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- 15/12/2009 01:00
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L a historia de San Nicolás, el obispo que inició la tradición de hacer obsequios a los niños en Navidad parece haber quedado guardada en la gaveta. Santa Claus ha dejado de ser un personaje de fantasía para los niños para convertirse en un elemento decorativo. Su lugar lo han ocupado los catálogos de los almacenes que a penas ven llegar el mes de septiembre, se van internando en los hogares, para preocupación tanto de los padres como de los hijos.
Las cartitas al Niño Dios, a los Reyes Magos o a Santa, que servían de referencia a los padres para saber dónde estaba el gusto de sus hijos han dejado de escribirse. Ya no se piden regalos con el compromiso del buen comportamiento o calificaciones. Los obsequios de Navidad se han convertido en una transacción comercial directa. Los niños dicen “yo quiero” y los padres responden “yo te lo compro”.
En una nota de la página www.elle.es establece que según las últimas encuestas, en España los niños reciben de sus padres ocho juguetes en Navidad, con un presupuesto de 193 euros (unos 282 dólares ), una cantidad superior a la media europea, estimada en 140 euros (unos 205 dólares). Y si bien en Panamá no hay un estudio que establezca un promedio de lo que los padres se gastan en los obsequios de sus hijos, la cifra debe haberse elevado notablemente si consideramos que los obsequios más cotizados del momento son costosos juegos u otros artefactos electrónicos incluyendo celulares multimedia, computadoras laptop, y consolas de videojuegos a los que habría que añadir el costo de cada uno de los cartuchos -que como las baterías, no vienen incluídos-. ¿Les hacemos realmente un favor cuando obsequiamos todo lo que podamos a nuestros hijos?
Un coctel peligroso
Meses previos a las festividades empieza lo que puede ser considerado como un lavado cerebral a través de la televisión y otros medios de comunicación se encargan de generar el deseo de los niños a través de anuncios, cuyo principal mensaje es “tienes que tenerlo, debes conseguirlo”. “A fuerza de tanta repetición, tanto los padres como los hijos terminan por percibir todo lo que se presenta como necesario, y como cada vez se tienen menos hijos y el nivel adquisitivo es mayor, cedemos, pensando en su bienestar”, establece la psicóloga infantil María Asunción Cuadrado.
Otro elemento que colabora con esta actuación es el deseo de los padres de compensar el poco tiempo que dedican a sus niños. Con las cargas laborales, es difícil poner límites a los hijos. Antes, con el ejercicio de las cartas tanto padres como hijos podían razonar sobre los obsequios, pero “ahora, no sólo les dejamos pedir y además pedir solos, sino que lo hacemos justificando con argumentos psicológicos y pedagógicos que los juguetes son buenos para su desarrollo”, afirma Cuadrado. Para la psicóloga, el sobrecargar de regalos a los niños es una forma de “lavar nuestra conciencia”.
El también psicólogo Miguel Conesa añade una última razón: algunos padres regalan con el fin de mostrar ante los demás cuál es su nivel adquisitivo, por prestigio social.
Más, ¿es menos?
En opinión de Conesa, el exceso de regalos perjudica la maduración personal. Ante la descarga de regalos, los niños se desconcentran. Además, se acostumbran a una especie de competencia en la que cada año debe recibir más regalos. “Regalarles todo crea adultos insatisfechos, por eso es importante que los padres enseñemos a nuestros hijos a convivir con la frustración: de otra manera, cuando no consigan lo que quieren o a la menor dificultad, se van a venir abajo”.
Cuadrado, por su parte, estima que “cuanto más tiene un niño, menos valora esas propiedades. Su capacidad de disfrutar se bloquea, y en ocasiones, sólo es capaz de valorar el número de juguetes y no las cualidades que puedan tener los mismos”.