• 23/07/2012 02:00

El joven Balboa

S olemos fijar nuestra atención principalmente en los momentos estelares de los protagonistas de la historia. En bastantes ocasiones poc...

S olemos fijar nuestra atención principalmente en los momentos estelares de los protagonistas de la historia. En bastantes ocasiones poco sabemos de la infancia o juventud de notorios nombres, habiendo quedado nuestra atención anclada en una foto-fija que tiene que ver ante todo con las circunstancias del hecho estelar que los hizo famosos. En el caso de Balboa no se ha dedicado atención en sus biografías a la importancia de los años mozos del protagonista, ni se han analizado cómo influyeron aquel tiempo, su parentela y aprendizaje, en la hazaña del descubrimiento que más tarde protagonizó. Por ello vamos a intentar en esta entrega tomar algunas referencias de Balboa en su juventud, y considerar si aquella formación temprana puede explicar en alguna medida las tareas que más tarde habría de acometer, tales como su alistamiento y viajes, o las acciones en tierra firme que fueron coronadas por la hazaña definitiva en el istmo de Panamá.

Incluso acontece que solemos cometer la torpeza de descontextualizar los hechos y las conductas, de tal modo que queriendo poner luz en la realidad pasada, sin embargo desvirtuamos la historia por la incapacidad de nuestra mente para retrotraerse al momento que enjuiciamos. Tal error suele provenir del hecho de que con frecuencia ignoramos los testimonios. Bastaría, en parte al menos, con la lectura atenta y no torcida de los cronistas próximos al personaje que nos ocupa, asomarnos a los textos de Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo u otros, para esclarecer un poco más la comprensión de aquel mundo y de aquel tiempo.

Es lo cierto que Balboa reúne en su perfil temprano aspectos desde luego dignos de apreciar, y que sin duda explican su trayectoria posterior. Hijo de un hidalgo, Nuño Arias de Balboa fue su padre, el niño será criado en el esplendor y auge económico de aquellos años de finales del s.XV, gracias a la gestión afortunada e importantísima en su villa de la Orden de Santiago.

Nace por ello en un lugar adornado de blasones y de campanarios, desde donde campea el compromiso con el dios de los cristianos; pues ya en ese sitio y en el año 556 de nuestra era, se elevó, reinando todavía el rey visigodo Atanagildo, una iglesia dedicada a Santa María, templo que junto a otros conoció Balboa. Él verá cómo la vieja villa cambia de perfil para bien; se remoza, y ensancha la muralla, y se enriquece la vida de intramuros con un frenesí de nuevas construcciones, casonas, palacios, fuentes, conventos, templos y ermitas. En ese esplendor ensamblado de piedras armeras y cruces, Balboa va a aprender la convivencia pacífica entre desiguales, pues por aquellos días el viejo solar del Templo daba cobijo junto a cristianos, a judíos, moros, negros y gitanos. Así que cuando el jerezano arriba en el Darién, la relación con los indígenas no le resulta extraña ni grotesca, porque tal amalgama de gentes la trae sabidas de casa. De ahí que adopte con ellos una tolerancia propia del que sabe de la posibilidad de relación amable entre seres diferentes. En su propio barrio, junto a la Calle de la Oliva donde viene al mundo, hay hospitales. Uno es un viejo Hospital Medieval para Pobres Transeúntes, otro es un Hospital para Enfermos; y en las afueras, un Lazareto para infectados; estos y otros recursos asistenciales establecidos en el derecho consuetudinario por antiquísimas cofradías en las que su pueblo ha sido tan pródigo, predispondrán el ánimo del joven para la comprensión humana. En efecto, todo ello le hará sensible con los necesitados, con los menos capaces a los que, por la caridad aprendida, habrá de ayudar.

Aquel jerezano de temprana edad se entrena en el quehacer administrativo con don Pedro Portocarrero, ‘El Sordo’, Señor de Moguer, en cuyo oficio de administrador le acompañó por sus propiedades cabalgando como escudero junto a él, y tal quehacer bien le valdrá luego como granjero en Salvatierra de la Sabana y en la acción descubridora. En la Española cuidó y engordó cerdos con dátiles, tarea ganadera tan practicada en su tierra jerezana desde antiguo, donde el engorde se realiza con bellotas. Los viajes por razón de su oficio a Moguer, enclave cercano a Palos y Huelva, es ocasión para recibir las influencias propias de esos rincones de largo recorrido en las artes de la marinería, despertándosele el interés por las tierras lejanas que se hallan más allá del mar y abriéndole los ojos a la vida infinita de los nuevos tiempos. Habilidoso destacado con la espada en una época de buenos espadachines, será llamado ‘El Esgrimidor’.

Pero tal vez las diferencias sociales que en su villa vio, y la caridad para remediarlas por la acción hospitalaria, expliquen que uno de sus mejores biógrafos, Kathleen Romoli, señale que ‘lo que le distinguía de otros, era su creencia en que la misión de España en el Nuevo Mundo podía llevarse a cabo con el mínimo de opresión y violencia’. La propia escritora Romoli, que ha estudiado en profundidad los documentos de la época, afirma que ‘Balboa dijo claramente que a su juicio, la consideración y la benignidad con los indios eran buenas tácticas, y no habría pensado así si ello estuviera en pugna con sus inclinaciones’. Por su parte otro escritor del personaje, Frutos Asenjo García, indica que ‘distinguíase por una innata desenvoltura que iba acrecentándose al servicio del Señor de Moguer. Esta simpatía la completaba con una inteligencia natural poco común y, aunque poseía la altivez del hidalgo, no era soberbio ni adusto’. Sumemos a estos juicios el del cronista Antonio de Herrera, al contarnos que ‘era muy bien entendido y sufridor de trabajos, hombre de mucho ánimo, prudente en sus resoluciones y muy generoso con todos’. Estamos ante un individuo con espíritu abierto e independiente, que sin duda estuvo moderado y moldeado por los principios de la época, pero al parecer postulaba por no ejercitarse en maximalismos ni afrentas a terceros.

Así que cuando en el año 1500, Rodrigo de Bastida obtiene licencia para llegar a la Mar Océana y descubrir nuevas tierras o islas, llevará en su tripulación a un personaje entrenado para la empresa y para las armas. De tal manera que a todo lo que luego acaeció y en lo cual Balboa fue protagonista, mucho debe la historia del magno descubrimiento marinero a la familia, al entorno y al aprendizaje del muchacho en aquel acastillado morro defensivo jerezano elevado en lo alto del encinar.

En la primavera de 1501, Balboa zarpaba para nunca más volver; ahí acababa el periodo de su largo seminario en las armas y en la hacienda, el fin de una educación diaria en la milicia y en el catecismo. Se apagaba el hombre anónimo y se encendía la luz de un personaje que enaltecerá las páginas más elocuentes de la conquista. Sin esas cualidades personales aprendidas en su juventud es difícil llevar a cabo una empresa tan dificultosa, como era atravesar y abrir la última y definitiva frontera del mundo.

CRONISTA OFICIAL DE JEREZ DE LOS CABALLEROS.

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