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- 14/10/2025 00:00
Cuando la vulnerabilidad de la mujer se convierte en instrumento de victimización del hombre

En el panorama jurídico y social panameño se ha consolidado un discurso de protección hacia la mujer, fundado en su condición histórica de vulnerabilidad y en siglos de desigualdad estructural. Normas como la Ley 38 de 2001 y la Ley 82 de 2013 han institucionalizado esa protección necesaria, reconociendo al género femenino como sujeto de especial amparo frente a la violencia y la discriminación. Pero en medio de estos avances incuestionables surge una pregunta incómoda, casi prohibida: ¿qué ocurre cuando ese marco protector se instrumentaliza para perjudicar al hombre? ¿Dónde queda su derecho a ser tratado con igualdad, a ser escuchado sin prejuicios y a no ser victimizado por un sistema que, en su loable intención de proteger, termina discriminando?
La mujer panameña ha logrado consolidar un reconocimiento jurídico y social que garantiza su acceso a rutas de protección, asistencia legal y apoyo psicosocial. El Estado, a través del Instituto Nacional de la Mujer (INAMU), ha establecido protocolos claros de atención que visibilizan su situación y promueven políticas públicas orientadas a su defensa. Sin embargo, el hombre permanece en un vacío institucional. Su género no es reconocido como una categoría susceptible de vulnerabilidad, y su masculinidad continúa siendo asociada con fortaleza, autosuficiencia e incluso con el rol de potencial agresor. Cuando un hombre sufre violencia psicológica, manipulación emocional o acusaciones infundadas, su dolor carece de nombre, de institución y de legitimidad social.
He visto hombres emocionalmente estables desmoronarse ante denuncias falsas en procesos de separación o guarda. No los destruye la acusación, sino el abandono institucional que los deja sin amparo. Mientras la mujer es respaldada por un sistema protector, el hombre enfrenta solo el peso del prejuicio.
La tragedia del hombre victimizado radica en su doble invisibilidad. Socialmente no se le cree y jurídicamente no se le protege. Si se atreve a denunciar, recibe burlas o incredulidad; si calla, carga con la culpa que no le corresponde. Su masculinidad es puesta en duda precisamente por atreverse a reconocer su dolor. Esta negación de la vulnerabilidad masculina es, en sí misma, una forma de violencia cultural profundamente enraizada, que reproduce el mismo sistema patriarcal que pretende combatir: el que niega humanidad al hombre y reduce a la mujer a víctima perpetua.
Los efectos psicológicos de esta desprotección son devastadores. Hombres que eran padres dedicados, profesionales equilibrados o ciudadanos ejemplares terminan enfrentando depresiones severas, ansiedad crónica e incluso pensamientos suicidas. Lo que los destruye no es solo desconocer su inocencia primigenia, sino la impotencia ante un sistema que no los escucha, no los ampara y los estigmatiza por su condición de hombres.
La solución no está en debilitar la protección de la mujer, conquista social que debemos preservar, sino en ampliar el paradigma de protección para incluir toda forma de vulnerabilidad humana. El Estado panameño necesita reconocer que la vulnerabilidad no tiene género. Debemos desmontar la idea de que el hombre fuerte no sufre, que su silencio es prueba de entereza y que su dolor es una amenaza al orden social.
El verdadero feminismo, aquel que busca igualdad sustantiva y no supremacía simbólica, no debería sentirse amenazado por esta reflexión. Al contrario, debería asumirla como parte de su misma lucha: la de liberar a ambos géneros de los estereotipos que los oprimen. La estructura patriarcal que exigía a las mujeres sumisión es la misma que exige a los hombres invulnerabilidad. Ambas son violencias diferentes, pero igual de deshumanizadoras.
Panamá tiene la oportunidad de construir un sistema donde la credibilidad no dependa del sexo del denunciante, sino de la consistencia de los hechos y las pruebas. Donde se proteja a la mujer por su histórica desventaja, pero también al hombre cuando circunstancialmente se encuentre en situación de vulnerabilidad. Donde ser víctima no sea una condición de género, sino una realidad que exige justicia.
Al hombre panameño le debemos el reconocimiento de su humanidad completa: con sus virtudes y fragilidades. Le debemos un sistema que lo vea como persona, no como estereotipo. Le debemos el derecho a ser vulnerable sin ser ridiculizado, a ser victimizado sin ser culpabilizado, a pedir ayuda sin ser avergonzado. La verdadera igualdad de género llegará cuando ningún ser humano tenga que ocultar su dolor para encajar en las expectativas de su rol social.