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La lucha contra las enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y algunos tumores es sin duda una emergencia mundial. Hace apenas treinta años, las enfermedades infecciosas como la tuberculosis, el VIH/SIDA y la malaria eran la principal amenaza mundial para la salud. Pero hoy día, las enfermedades crónicas, a pesar de que solo reciben el 2% del financiamiento total asignado por la Organización Mundial de Salud, constituyen una emergencia sanitaria en todo el mundo.
Los cambios en el consumo de alimentos y los estilos de vida cada vez más sedentarios tienen un fuerte impacto en la salud humana y el medio ambiente, y aumentan los riesgos de desarrollar enfermedades crónicas que provocan más de 40 millones de muertes prematuras cada año. Estos cambios en los estilos de vida están golpeando duramente a todos los países. Contrariamente a la creencia común, un gran número de habitantes de América Latina se enfrentan al sobrepeso y la obesidad. ¿Quién podría imaginar que el 42% de las mujeres en edad fértil en Panamá ya tienen sobrepeso y el 22% son obesas? ¿O que el 38% de los niños de edad escolar y el 72% de los adultos tienen sobrepeso? El aumento en el consumo de grasas saturadas y alimentos ultraprocesados, combinado con la urbanización masiva fuente de cambio de estilo de vida más propicio para las enfermedades crónicas, son las causas de estas transiciones epidemiológicas.
La industria agroalimentaria, impulsora de estos cambios, tiene un impacto tanto en la salud humana como en el medio ambiente. La intensificación de los métodos de producción, el consumo excesivo de carne, el uso masivo de productos químicos en la agricultura (glifosato) y el uso de sustancias y envases químicos (ftalatos) para conservar los alimentos tienen un gran impacto en el medio ambiente. Al mismo tiempo, demasiada grasa, demasiado sodio, demasiada azúcar, alimentos con demasiadas calorías y un mayor consumo de bebidas azucaradas y alcohol, combinados con una reducción de la actividad física, son factores de riesgo importantes para las enfermedades crónicas.
La diabetes es una ilustración perfecta de este fuerte vínculo entre la salud de las poblaciones y la salud de nuestro planeta y los desafíos relacionados. Cifras oficiales del 2017 señalan que 425 millones de personas vivían con diabetes. Una persona moría cada 6 segundos y la enfermedad costaba 723 mil millones de dólares. Además, la diabetes es la principal causa de ceguera, personas sometidas a diálisis y amputaciones no traumáticas en todo el mundo. Para el año 2045 habrá 710 millones de diabéticos, y más del 80% de los cuales vivirán en países de bajos y medianos ingresos. La diabetes afectará a 110 millones de personas en América Latina, y costará a la región $18 mil millones. El 90% de los casos de diabetes serían evitables si adoptamos políticas de prevención ambiciosas dirigidas a cambiar la conducta alimentaria y el sedentarismo.
Desafortunadamente, este objetivo es todavía un sueño. Para las personas que ya padecen diabetes, los tratamientos son extremadamente costosos para el paciente y su familia, pero también para los gobiernos. En muchos países, estos tratamientos no están disponibles para todos, y en otros están disponibles pero el costo es una carga enorme. En América Latina, un fármaco antidiabético como la insulina solo está disponible en la mitad de los países y a un precio muy elevado. Por ejemplo, en Panamá, más de la mitad de los hogares con un paciente diabético dedican más del 30% de sus ingresos al pago de la atención médica. Por lo tanto, las políticas de acceso a los tratamientos son esenciales.
Esta realidad exige a que los gobiernos hagan un cambio de paradigma y adopten decisiones que sean esenciales para enfrentar grandes desafíos: alimentar al planeta de manera más saludable para reducir el impacto de la mala nutrición en la salud humana y el medio ambiente, prevenir enfermedades crónicas para reducir su carga económica, y proporcionar a los pacientes que padecen una de estas enfermedades el acceso a los tratamientos esenciales para su atención a un costo asequible. Igualmente, estos desafíos requieren tomar medidas urgentes: adoptar impuestos sobre el alcohol y las bebidas azucaradas para reducir su consumo, universalizar el etiquetado sobre el contenido de los alimentos como el de advertencia nutricional, prohibir los anuncios de comida chatarra dirigidos al público más joven, y adoptar medidas fiscales positivas para abaratar productos saludables con altas cualidades nutricionales. Solo así cambiaremos el futuro apocalíptico que estamos forjando con nuestros malos hábitos y malas decisiones alimentarias.