Al sumarse a la ofensiva de Netanyahu contra Irán, el presidente de Estados Unidos elige la ruta más peligrosa: incendiar un Oriente Próximo ya al borde del colapso.

Trump, que prometió no repetir los errores de sus antecesores, ha demostrado que quiere guerra y exige incluso a América Latina que “elija bando”. La diplomacia ha sido arrinconada por la intimidación. La guerra no resuelve: destruye y mata.

El papa León XIV, el pasado domingo, lo recordó con lucidez : ninguna victoria armada justifica el dolor de una madre o el miedo de un niño. Pero quienes hoy disparan misiles parecen sordos al clamor de los pueblos y ciegos ante el horror que alimentan.

La violencia en Gaza, Cisjordania e Irán no traerá paz ni justicia. Solo más muertos, más fanatismo y nuevas guerras. El derecho internacional ha sido vulnerado sin consecuencias, mientras la política abdica y el multilateralismo se desmorona.

Es hora de detener esta deriva suicida. La diplomacia no es ingenuidad: es la única barrera entre el mundo que tenemos y el abismo que se avecina.

Silenciarla es una forma de barbarie y aunque suene utópico en estos tiempos: el diálogo con diplomacia es la salida.

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