Huecos, baches o alcantarillas sin tapa ponen en riesgo a los conductores que transitan por las deterioradas carreteras de Panamá, bajo lupa con una nueva...

El manejo de las relaciones internacionales no ha sido un tema fácil para el actual gobierno. La herencia recibida de sus antecesores de tener a Panamá en listas discriminatorias y la distante relación, tanto con Estados Unidos como con China, donde se puso en el congelador lo que se había avanzado en la administración Varela, hacía necesario recomponer lo poco que se encontró.
Además, se desconocía si las amenazas de recobrar el Canal de que el candidato Trump realizaba en la campaña electoral, se tornarían en realidad en enero de 2025 al llegar a la presidencia.
Donald Trump, desde el pasado 20 de enero, se refirió a lo que quería hacer con el Canal que, según él, Estados Unidos lo había vendido a Panamá por $1, que en su construcción habían perdido la su vida 35.000 estadounidenses y que hasta soldados chinos andaban libremente por nuestras calles.
Aunque fue hartamente rebatido que lo dicho carecía de veracidad alguna, el discurso siguió con la misma narrativa, enviando a Panamá el 1 de febrero, a solo 11 días de haber asumido el poder, al secretario de Estado Marco Rubio. Si bien mitigó el tono de las erradas aseveraciones de Trump, planteó enérgicamente que “se debería dar gratis” el paso de cualquier barco de su ejército y que debíamos erradicar “la maligna presencia del Partido Comunista chino”.
Esa exigencia inicial se fue atenuando, incluso sin haberse cumplido la inicial petición de que los puertos “controlados” por China, aunque sus dueños fueran una empresa hongkonesa que hasta manejó puertos en Estados Unidos, pasaran a manos de un fondo de inversiones gringo. Posteriormente, la supuesta venta de tales puertos se ha esfumado y quizás no se venderán a nadie.
En esa primera visita de Rubio, el Gobierno cedió a una petición gringa de que Panamá renunciara al convenio del 2017 con China en lo relativo a la Ruta de la Seda, ni siquiera implementado, lo que se vio como una posición sumisa frente a EUA, causando la lógica irritación del régimen chino.
Posteriormente, en abril vino el secretario de Defensa, Pete Hegseth, con el mismo planteamiento de tránsitos gratuitos por el Canal para sus barcos militares y la presencia de soldados de su país en Panamá, firmándose el controversial memorándum de entendimiento (MOU) que, por la pésima comunicación oficial, permitió innumerables interpretaciones.
Igualmente, el ministro del Canal, sin facultad alguna para hacerlo, firmó una declaración con Hegseth, en cierta forma aceptando que los barcos militares de su país cruzarían gratuitamente con aquello del “costo neutro”, donde Panamá compensaría lo que nos dan de ayuda económica con el costo del peaje de los barcos de su Armada. Posteriormente se volvió a la tesis de que todos los barcos deben pagar, ya que, al permitirlo, se violentaría el Tratado de Neutralidad.
En su visita, la secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, volvió a plantear lo mismo. Panamá reiteró la imposibilidad de acceder a tal petición.
Como se ve, ha sido difícil la relación con nuestro principal socio comercial y político. Si bien para algunos, Mulino ha demostrado mucha debilidad frente a Trump, para otros su postura ha sido inteligente al no optar por confrontarlo, evitando así problemas como los que vive actualmente Colombia, por las bravuconadas de Gustavo Petro, frente a alguien que actúa como si fuera el emperador del planeta.
El éxito de excluir a Panamá de las listas discriminatorias europeas, sumarnos al Mercosur y los viajes de Mulino buscando más oportunidades de inversión, deberán contar con un mejor clima social en el país, porque nadie mete dinero en un sitio lleno de protestas. Después de superadas estas, se espera que la situación mejore.
El estilo de confrontación y no de diálogo de Mulino ha sido un problema para acabar con ese peligro, aun cuando algunos aplauden la forma como se ha neutralizado —por el momento— al Suntracs, a los indígenas y a los educadores.
La concentración de las decisiones en política exterior en manos del presidente Mulino, dejando casi a un lado a su canciller, han dado hasta el momento buenos resultados, a pesar de la baja calidad de la representación diplomática que han nombrado.
Ese decir que “el único que habla sobre el tema es el presidente”, además de dejar a un lado a la Cancillería, impide que los demás actores del quehacer nacional puedan dar su opinión sobre una política que, como la exterior, terminará afectándonos a todos.