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- 31/10/2021 00:00
Vacunación COVID-19 en edades pediátricas
Numerosas encuestas sobre la decisión de los padres de vacunar a sus hijos revelan que los pediatras son la fuente más fiable e influyente de información y aceptación de cualquier inmunización que proteja contra las enfermedades infecciosas. Una gran confianza es propiciada también si la medida cuenta con el aval de organismos científicos prestigiosos (OMS, OPS, FDA, CDC, EMA, sociedades académicas, ministerios de Salud). La opinión de familiares (abuelos, tíos) es moderadamente importante en la actitud final. El rol de “influencers” diplomados por Google, de charlatanes que practican el intrusismo profesional y de algunos pocos galenos alejados del método científico es, por dicha, intrascendente.
Las vacunas contra la COVID-19 han evidenciado una elevada eficacia (80-99 % versus enfermedad grave) y seguridad en más de 6 mil millones de dosis administradas globalmente. Casi todas las reacciones adversas han sido leves a moderadas, más locales que sistémicas y transitorias durante los primeros días de la inyección. Como sucede con cualquier fármaco, las vacunas pueden ocasionalmente provocar eventos indeseables de mayor relieve, pero estos no han alterado la muy favorable relación de beneficio/riesgo. En las vacunas de mRNA (Pfizer-BioNTech, Moderna-NIH) se ha descrito anafilaxia (1 caso por cada 200-400 mil vacunados), linfadenopatía regional benigna (1 caso por cada 100 vacunados) y miocarditis/pericarditis (1 caso por cada 35 mil jóvenes vacunados de 12-29 años), mientras que en las de vector adenovirus (Astra Zeneca, Johnson & Johnson) se ha observado la trombocitopenia trombótica (1 caso por cada 80 mil mujeres jóvenes vacunadas). Otras raras condiciones, como la parálisis de Bell y el síndrome de Guillain-Barré, aunque biológicamente plausibles, todavía no muestran una clara vinculación y siguen en evaluación para diferenciar entre causalidad y casualidad. Cualquier vacunación, incluyendo la tradicional contra muchas otras infecciones, puede inducir la ocurrencia de Herpes zoster, especialmente en adultos mayores de 50 años (1 caso por cada 6 mil adultos vacunados), debido a la reactivación del virus de varicela que ha permanecido latente en el tejido nervioso después de la infección en etapas juveniles.
La vacunación de adolescentes ha generado más reticencia que la de adultos, particularmente porque la infección en este grupo etario tiende a ser más leve y porque existe el riesgo de miocarditis (1 caso por cada 10 mil muchachos de 12-19 años vacunados, según varias series publicadas), un evento 8-10 veces más común en varones que en mujeres, especialmente con la segunda dosis. El Reino Unido decidió, por tanto, aplicar solo 1 dosis de manera preliminar, una estrategia bastante criticada por la gran cantidad de jóvenes padeciendo de COVID-19 en la actualidad y por la potencial emergencia de más variantes en una región que aún no controla su pandemia. Un total de 364 mil adolescentes (mitad del sexo masculino) ha sido vacunado con dos dosis en Panamá hasta el día 25 de octubre y aún no hay casos documentados de miocarditis (por EKG, enzimas cardiacas y/o ecografía) en el sistema de salud público o privado.
La inflamación miocárdica posvacunación, por fortuna, es habitualmente leve, autolimitada y de fácil tratamiento, a diferencia de la causada por el propio SARS-CoV-2, que, aparte de ser más grave, es notoriamente más frecuente (5-8 casos por cada 10 mil adolescentes infectados). Con la amplia propagación de la variante delta, además, la COVID-19 se ha tornado más rutinaria en edades pediátricas. Datos de la CDC indican que más de 700 niños estadounidenses han fallecido por complicaciones de la infección durante la pandemia. Los datos del Minsa para Panamá indican que, a la fecha, 87 mil niños y adolescentes han sufrido COVID-19 (18 % del total de casos en el país), 1600 han ameritado hospitalización (1.8 % de los infectados) y 49 han fallecido (3 % de los hospitalizados y 0.06 % de los infectados: 1 muerte por cada 1800 diagnósticos).
El comité asesor de la FDA recomendó recientemente por unanimidad, después de extenso debate, la autorización de la vacuna de Pfizer-BioNtech en niños de 5 a 11 años. Los expertos analizaron los resultados del ensayo en 1518 niños que recibieron la inmunización de 10 mcg (un tercio de la dosis estándar), comparados con 750 niños asignados aleatoriamente a placebo. La eficacia fue de 91 %, con un buen perfil de seguridad. Utilizando modelos matemáticos se concluyó que la vacunación en estas edades prevendría entre 20 y 250 hospitalizaciones por millón de niños varones, según diferentes escenarios epidemiológicos, cantidades que aportan un perceptible beneficio sobre el presunto riesgo de miocarditis (menos probable quizás en niños pequeños por razones fisiológicas). La vacunación, además, reduciría significativamente las cifras de 8300 internaciones, 5200 casos de PIMS, 14 % de niños con COVID-19 prolongado y 100 fallecimientos que han sido contabilizadas en Estados Unidos, solo en el grupo de 5 a 11 años.
La vacunación infantil, aparte de evitar morbilidad, reducir la transmisión, amplificar la inmunidad colectiva y prevenir el desarrollo de más mutaciones virales, ayudaría al ansiado regreso a la normalidad. Algo similar ha ocurrido con la varicela, infección relativamente más benigna que la COVID en niños, pero cuya vacunación ha disminuido notablemente la enfermedad en los países que la han incorporado al esquema nacional de inmunización infantil, incluyendo a Panamá. Finalmente, otra extraordinaria ventaja de la vacunación sería asegurar el retorno de los niños al colegio, lo que ayudaría a resolver el enorme estrago que ha dejado la pandemia en nuestra juventud. Sería imperdonable mantener la terrible inercia educativa.