Edgar Hernández, el florecer de los guayacanes en el Valle de la Luna

Actualizado
  • 22/04/2019 02:00
Creado
  • 22/04/2019 02:00
Aristides Ureña Ramos presenta la historia del escultor chiricano, claro exponente de una de las disciplinas más exigentes de las artes

‘Le encomiendo a mi hijo ¡no me deje ese muchacho tira'o por ahí!' —dijo la madre a un desconocido mejicano, que decía ser un militar, aparecido por los lares de la ciudad de David en ese olvidado 1965.

El joven hijo, de apenas dieciocho años, lleno de ilusiones, recién graduado del Colegio Félix Olivares, había demostrado sus inclinaciones artísticas durante su periplo escolar y era uno de los alumnos más brillantes bajo la guía del escultor coclesano Simón Medina Fernández (1912-1984).

En su afán por irse a estudiar Artes a la ciudad de México, conoció al personaje que le ofreció una matrícula en la Academia Militar y viajar —por tierra— a dicha ciudad; a cambio le pedía que pagara la gasolina y hacer todo lo indicado lo más rápido posible.

‘Es uno de los pocos escultores istmeños que cuenta con más bustos de personajes históricos expuestos públicamente en Panamá',

ARISTIDES UREÑA RAMOS

COLABORADOR, LA ESTRELLA DE PANAMÁ

Fue así como, con pocas cosas (las más íntimas) y en poco tiempo, desde el caserío de San Pablo, en las cercanías de la ciudad de David, el joven chiricano Edgar Hernández Morales partió junto al desconocido exmilitar en un viaje por tierra, atravesando Centroamérica hasta la ciudad de México.

Hoy día, al conversar con el escultor Edgar Hernández Morales, me aclara su adolecente aventura, recordándome que fue la plegaria de su preocupada madre la que lo protegió preservándolo en su viaje, para que su aventura tuviera un final feliz. Estando allá, se matriculó primero en la Academia Militar, pero después de unos pocos días, fue aceptado por la Academia de Bellas Artes de San Carlos para estudiar la disciplina artística en Escultura, abandonando su primera propuesta de ser un militar de carrera.

Muchas son las increíbles aventuras vividas por diversos exponentes de la plástica nacional de cuna humilde y origen interiorano que, obligados por las dificultades económicas, por la ausencia de un apoyo institucional, fueron forzados a recorrer peligrosos caminos que le ayudaron a alcanzar las metas de superación personal, con la firme convicción de aceptar el gran reto de la vida, en pos del alcance de una educación digna, para surgir en los difíciles meandros de un mundo artístico.

‘Su producción es tan basta que ha tocado la práctica de la pintura con brillantes resultados',

ARISTIDES UREÑA RAMOS

COLABORADOR, LA ESTRELLA DE PANAMÁ

Aquí sentado frente al escultor, exponente de una de las disciplinas más difíciles de las artes, los invito a compartir esta octava entrega, recordando a esos escultores panameños, que con muchos compromisos —a golpes del escalpelos y sudor— con sus bustos, sus medallones y sus monumentos, escribieron la historia de la escultura de Panamá.

A los ilustres escultores como Pedro Albrete, el antonero José Manuel Ulloa, Leoncino Ambulo, Isidro Arosemena, Lloyd Bartley Lewis, Carlos Isaza; el chitreano Chinto (Chindo) Solís, José Mora Noli; el coclesano Simón Esteban Medina, Francisco Cebamanos Primola, Justo Arosemena, Marco Lee, Edgar Urriola Espino, Carlos Arboleda y muchos otros, honorando sus trabajos, pestañeo este texto.

SU FORMACIÓN

Hernández nace en la provincia de Chiriquí en 1945, forja su educación en Escultura (1966-1970) y su maestría en Escultura y Artes Visuales (1971) superando obstáculos. La carrera artística es sostenida con la ayuda paterna, pocos dólares a disposición, en un país donde el fervor por las artes es chispa determinante para quien, como Edgar, decide construir su advenir.

