• 12/07/2015 02:00

Enemigo público #9: perfluorocarbonos

 No hay que ser científico para comprender que el uso de miles de sustancias químicas tóxicas aumenta el riesgo de cáncer

Cada día son más notorios los efectos dañinos de los perfluorocarbonos (PFCs), sustancias químicas en las que una simple sustitución de átomos de hidrógeno por flúor causa una profunda influencia sobre las propiedades físicas y químicas de los materiales que los utilizan. Los PFCs se encuentran en miles de productos de uso cotidiano, desde tratamientos repelentes al agua y tierra para alfombras y muebles, repelente de agua y manchas para ropa, aerosoles de protección para cuero y calzado, envolturas de comida, cajas de pizza y bolsas de palomitas de maíz de microondas, productos de limpieza y pintura, espuma para combatir incendio, disolventes y refrigerantes, y de los cuales la gran mayoría ni siquiera lo anuncia en sus etiquetas.

Independientemente de sus interesantes aplicaciones en campos tan diversos como electrónica, medicina y manufactura, los PFCs son potentes carcinógenos. Por ejemplo, cuando se calientan los utensilios de cocina que contienen el antiadherente a base de PFCs, se produce ácido perfluorooctanóico (PFOA, por sus siglas en inglés), una cadena larga de químicos perfluorados vinculados a una serie de problemas de salud, incluyendo la enfermedad de la tiroides, infertilidad en las mujeres y daño de órganos y problemas reproductivos y de desarrollo en animales de laboratorio. Y una vez los PFCs entran al cuerpo, tienden a permanecer sin cambios durante largos períodos de tiempo, y se pueden tardar muchos años antes de que el nivel disminuya, incluso si no se consume más.

En general, la gente piensa que las sustancias químicas utilizadas en los productos de consumo han sido examinadas y aprobadas por las autoridades en relación a su toxicidad y seguridad. Lamentablemente, eso no es así, ya que más de ochenta mil productos que en la actualidad se venden en tiendas y establecimientos del país nunca se han investigado ni analizado. Lo cierto es que muchas veces las pruebas las hacen con nosotros; ¡sí!, somos ratones de laboratorio y de nosotros depende ahora determinar si son mortales o no.

En consecuencia, las autoridades deben involucrase más en estos temas y los diputados debieran crear leyes que regulan el uso de productos químicos peligrosos y sustancias tóxicas. No hay que ser científico para comprender que el uso de miles de sustancias químicas tóxicas aumenta el riesgo de cáncer, obesidad, daños reproductivos y problemas de salud. En Europa y Canadá ya se prohíben cientos de sustancias químicas que actualmente usamos en Estados Unidos y América Latina.

Algunas compañías como Levi's, Benetton y Victoria Secret han tomado iniciativas para evitar que sus ropas sean recubiertas con PFCs, y los consumidores ya empiezan a boicotear productos que contienen PFCs. Sin embargo, los lobistas no están callados, porque la industria química gastó el año pasado más de 125 millones de dólares para evitar nuevas regulaciones y que los PFCs fueran incluidos en listas de posibles carcinógenos.

Si por lo menos parte de este dinero fuera para desarrollar mejores productos y más seguros, se los entendería, pero todo parece que la pelea será titánica. Solo miremos en retrospectiva que la industria de los PFCs se encuentra en la misma posición que el tabaco y el azúcar hace una generación atrás. La lista de los efectos dañinos a la salud asociados con los PFCs son contundentes: efectos neuroconductuales adversos, tumores en múltiples sistemas de órganos, tumores en múltiples sistemas de órganos, disfunción hepática, cáncer testicular y de riñón, colitis ulcerativa, hipotiroidismo y obesidad.

Los expertos han señalado que, aunque se han desarrollado algunas alternativas para sustituir los PFCs, todavía no se ha comprobado si son eficaces y o si incluso son más perjudiciales. Mientras tanto, lo recomendable es encontrar productos que no hayan sido tratados previamente, reducir el consumo de comida rápida (sus empaques suelen llevar productos tratados con químicos), no comprar ropa con la etiqueta Gore-Tex o de teflón, no comprar textiles etiquetados como inoxidables o repelentes al agua, y evitar sartenes antiadherentes y utensilios de cocina.

Lo irónico de todo esto es que, después de mucho tiempo y supuesto progreso, ahora se nos dice que lo mejor es regresar a la tecnología de las cavernas y cocinar en ollas de hierro fundido. Definitivamente, nadie se siente cómodo haciendo papel de ratón de laboratorio.

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