre lo que debemos comprar, regalar y dónde hacerlo. Los sectores económicos dominantes se aprovechan de un periodo de “ablandamiento” y nos inoculan la idea de que Navidad sin Jamón no es Navidad, tampoco si no hay regalos ni arbolitos, nacimientos y alumbrados.
En el contexto de la celebración navideña muchos hasta desconocen el origen de la festividad, que tiene mucho que ver con la pobreza y humildad que rodea el nacimiento de Jesús como salvador del mundo y de los pecadores. Lejos de eso, la gente empieza a hacer derroche de cuánto puede gastar y comprar para deslumbrar a sus semejantes. Muchos realizan competencia de cuán llenas de comida y bebida pueden tener sus mesas y también de qué tan grande es su Nacimiento, en el cual abundan objetos extemporáneos a la época de Jesús.
Alguna gente lava su “conciencia materialista” brindando comida a los indigentes de la calle o donando para la “teletón”, para que todos se percaten de que también tienen su “corazoncito”, aunque solo sea para final de año. La esencia de la cristiandad cede su espacio ante el avance arrollador de la materialidad que se esconde tras un falso humanismo que solo exhibe a la limosna como único acercamiento hacia los pobres.
El rito de la Navidad también queda salpicado con aspectos “mágicos”, donde el solo hecho de guindar una mazorca con espigas de arroz en la puerta nos garantiza comida para todo el año. Ni hablar de los inciensos y diversos baños que nos garantizan mantenernos a distancia de las envidias y maleficios del “prójimo”, que siempre nos quiere ver con mal a nuestro alrededor.
La crisis existencial que rodea a las personas es absorbida del medio que está viviendo donde la felicidad tiene mucho que ver con la capacidad adquisitiva, como nos lo muestran las imágenes de supuestas personas “felices” paseando en yate y mostrando sus millonarias compras en época navideña. La consigna “existo porque compro” se mete tan de lleno en la gente que hasta resulta irracional ver a las “muchedumbres solitarias” por las calles y avenidas corriendo como hormigas en busca de “pedacitos de hojas” para llevar a la casa y estar en paz consigo mismas.
¿Se puede servir a Dios y al demonio al mismo tiempo? En casi todas las corrientes religiosas queda claro que el mal se manifiesta por medio de la tentación y las cosas superfluas que dañan la esencia de lo que significa construir una sociedad más justa e igualitaria. Es incongruente decir que somos “cristianos”, cuando solo nos acordamos de los que la “pasan mal” una vez al año. En nuestras acciones de los meses que anteceden a la Navidad está la clave de un verdadero regocijo. Saber que la verdadera misión del nacimiento de Cristo estriba en la construcción de un mundo mejor, donde no existan diferencias de clases, donde no impere la violencia y, mucho menos, la corrupción.