El joven chiricano resulta ser —por su empeño personal— un brillante alumno y, bajo la guía del famoso maestro Federico Silva, aprende y mide toda su capacidad creativa, absorbiendo todo lo necesario para ser premiado con un lugar de asistente didáctico en la Universidad que frecuentaba (1971), con un salario justo y logrando graduarse con merecido reconocimiento y regresando a su provincia natal.

EL RETORNO A LA PROVINCIA

Al regresar —en 1971—, Hernández se encuentra con la efervescencia de una nación que, a través de un proceso, llamado revolucionario, somete la educación y la cultura a una revisión histórica sin precedentes, que llevará —en 1974— a la creación del Instituto Nacional de Cultura (INAC).

El inquieto muchacho procedente del caserío de San Pablo trata de crear una escuela de Bellas Artes en David y la ubica arriba del antiguo Teatro Alcázar (1971), donde inicia con cursos de dibujo, pero el proyecto no logra tomar forma.

En 1972 entra como profesor de educación artística en el Instituto Normal de David y en la Universidad Autónoma de Chiriquí como profesor de Historia de Arte, pero el ímpetu de este chiricano, no teme estribo alguno. Y decide ‘probar tope' en la ciudad capital.

ESCULPIR CON FATIGA LA PROPIA PERSONALIDAD ARTÍSTICA

Hernández inicia desde 1973 una destacada carrera en la docencia universitaria, en la dirigencia de la Escuela de Artes Plásticas, en los departamentos de la Escuela de Artes Visuales de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá, todo esto en múltiples ocasiones, dictando esta dinámica hasta hoy.

Es uno de los pocos escultores istmeños que cuenta con más bustos de personajes históricos expuestos públicamente en Panamá. Su producción es tan basta que ha tocado la práctica de la pintura con brillantes resultados.

SU INTIMIDAD CREATIVA

La escultura es una de las disciplinas afanosas de las artes expresivas; esto tiene que ver con la capacidad de captar y ejecutar de manera tridimensional el objeto, cosa o proyecto que se quiere reproducir.

A esa manera de concebir las obras, le acompaña un amplísimo conocimiento de los materiales y la sapiencia de integrar todos esos conceptos.

La ejecución artística de los bustos es aún más frustrante porque aniquila la capacidad creativa del artista ya que, por lo general, quien solicita el trabajo pretende la absoluta similitud realística del sujeto a representar. Son pocos los geniales escultores que alcanzan a mantenerse fieles a ‘su manera' y ejecutar a satisfacción su obra; es allí, que Hernández logra ganar su reto.

MONUMENTO A LA MADRE

Hernández es el autor del Monumento a la Madre, colocado en los jardines de la Facultad de Bellas Artes en Curundú que, al atento observador, no pasa desapercibido. Esa figura en blanco matiz se logra ver, aunque el paso sea rápido. Cada vez que la miro, recuerdo ese brillante muchacho interiorano que se jugó la única oportunidad de su vida, que fue protegido por una preocupada madre, que al verse arrancar del corazón su bien más preciado, pronunció las palabras más dolientes, esas que esculpieron —en la parte más frágil del desconocido militar mejicano— la salvaguardia de su hijo y de una brillante carrera artística para nosotros los panameños.

MÁS SOBRE EL ARTISTA

Nace en la provincia de Chiriquí en 1945. Realiza sus estudios de Arte en la Universidad Autónoma de México, donde obtiene una maestría en Escultura y en Artes Visuales y posteriormente, la Docencia Superior en la Universidad de Panamá.

Catedrático destacado en el Istmo, Honduras y México. Ha sido director de la Escuela de Artes Plásticas del INAC y director de la Escuela de Artes Visuales de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Panamá en diferentes ocasiones.

Ha participado en innumerables exposiciones colectivas nacionales e internacionales y como jurado en certámenes de artes. Sus obras escultóricas se han caracterizado por la ejecución de bustos de diferentes personalidades panameñas, como Victoriano Lorenzo, Ing. Manuel Melo, Dra. Josefina Paterson, Dr. Bernardo Lombardo, Dr. Rafael Fernández Lara, Est. (mártir) Ascanio Arosemena, entre otros. Sus creaciones son parte del patrimonio artístico de la Universidad de Panamá, escuelas, parques, instituciones públicas y particulares.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus