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- 14/10/2025 00:00
Debemos rescatar la historia como ciencia social indispensable
La memoria es un combate permanente se ha dicho. Verdad vigente cuando tantos inventan un pasado falso para proteger sus ambiciones ilegítimas, aquí y afuera. Pretérito que hay que exhumar mediante estudios serios para educarnos y también preservarnos de repetir errores conocidos.
Debemos recordar que la historia es universalidad. Hecho que pesa especialmente en Panamá por su posición geográfica, la geopolítica global y su función histórica. Hay una corriente contraria en un mundo abrumado por los brotes de xenofobia y chovinismo que está resucitando en todas partes. Es la obra de gente que es víctima de una mala educación en todos los niveles, de nacionalismo mal entendido, arropada por ideologías caducas. Se añade el peligro del anacronismo al tratar temas y personajes históricos con nuestros valores actuales, con la visión del siglo XXI y la sensibilidad de nuestras sociedades. Recurso utilizado también por políticos, grandes demagogos que tratan de adjudicar a nuestros antepasados remotos, en especial los hispánicos, la responsabilidad de sus propias fallas y fracasos.
En Panamá pareciera que viviéramos atrapados en un eterno presente, con poca conexión con el pasado, al ignorar mucho un mundo que cambia con gran velocidad. Sin embargo, en el estudio de la historia surge un grupo de historiadores profesionales, verdaderos científicos sociales formados en excelentes universidades de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa, que publican obras de calidad internacional quienes merecen ocupar los primeros lugares en la academia y en las universidades panameñas, en nuestras escuelas. Deberían contar con todos los recursos para investigar y producir, para publicar, y agradecerlo. ¿Ocurre aquí?
Personalidades relevantes, incluyendo científicos sociales, merecen un reconocimiento institucional cimero, como sucede en los países avanzados. Existen los principales premios nacionales que deberían hacerlo, aunque algunos sean claramente sectarios: el Ricardo Miró, más destacado e imparcial, creado en 1942, con su sección ensayo, y la condecoración Manuel José Hurtado, de 1959, del Ministerio de Educación para excelentes docentes. Después vino el Premio Universidad fundado en 1992 por la Universidad de Panamá, tan decaída por décadas de clientelismo interno y de mediocridad académica, que distingue a personas variadas. Se añade el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, creado en 1996 por la Universidad Tecnológica de Panamá y la condecoración nacional Rogelio Sinán, instituida en 2001 por el Ministerio de Educación. Finalmente, está la condecoración Justo Arosemena, entregada desde 2006 por la Asamblea Nacional con criterios únicamente políticos.
Cuando fui vicecanciller intenté establecer un sistema para otorgar las primeras condecoraciones nacionales a personalidades verdaderamente académicas, grandes científicos y consumados artistas con obra importante y larga ejecutoria, recayendo la primera en el historiador, docente y escritor Rodrigo Miró Grimaldo (1919-1996) con la Vasco Núñez de Balboa. Infortunadamente, por razones incomprensibles, no pudimos honrar al siguiente, escritor, educador y gran profesional, y murió esta iniciativa.
Ocurrió también porque seguimos inmersos en una cultura que es fruto de una mentalidad arcaica, desfasada frente a la de sociedades más avanzadas en democracia liberal y prosperidad, sustentadas en las ciencias -incluso las sociales- y la tecnología. Caemos fácilmente en las funestas tentaciones de la xenofobia, la superstición, el fanatismo ideológico, religioso, la discriminación y la intolerancia, que se anteponen al orden, al pensamiento científico y racional. A utopías antiguas de todo pelaje, añadimos la adoración de líderes locales y coyunturales antes de caer todavía más, en las redes de políticos populistas y clientelistas. Todo esto antes de descender aún más, a quedar a merced de individuos del crimen organizado que llegan a controlar partidos políticos, instituciones públicas y los primeros órganos del Estado, especialmente la Asamblea Nacional.
La solución evidente para cambiar la cultura del desorden, la injusticia y la corrupción pública terriblemente impune, para fabricar una sociedad más libre, tolerante, inclusiva, equitativa y justa, con un gobierno verdaderamente laico, es una educación de real calidad. Educación moderna, universal, todavía ausente, en la que prevalezca el estudio y la enseñanza de las ciencias sociales incluyendo la historia, en manos de los mejores educadores rigurosamente seleccionados, bien formados en los métodos y técnicas más adelantados, permanentemente calificados.
Invito a los científicos sociales de Panamá a liberarnos de leyendas y mitos que abundan sobre nuestra historia, construidos por personas y grupos de interés para justificar sus acciones, sus omisiones, sus ambiciones políticas, sus ideologías. A desconocer supuestos méritos de personajes históricos, especialmente líderes nacionales y comunales insensatos, irracionales, autoritarios, racistas, clericales y corruptos que se presentan como ejemplares. A combatir la inmoral tergiversación de la historia nacional.
Panamá es el único país hispanoamericano que ha dejado morir, por la irresponsabilidad de sus antiguos directivos -para ocultar hechos censurables-, su venerable Academia de la Historia, fundada en 1921. Sólo quedamos dos académicos de número, igualmente de avanzada edad que podríamos convocar la elección de nuevos académicos para resucitar esta institución nacional garante de la ciencia social indispensable.
Ojalá que el Ministerio de Cultura, más consciente del problema como me ha revelado la diligente ministra Maruja Herrera, pueda impulsar su renacimiento que he promovido desde hace más de tres décadas. Que, además, recupere el Archivo Nacional, pilar cultural en manos de otra institución pública alejada de su propósito fundamental. Que reciba el apoyo de toda la sociedad para también mejorar las bibliotecas de todo el país, en su mayoría abandonadas, sin personal ni presupuestos suficientes, organismos de memoria y de docencia imprescindibles para el saneamiento de Panamá. Más información en mi libro Reflexiones sobre Panamá y su destino de 1990 a 2024 (www.omarjaen.com.pa)