• 16/09/2013 02:00

¿En qué pretenderán convertir la política?

Quienes hemos estado en el ejercicio de la política desde temprana edad, son pocas las cosas que nos sorprenden de quienes ejercen tan i...

Quienes hemos estado en el ejercicio de la política desde temprana edad, son pocas las cosas que nos sorprenden de quienes ejercen tan importante actividad humana.

Desde 1955, cuando algunos por mezquinos intereses políticos decidieron asesinar a un presidente para luego, en vergonzoso juicio, despojar a quien legítimamente como vicepresidente le correspondía sucederlo, mucha agua ha corrido bajo el río. Les importó poco la destrucción personal y anímica de los involucrados inocentemente en esta trama para la obtención total del poder, en donde hasta familiares del muerto estuvieron involucrados.

Lo que se vivió en las elecciones de 1968 y que sin duda alguna alentó el golpe de Estado, se hace presente hoy cuando, producto de las nuevas tecnologías y los medios de comunicación masivos, el estercolero en que pareciera algunos quieren convertir tan noble actividad se extiende cada vez más. Poco importan las voces de alerta de nuestra Iglesia Católica o de diversos grupos de la sociedad civil, que, por el bien del país, claman por un alto a tanta vulgaridad y escarnio y por el respeto y consideración de quienes aspiran a cargos de elección y de los que tenemos que ser espectadores y soportar tanta porquería y bajeza.

La política debe ser el quehacer ordenado del bien común, aunque para algunos solo constituye la escalera ideal para satisfacer sus ansias de poder y de riqueza, y en su satisfacción se pisotee ese bien común que nos pertenece a todos y que con tanta frecuencia en las campañas juramos respetar, pero una vez como gobernantes nos olvidamos por completo.

La política está concebida como el instrumento que tenemos los hombres para hacer más llevadera la convivencia social; una forma como las sociedades libres, compuesta por hombres libres, encuentran los mecanismos para resolver sus problemas. Aunque a muchos ni se les ocurra pensar en ello, la política va de la mano de la moral, aquella que nos obliga a servir al pueblo que nos eligió y nos confío el poder gobernarlos. ¿Cuántas veces esa característica se torna en la gran inmoralidad que la gente decente y responsable rechaza y repudia?

No es el momento de decir quién tiene la culpa en esto; que quién está más obligado que otro de dar el ejemplo. Olvidémonos de repartir culpas a estas alturas. Es precisamente el tiempo, faltando escasos ocho meses para las elecciones generales que todos —gobernantes y gobernados; oficialistas y opositores— decidamos de una vez por todas concluir la campaña que se avecina como seres civilizados, capaces de contener nuestras emociones y respetuosos de las ideas contrarias, aún cuando éstas me lleguen a irritar.

Panamá se merece ese impasse. Si decimos que estamos caminando hacia ser un país moderno, que se encuentra entre los que más sobresale hoy por su crecimiento económico, es preciso que demos un vuelvo al asco de política que algunos fomentan para convertirnos en seres dignos de nuestro porvenir y ejemplo para las futuras generaciones. Solo hace falta la buena voluntad de algunos pocos.

ABOGADO Y POLÍTICO.

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