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- 30/04/2016 02:00
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Cincuenta y cuatro años después, parece como si el tiempo en San Miguelito se hubiera relativizado: sigue siendo el ‘distrito especial' que se consideró tras su fundación, a causa de la emigración exacerbada, la vivienda autoconstruida, la presión social y las carencias básicas. Lo único que ha cambiado es el número de habitantes, en permanente crecimiento, y que ahora tiene metro.
Una acera rugosa, sin adoquinar, con un matorral justo al lado y con un poste de luz atravesado da la bienvenida al barrio bajo la estación de metro de Pan de Azúcar.
Un vecino se queja de que sea así. No entiende la razón por la cual a esa salida no la ‘civilizaron', como al resto de las estaciones que discurren a lo largo del vecino distrito de Panamá. ‘Es como un apartheid', dice, mientras sirve una ensalada de mango, que vende a cincuenta centavos, ahí mismo, al pie del metro.
San Miguelito es justo eso. Un apartheid en la propia ‘Dubái de Centroamérica'. Desde la cumbre del cerro Tinajitas se percibe ese contraste: los barrios, apretujados, con casas unas sobre otras y los rascacielos de Punta Pacífica y Costa del Este, al fondo, como referencias del crecimiento y la moderna y pujante construcción que aquí no llega. Este año, la renta per cápita del distrito será de $90, una cifra más de 150 veces menor a la media nacional. San Miguelito es, definitivamente, ‘especial'.
GERALD CUMBERBATCH ALC ALDE DE SAN MIGUELITO
‘Durante años no hemos tenido ni un centavo para inversión... los mega proyectos se hacen solo en el distrito de Panamá '
El alcalde, Gerald Cumberbatch, asegura que su ciudad padece un problema de recursos. Hasta hace un año, la comuna recaudaba $9 millones anuales y con eso debían aguantar todos los programas sociales. Incluso el más imperante: el de seguridad. Según la Policía Nacional, San Miguelito entero es ‘zona roja' por su altos índices de delincuencia y violencia.
‘Aquí, por años, no había un céntimo para inversión', recuerda.
Mientras proyectos ambiciosísimos como el metro se construían ‘arriba', en Panamá, ‘abajo', en San Miguelito, el gobierno municipal decía no tener para nada. Ni para una cancha.
Desde la Alcaldía explican que había un escaso registro de los ingresos. La ciudad tiene 12,500 negocios oficiales y cobra impuestos a 40 mil autos (33 veces menos que el distrito capital).
Ahora, los recursos se han triplicado, pero aun así no parece haber luz al final del túnel en el que está el distrito. Este año se han presupuestado $30 millones, de los cuales cerca de $22 millones serán para inversión. El plan de la Alcaldía es construir miles de kilómetros de aceras y un mercado municipal, proyectado inicialmente en los terrenos de los silos del Ministerio de Desarrollo Agropecuario, en el barrio de Pan de Azúcar. El distrito, con 330 mil habitantes, ‘necesita movilidad y comida', reflexiona Cumberbatch, un antiguo pastor evangelista.
LOS DATOS
Según cifras oficiales, el 60% de los sanmigueliteños no tiene acceso regular a agua potable, y la mitad tiene problemas de transporte público. El Gobierno Nacional ha debido entrar al ‘rescate' y construirán en ese distrito 400 baños para residencias privadas, en un intento de mejorar no sólo los estándares de vida, sino la crisis de salud que viven. Con qué agua funcionarán los nuevos inodoros es una incógnita.
El otro gran problema del área es la planificación. O bueno, la desorganización. O la política de ‘como vaya viniendo vamos viendo'.
Levantado al ritmo de invasiones en los años 60, la mitad de San Miguelito, sobre todo en su periferia norte -Cerro Batea, Torrijos Carter, Samaria-, es una acumulación de casas en cerros (80% de ellas de cemento, pero en pobreza, según la propia Alcaldía), con veredas de medio metro de ancho y escalones sin fin. La otra mitad del distrito, en la periferia este -Villa Lucre, Brisas del Golf, San Antonio-, es justo lo contrario: barrios de clase media y media alta, organizados, interconectados y con suficiente actividad económica.
‘Yo no puedo echar abajo el distrito', dice' Cumberbatch, intentando asumir la realidad. Tampoco hay mayores soluciones en la mesa. A lo más que aspiran desde el gobierno municipal es a que el nacional financie un proyecto de metrocable, como el de las colinas de Medellín.
‘No sé cuánto costará', insiste el alcalde, quien cree que la obra sería insignia para toda su ciudad.
Pero San Miguelito tiene un reto más profundo que el metrocable: la cohesión. El vendedor a la orilla del metro lo recuerda justo después de señalar que su distrito es un ‘apartheid'. ‘No sólo por las diferencias que hay con Panamá, sino por las internas'. Dividido en dos, los 50 kilómetros cuadrados del distrito no se reconocen como uno. Esto se explica en un dato: según la Alcaldía, los dos corregimientos más poblados (Belisario Porras y Amelia Denis), son de la zona norte, la pobre. La periferia este, es más holgada en todos los sentidos: apenas tiene un distrito con alta densidad de población. Ninguno tiene vínculo real. No hay un centro geográfico ni un emblema local. La zona más importante está en la frontera con el distrito de Panamá y La Gran Estación, el primer centro comercial San Miguelito considera suyo está en Pueblo Nuevo.
‘Somos una ciudad sin corazón', se lamenta el vendedor ambulante.