Un buen estudiante, tranquilo y algo introvertido, que fue monaguillo y empleado en un supermercado antes de alcanzar la fama. Esos son algunos retazos...

El gobierno presentó el nuevo Presupuesto General para 2026 dejando a un lado las promesas de austeridad. Por el contrario, hubo un incremento de $4.789 millones más al pedir $34.900 millones. El problema de fondo no solo está en el tamaño de las cifras planteadas por el Ministerio de Economía, sino en los resultados pobres o en muchos casos inexistentes que tienen estos prepuestos mastodónticos. Peor aún, históricamente el país ha carecido de una estrategia económica y los presupuestos aparecen como esa “hoja de ruta” que siguen los gobiernos sin rendición de cuentas sobre en qué y cómo se está gastando el dinero de los panameños. ¿Cuál es la estrategia económica del Ejecutivo? ¿Cómo esa estrategia va a atacar los problemas de desigualdad, pobreza y desempleo? ¿Cómo van a enfrentar el déficit y los problemas de recaudación? ¿Cómo se va a atender la creciente deuda sin afectar la inversión social? Son preguntas que el gobierno está obligado a responder y cuando el presupuesto llegue a la Asamblea Nacional, los diputados tienen que exigir respuestas. Urge establecer una política de reducción de las planillas innecesarias, una reforma fiscal y cambios en el enfoque de inversión pública para la generación de empleo. La formulación del presupuesto es clave en el camino para atender esas necesidades, pero sin una estrategia con planificación, será lo que hasta ahora ha sido: una lista de promesas que responden a los intereses del poder de turno. Pese a tener una economía dinámica y registrar crecimiento, en Panamá persiste una gravísima mala distribución de la riqueza, siendo uno de los países más desiguales de América Latina. El descontento social no ha parado de crecer en los últimos años; si queremos evitar un nuevo estallido social, el presupuesto tiene que ser una herramienta de mejor reparto de las riquezas y no para que esta se concentre en pocas manos.