• 06/03/2022 00:00

Frivolidad

Ya no nos tomamos nada realmente en serio, nos indignamos por un ratito y luego pasamos a otra cosa, mariposa.

¡Ah! El dulce encanto de la difamada y nunca bien ponderada frivolidad. La diosa que hoy en día reina y dirige nuestro mundo. La divina frivolidad.

Define el Diccionario de la Real Academia la frivolidad como la cualidad de frívolo, y frívolo como aquello insustancial y veleidoso. Sensual y ligero, de poca sustancia.

La que durante siglos ha sido perseguida y rechazada, apartada por inútil, señalada como pecaminosa y denostada vilmente es hoy la dueña y señora de nuestra vida y nuestros actos. Se ha adueñado de nuestra sociedad. La adoramos, la veneramos y le hacemos ofrendas.

Hoy ya no queremos fuerza, templanza, paciencia o sabiduría, no nos interesa el valor. ¡Ni mucho menos el honor! No queremos la piedad y la fe. La esperanza solo es el nombre del color de una canción pegadiza y olvidable y la caridad se ha convertido en lástima, victimización y compasión mojigata.

Hoy reina, omnipotente y omnímoda, la frivolidad. La gran virtud postmoderna.

Ya no nos tomamos nada realmente en serio, nos indignamos por un ratito y luego pasamos a otra cosa, mariposa. Eso, la mariposa como el símbolo y signo de la liviandad, cosas bellas y efímeras, el símbolo frágil de la mente frágil.

No cabe, en nuestro imaginario colectivo, el amor constante más allá de la muerte, Quevedo, si no se arrojaba antes sobre su espada espantado por el horror de los tiempos, sería crucificado como tóxico, ¡cancelado!

Estamos hechos a imagen y semejanza de la diosa de estos tiempos, la frivolidad. Una diosa que no se toma nada demasiado en serio, que evita por todos los medios tomar partido, los fanatismos son malos, la coherencia en las ideas, peligrosa, veleidosa y casquivana baila al son que mejor le toquen. Sí cree en muchas cosas, pero de lejitos, jamás ni cerca de un campo de batalla, jamás ni cerca de un altercado, así sea este dialéctico. ¡Cómo se te ocurre! A los niñatos actuales, al igual que a la diosa, se les arruga el peplo y se les desacomoda la toga.

Vivimos en la cultureta de los culturosos, en la que se enarbolan banderas de colorines sin pretender, en ningún caso, ensuciarse el trasero de barro por ninguna de ellas.

Vivimos en la epidermis, las cosas me molestan, pero no hago nada para cambiarlas, me aterra dar la cara, ponerme al frente, me aterra mantener mi escudo en alto, mis opiniones. Las alitas delicadas de la mariposilla multicolor se desescaman cuando las roza cualquier argumento.

No discutimos con los científicos porque la fe.

No debatimos con los fanáticos porque la ciencia.

Y así continuamos, revoloteando frívolos, atrapados en las redes sociales, esperando al coleccionista que, sin duelo, nos ensarte el alfiler y nos clave como muestras de la pendejez moderna.

Pero mientras eso pasa, odiamos al oso por ser oso, odiamos al cazador por matar y al depredador por hacer lo que está en su naturaleza, pintamos arcoíris de colores y creemos que con palabras, pinturitas de colores y poniendo frases contundentes sobre una bandera en los estatus de nuestros perfiles bastará para que el mundo cambie. ¡Abracadabra!

En esta sociedad de frívolos no debería asombrarnos que el dirigente máximo de este gobierno de adornitos y oropeles intrascendentes se preste a que lo graben en un evento tan fútil como bajarse a comprar, ¿¡qué otra cosa podría ser?!, burundangas y chucherías, cosas de poca importancia, intrascendentes y sin contundencia, en la tienda de carretera.

No nos asombremos, a nadie le interesa lo importante, nadie quiere dar la cara, nadie se atreve a plantar pica y bandera. Y así nos va.

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