• 13/06/2021 00:00

Ellas

Cuando alguien invoca su doble cromosoma X para no hacerse cargo de sus cagadas, la animadversión que siento por ellas tiende al infinito

Aquellas. Ellas son las típicas que te arrinconaban en el recreo contra una columna del patio y te obligaban a 'regalarles' tus cromos de palmar nuevos, o te pillaban desprevenida en los baños del colegio para decirte que su cumpleaños había sido hacía siete meses y que por eso debías 'regalarles' tu lapicero nuevo, el rosa con dibujitos de corazón que tenía un hilito colgado desde el borrador que lo remataba en el que se balanceaba un osito cariñosito diminuto. Ellas son aquellas que hacían que las más pequeñas se hicieran pis encima del miedo que les provocaban y luego se burlaban hasta hacer sangre en el alma de esas misma niñas por haberse hecho pis encima.

Ellas son aquellas que cuando la maestra preguntaba quién había hecho determinada cagada ponían cara de tristeza inmensa y con voz compungida afirmaban 'No lo sé, señorita, pero me da miedo compartir clase con alguien capaz de hacer algo así'. Y tenían razón, las muy cabronas, porque a todas las demás nos daba miedo compartir salón con ellas.

En el párrafo anterior estuve a punto de escribir '(…) a todas las demás nos daba miedo compartir salón con esas víboras', pero recapacité, y no por no insultarlas a ellas, no. Sino por no insultar a las víboras que me parecen unos animales hermosos con su piel suave, extraña y suave y sus movimientos sinuosos, con sus silbidos y su silencio sonoro al deslizarse sobre el suelo. Sería una infamia compararlas con eso. No son como eso, no son como ellas.

Ellas, estas mujeres, son terremoto con derrumbe, un bicho rastrero, sí pero de la peor calaña. Un engendro escapado del noveno círculo del Infierno, son la hez.

¿Y saben por qué las considero a ellas peores? Pues sigan conmigo, vamos a la explicación,

Yo soy capaz de entender cualquier miseria humana, tal y como dijo aquel, nada de lo humano me es ajeno, entiendo la avaricia, el ansia de poder desmedido, entiendo la crueldad infinita, el orgullo desaforado, entiendo que alguien se crea superior al resto de los mortales, entiendo que tus congéneres no te importen y solo los veas como una masa descerebrada a la que sorber la médula de los huesos. Entiendo que se puedan sentir todas estas cosas.

Ahora bien, el desprecio absoluto que siento por los que así se comportan no varía en absoluto dependiendo de los cromosomas que tenga el interfecto. Es decir, que me da exactamente igual si el ser deleznable es hombre, mujer o viceversa, ahora bien, cuando alguien invoca su doble cromosoma X para no hacerse cargo de sus cagadas, la animadversión que siento por ellas tiende al infinito.

Porque cuando yo digo que una tiparraca que no tiene más cultura que un cultivo de bacterias me da tanto asco como esa misma placa de Petri, no lo digo porque su condición de mujer haya acrecentado el rechazo que me provoca su comportamiento, no, lo digo cuando esa personaja invoca ella misma su 'ser mujer' para esquivar los escupitajos que está recibiendo por lo que hace, que no por lo que tiene entre las piernas. Hay miles de palabras en nuestro idioma, pero no es posible combinarlas para expresar lo mucho que quiero en esos momentos darle un guantazo así, a mano abierta, un bofetón de madre que se dice en España por lo que hace y por su patético intento de defenderse.

Que no, payasa, que no, que a nadie en este país le importa lo más mínimo que tú seas mujer, que en realidad podrías vestirte de dálmata y desde hace muchos meses todos seríamos fanes de Cruella de Vil.

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